¿Qué pasaría si Mariano Rajoy, por ejemplo, subiera al atril del Congreso de los Diputados con unas Google Glass? ¿Le amonestaría o se lo impediría el presidente de la Cámara? ¿Hay algo en el desfasadísimo Reglamento de las Cortes (de 1982) que lo prohíba? Prohibieron el wifi (en un burdo intento de evitar la transparencia), pero ¿se atreverían a quitarle las gafas al Presidente? No se trata una pregunta de política ficción. No, no es divertimento. Al contrario, creo que conviene explorar —a fondo— el enorme potencial (y los posibles beneficios) de la realidad aumentada, y qué puede aportar para la mejora de la acción política o parlamentaria, por poner un caso.
A la mayoría de nuestros dirigentes políticos les iría bien una sesión de realidad aumentada. Los retos a los que nos enfrentamos tienen varias capas de información… y de interpretación. Y lo que vemos, aparentemente, es solo una parte —pequeña— de la realidad. Hay una política subterránea, fuera de los radares convencionales. Otros registros, otras expresiones de lo político y de la realidad que necesitan otros sónares para su interpretación. La realidad aumentada, tecnológica y política, puede ser clave para comprender lo nuevo y repensar las soluciones, tantas veces atrapadas en su previsibilidad y su incapacidad para reaccionar ante lo nuevo.
Esta se ha convertido en una de las tendencias (y realidades) más transformadoras de la cultura digital y su radical alteración de conceptos y escenarios. Todos los informes sobre tendencias confirman las hipótesis: las capas de información simultánea y accesible a las que vamos a poder acceder al visionar un objeto, un espacio o una persona son potencialmente una gran oportunidad; aunque esconden algunos desafíos en relación, por ejemplo, con la privacidad. Los debates están abiertos. Las oportunidades para la política y la gestión de los recursos públicos, también. Más tecnología para la democracia.
Pero de lo que se trata es de ver si podemos hacer concurrente y simultáneo el contraste de datos o de informaciones en tiempo real, mientras se producen las sesiones de control o se debaten iniciativas parlamentarias. La tribuna de los oradores se ha convertido en un espacio atrincherado, donde es muy difícil el contraste empírico de datos y afirmaciones. Los diputados tienden a llevar sus recortes de prensa para acreditar sus críticas o sus propuestas. Pero, más allá de este recurso analógico, es muy difícil rebatir con datos (aumentados) las afirmaciones o explicaciones de sus señorías. El tiempo real, se difiere… y el contraste y verificación se aplazan al seguimiento de los periodistas especializados o los grupos de vigilancia democrática que contrastan los datos con los archivos.
Amanda Rosenberg, responsable de marketing de las gafas de Google, avanza en las preguntas de fondo: ¿en qué puede hacer cambiar nuestras vidas?, ¿qué beneficios obtendremos?, ¿hasta dónde se impondrá el límite de nuestra privacidad?, ¿cómo afectará a la manera de comunicarnos? ¿y cómo cambiará la política, por ejemplo? En paralelo con las Google Glass (la última actualización de las cuales también permite ver películas y aceptar aún más órdenes), siguen a la vanguardia las aplicaciones para móviles relacionadas con la realidad aumentada, que ya son capaces de reconocer la voz y de ejecutar órdenes con tan solo emitir el sonido.
El Parlamento es el templo de la palabra política, y el atril, su púlpito. Pero necesitamos incorporar más tecnología en la oratoria parlamentaria para poder presentar visualizaciones, gráficas, infografías, datos y conexiones en directo a Internet para disponer de más recursos visuales que hagan más útil, comprensible y dinámica la vida parlamentaria. No hace falta ninguna teatralidad, ni pantalla adicional. Solo con la conexión opcional con el ordenador que cada señoría tiene en su escaño con la presentación, el documento o la gráfica que el orador, en su turno de palabra, pudiera mostrar, obtendríamos una mejor comprensión de los datos y los argumentos. Señal de dato que, además, también podría mostrarse por web en tiempo real y estar disponible para periodistas y ciudadanos.
Primero los ordenadores (prohibidos en algunos hemiciclos), más tarde los teléfonos móviles (con algunas aplicaciones o widgets relevantes), y smartphones (a los que no se pueden hacer fotografías ni se permite que las hagan del hemiciclo) y, finalmente, las tabletas (con las que algunos diputados se entretienen). ¿Y luego? ¿Google Glass? Todos estos elementos se han ido introduciendo en la vida parlamentaria muy lentamente. Y no todos los políticos hacen uso de ellos, ni todos son capaces de adaptarse a las nuevas herramientas de comunicación donde se encuentra permanentemente la conversación de aquellos a los que representan. Sin embargo, el ahora es un buen momento para pensar en cómo y cuánto podría cambiar la vida parlamentaria. Y empezar a reflexionar, a fondo, sobre la posibilidad de incorporar la realidad aumentada a la realidad política. Aunque hay realidades que no necesitan aumentarse más para que su visibilidad sea, todavía más, hiriente e inaceptable.
Publicado en: El País (26.12.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: My name is Yanick para Unsplash
Enlaces asociados:
– Aguirre cuela la división sobre ETA en el cónclave: “La banda no está derrotada” (El País, 1.02.2014)
– Google Glass y política: más allá de la ficción política (Ignacio Martín Granados, 5.05.2014)
– ¿Reconocer emociones? Una app de Google Glass lo hará posible (PuroMarketing, 5.09.2014)