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Agendas públicas

No, no es una «anécdota» que el presidente no informe de con quién se ve y habla en cumplimiento de sus funciones, como dijo la vicepresidenta Sáenz de Santamaría en el último Consejo de Ministros. Y mucho menos justificable es que el argumento para la no información sobre la agenda pública del Presidente sea «por el interés general».

Desde que Mariano Rajoy ha reanudado sus actividades (este lunes pasado), la agenda del Presidente en la web de La Moncloa solo recoge dos días con actividad programada. Hoy será recibido por S.M. el Rey en La Zarzuela y el próximo viernes, 24 de agosto, presidirá la reunión del Consejo de Ministros en La Moncloa y recibirá al equipo español que participará en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012.

No es mi intención valorar si esta actividad es poca, mucha, suficiente o conveniente, pero no me cabe ninguna duda de que el Presidente hace más cosas y, aunque no sean actividades públicas, sí que son de interés público. Este es el concepto de agendas públicas y transparentes con el que se mueven otros Gobiernos. No se trata de «actos», se trata de «actividad».

Barack Obama, por ejemplo, facilita la información casi por horas… y Hillary Clinton tiene, además, un mapa interactivo. Sorprende que en la versión final del texto aprobado —en ese mismo Consejo de Ministros del pasado 27 de julio— sobre el Proyecto de Ley de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Buen Gobierno no haya ninguna mención expresa a la obligación de informar de la asignación temporal (y sus contextos) de servicio público de nuestros representantes, o al menos de nuestros gobernantes.

No es un tema menor. La transparencia de las agendas públicas es un desafío si se quiere romper el cerco de sospecha permanente que cada vez se estrecha más sobre la calidad de nuestra democracia. No solo tenemos derecho a saber, sino que conviene explicar, si se quiere -realmente- romper el maleficio de desconfianza y descrédito. Es un pequeño gran paso. El secreto como fuente de legitimación política se acabó. Si no se puede saber, no se puede contar y no se puede mostrar, es que quizás no debería hacerse por razones políticas, éticas o incluso legales.

El Gobierno debería liderar, impulsar y aplicarse la ejemplaridad de la visibilidad pública de sus agendas como parte de una ofensiva democrática para recuperar el prestigio, dotar de significado, informar puntualmente e iniciar una profunda revisión del concepto de rendición de cuentas asociado a la transparencia y accesibilidad de toda su actividad. La verdad, una ojeada a la agenda de La Moncloa desanima al más voluntarioso de los ciudadanos dispuesto a ver, en positivo, la actividad pública de nuestros representantes. Se impone un cambio radical.

Fotografía: Pexels

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