Esperanza Aguirre tiene un don: conoce, perfectamente, cómo funcionan los medios de comunicación. Durante toda su larga trayectoria ha ocupado, por protagonismo e instinto político, o por sonoras «meteduras de pata» (así las ha calificado este mediodía), el protagonismo mediático. Su habilidad ha rivalizado con su torpeza, pero casi siempre ha conseguido sobrevivir a los errores, aunque no siempre haya capitalizado sus éxitos.
Hoy, de manera sorprendente, ha anunciado su dimisión. La puesta en escena ha sido sobria e inconfundible. Emocionada y serena, no ha perdido la compostura, a pesar del momento. Su tono desafiante («me divierte mucho cuando ustedes me preguntan, sobre todo de manera incisiva») ha sido menos altivo y ha sonado mucho más humano que nunca.
Aguirre, que siempre ha gestionado el tempo político con habilidad y determinación, parecía hoy una persona sin control de su tiempo personal. Es aquí, a la espera de nuevas declaraciones o revelaciones, donde debemos —quizás— encontrar las claves de su retirada, como ella misma ha dejado entrever con sus suposiciones. El tiempo vital de Esperanza ha ganado al tempo político de Aguirre.
Las retiradas en política son, a veces, una oportunidad. Aguirre es una luchadora infatigable, una política populista sin parangón y una extraordinaria y correosa corredora de fondo. Veremos cómo evoluciona su situación: la personal, la médica y la política. Pero ella no abandona nunca, que nadie se confunda. Un reloj de pulsera, con una vistosa correa con la bandera de España, le acompañaba en este momento difícil. Aguirre no improvisa. La hora de España está en su mano.
Aguirre se retira y el PP pierde una presidenta y un liderazgo político inclasificable. Rajoy no contaba con ella, pero sin ella está más solo que nunca. En política, tus adversarios dan la medida de tu liderazgo. Sin Aguirre, Rajoy no tiene el camino más libre, sino más tumultuoso.
«Ya les he dicho que para mí es una decisión trascendental pero para los ciudadanos es anecdótica» ha reconocido Aguirre en un gesto de humildad que ha sonado sincero. Conocedora de la brevedad del éxito y del fracaso, aspira a ganar tiempo, o a luchar contra él, en medio de la indiferencia, la añoranza o la crítica de los ciudadanos: «En política no se puede agradar a todo el mundo», ha sentenciado.
El final de su rueda de prensa ha sido tan práctico como, quizás, involuntariamente metafórico: «¿Algo más?» ha preguntado y, casi sin esperar respuesta, se ha levantado con un «muchísimas gracias». Justo las palabras que el apresurado y rutinario comunicado del Partido Popular no ha sido capaz de escribir. Reconocer no es lo mismo que agradecer.
Aguirre se despide a su estilo. Sin ceder nunca, sin dar un paso atrás. Su política ha sido un fiel reflejo de su personalidad: oportunismo, coraje, prepotencia y carácter. La presidenta se va, pero Aguirre nunca se retira.
Publicado en: El País (17.09.2012) (blog Micropolítica)
Fotografía: Alexandre Debiève para Unsplash
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