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¿El nuevo Rajoy?

Finalmente, la comunicación. La misma que durante toda la legislatura ha despreciado y subestimado. Rajoy, a contra reloj y sin margen, acorralado por las encuestas (que anticipan un cuádruple empate); en el ciclo electoral de las andaluzas, autonómicas y municipales (y los desfavorables pronósticos); ante la hostil opinión pública y publicada (con el durísimo y reciente editorial de The Economist); y las tensiones en su propio partido (donde se lazan voces cada vez más audibles que plantean su relevo antes de las generales)… parece que ha decidido dar un giro a su displicente estrategia de comunicación. Del frío plasma, al calor del cafecito.

El presidente del Gobierno ha solemnizado este cambio en los Desayunos Informativos de Europa Press, que cumplen este año su décimo aniversario y por los que han pasado 2 presidentes de Gobierno, 4 jefes de Estado y de Gobierno extranjeros, 39 ministros y 30 presidentes de Comunidades Autónomas (pero él, nunca).

El discurso de casi media hora ha sido fundamentalmente económico, optimista y de auto reivindicación personal y colectiva, hablando del camino trazado y anticipando algunas novedades y previsiones. En su discurso hay algo de desazón y de decepción, casi de reproche: «La economía es a los países lo que la salud a las personas. Sólo valoramos lo que significa cuando va mal». Rajoy todavía no comprende cómo los datos macroeconómicos no se convierten en votos y afectos micro. Rajoy mejora la previsión de crecimiento de la economía española y adelanta que, en 2015, será del 2,9% y en 2016 «de ese mismo tenor», al tiempo que se ha mostrado convencido de que España creará más de 500.000 empleos este año (en total, un millón de puestos entre 2014 y 2015). También anuncia que se va a prolongar hasta 2017 el periodo de suspensión de desahucios.

A partir de ahí, se ha esforzado en marcar su territorio, recordando, otra vez, la herencia recibida y la causalidad entre estos resultados y su política (y su propio estilo): «La demagogia y la frivolidad sólo garantizan la regresión y la pérdida del nivel de influencia», en clara alusión ―respectivamente― al ascenso de formaciones como Podemos y Ciudadanos. Y vuelta de rosca: «La inestabilidad no favorece a la recuperación». Respecto a la corrupción, una de cal y otra de arena: dice que los corruptos ya no están en el partido y que han hecho mucho contra la corrupción, «pero no sé si lo hemos sabido explicar bien». Hasta ahí lo conocido. Y lo previsible.

La novedad se ha producido en el coloquio. Un Rajoy  mucho más distendido, relajado incluso, ―¿será el nuevo Rajoy? ―, que se ha esforzado en mostrarse simpático y empático con la selectiva audiencia de políticos y periodistas que le acompañaban. Mirando al público, bastante seguro de sí mismo y conociendo las cifras, sin leer, ha estado casi juguetón. Sin carisma, pero demostrando su particular y personal liderazgo. Por primera vez en la legislatura, le vemos sin leer un discurso o unas notas (en estos años no ha renunciado a los papeles de apoyo, ni en las preguntas de las sesiones de control en el Congreso o el Senado), mostrando un estilo socarrón, humorístico en ocasiones, hablando ―sin complejos― de cómo es él, y del hermetismo, muchas veces irritante, que tanto le caracteriza. A Rajoy le gusta hacerse el interesante. O parecerlo.

Ha conseguido arrancar algunas risas cómplices y benevolentes. Como cuando ha respondido, en una respuesta bien ensayada, sobre el carácter plebiscitario de las elecciones del 27 de septiembre en Cataluña: «Plebiscitarias son las elecciones que no se van a celebrar en Cataluña el 27 de septiembre». Y también cuando, en ese peculiar estilo con retranca, ha pedido a los presentes más crédito político: «seré candidato y confíen en mí, háganme caso», frase que ha provocado de nuevo las risas del auditorio.

El nuevo Rajoy parece que ha comprendido ―¿finalmente?― que sus rivales han hecho de la comunicación y la modernidad formal sus principales armas electorales. Y que no podrá competir con ellos sin un nuevo estilo. Pedro Sánchez (con 43 años), Pablo Iglesias (36), Albert Rivera (35) y Alberto Garzón (29) son jóvenes y conocen las exigencias de la comunicación digital, del fenómeno multipantalla (televisión combinada con otros dispositivos), y exploran nuevos formatos y estilos. Rajoy (con 60 años) se enfrenta a unos candidatos con una media de 36 años. Es decir, les separa toda una generación. El viejo Rajoy no puede ser joven, pero intentará ser nuevo (o renovado); y va a luchar por mostrar que los jóvenes también pueden ser antiguos, si sus recetas son del pasado o ya conocidas por demagógicas o superficiales. En definitiva, un combate fundamentalmente estético, con eco ético, y en el que las formas ―una vez más― serán fondo. Un combate apasionante y novedoso en el que lo generacional y lo actitudinal van a cruzarse varias veces hasta encontrar su desenlace definitivo.

Publicado en: El País (27.04.2015)(blog ‘Micropolítica’)
Fotografía: Pavan Trikutam para Unsplash

Enlaces de interés:
Rajoy no levanta cabeza, el videoblog un nuevo ‘fail’ (Gonzalo Fernández. PR Noticias, 24.04.2015)

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