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Rajoy y el futuro

En la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, la última del mes de julio y del curso político, sólo ha comparecido Mariano Rajoy para hacer balance de su último semestre y… abrir, sin ambigüedades, la campaña electoral. El Presidente cumple con una recomendable tradición: rendir cuentas a finales de julio, pero protagoniza excepcionalmente la presentación de las cuentas públicas. Ni el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ni el de Economía, Luis de Guindos, rendirán  cuentas detalladas ante la prensa ―como es habitual― del proceso de aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. «Mandaremos una nota de prensa sencilla», informan desde el ministerio de Hacienda. Por primera vez, en la historia de la democracia, el proyecto de Ley de Presupuestos se aprobará en vísperas de un proceso electoral, con las Cortes a punto de disolverse. Es insólito y preocupante. Incluso algunos expertos lo califican de fraude constitucional.

Esta rueda de prensa ha sido una auténtica ofensiva política del Presidente. Reforzado por los datos macroeconómicos, y tras los recientes informes semestrales de las grandes empresas del IBEX 35, Rajoy se aferra a su discurso estratégico y optimista: la recuperación económica es una realidad ejemplar (de referencia europea en el ámbito de la OCDE) que no puede verse truncada por un cambio de dirección y gestión de las políticas públicas. Rajoy tiene una historia que contar: «una senda que no se debe ni torcer ni frenar», ha dicho. Cree que sus méritos y sus resultados son «avales» para optar a la renovación. Pero intuye que, quizá, no son suficientes.

Apuntala sus opciones con una doble acción: infundir miedo a un posible cambio de rumbo (o a los riesgos de la ruptura en Cataluña, de los que acusará al resto de rivales políticos por acción, omisión o complicidad); y una amplia y estudiada oferta de mejoras a sectores clave: desde los funcionarios ―que así recuperarían parte de los sacrificios contraídos― a los pensionistas, que verán reforzados y revalorizados sus ingresos. Unos presupuestos sociales, ha afirmado.

Rajoy ha surfeado bien las incógnitas (si es que alguna vez las hubo) sobre su capacidad electoral y su derecho a ser candidato. El ruido que se produjo tras el resultado de las municipales y autonómicas ha sido más un crujido que un quebranto. Ya casi nadie se acuerda del presidente de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, que recomendó a Mariano Rajoy, «mirarse al espejo» y responderse a sí mismo si debía volver a presentarse como candidato en las próximas elecciones generales. Pero creo que el Presidente sí le ha hecho caso. Y lo que ha visto le gusta.

Rajoy se ve bien porque cree que ha hecho lo correcto. La fatorexia es un trastorno de percepción sobre la propia imagen en relación con el peso o el sobrepeso del que se mira al espejo. Es decir, personas obesas se ven estupendas frente a él. No ven lo que es obvio, ni creen lo que marca su báscula, como describió Sara Bird en su libro Fatorexia: ¿qué ves cuando te miras al espejo?. La fatorexia es un grave trastorno de la percepción y conocimiento de la realidad. Pero Juan Vicente Herrera no se refería al aspecto físico del Presidente, sino al político.

No parece que Rajoy sufra de fatorexia política. Más bien pienso que ha decido girar el espejo y reflejarlo sobre sus oponentes. Espera que los electores vean más las imperfecciones, las limitaciones, los riesgos o la falta de madurez, preparación o inexperiencia de sus rivales, que mostrarse él como el candidato ideal. Rajoy es testarudo, a veces rudo, pero no burdo. Sabe que en el plató electoral no es el más atractivo, deseado o valorado. Y va buscar que los demás se deslumbren con los reflejos de su espejo. Juega a que los demás rivalicen en vanidades… mientras él se dedica a las realidades. Veremos si esta estrategia es creíble, y rentable políticamente. Para ello, sólo le sirve la ofensiva permanente y total. Obsesiva. No buscará seducir, ni convencer, ni sumar, sino ganar por aplastamiento. Este enfoque le aleja de la construcción de mayorías plurales. Piensa que eso ya lo resolverá si consigue tener un voto y un escaño más.

La rueda de prensa de hoy ha sido meticulosamente preparada: datos, gráficos (inusuales en estas comparecencias) y un listado abrumador de cifras económicas y de la actividad legislativa de la legislatura, entre las que ha destacado las medidas contra la corrupción. Aunque ha sido un fracaso escénico: ha hablado para los periodistas presentes en la sala, señalando un plasma (que reproducía los gráficos que él mencionaba) que no se ha visto en la realización televisada.

Rajoy no se luce en sus sentencias: «Si seguimos haciendo las cosas bien, irán bien en el futuro», pero el Presidente no busca verso, sino prosa. Sus aforismos son de una simpleza estremecedora. Pero no le importa, prefiere mostrarse como un trabajador incansable de una misión hercúlea. Va a seguir un guión imparable e implacable. Ofrece un «horizonte de seguridad», que sólo puede verse alterado si los riesgos políticos (una vez reducidos o superados los económicos, según Rajoy) se interponen en esta «senda de recuperación». Rajoy ha abierto la campaña sin cambiar un milímetro de su estilo, ni de sus activos (ni pasivos). Se arriesga a que su previsibilidad ―pasada y presente― sea el único activo de la seguridad que ofrece.

Rajoy que ganó ofreciéndose como el cambio… se postula, nuevamente, negando que ahora el cambio ―o un recambio― sea conveniente. Hasta el tramo final no ha aparecido, a mi juicio, la palabra clave: «Trabajo para tener más futuro que pasado», ha dicho casi al concluir la rueda de prensa. Justo en ese momento se ha visto todo muy claro: ¿es Rajoy el futuro? Veremos si las elecciones se centran en él, en un plebiscito sobre su futuro, o sobre nuestro futuro colectivo. Ahí estarán, creo, las claves decisivas. Se ha despedido con un corte de voz e imagen muy jugoso: «Señoras y señores, nos vamos». Veremos qué deciden los electores.

Publicado en: El País (31.07.2015)(blog ‘Micropolítica’)
Fotografía: Emile Guillemot para Unsplash

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