No es la ‘pela’

La reunión entre Mariano Rajoy y Artur Mas llega precedida por una exhibición mutua de fuerza y legitimidad. Ambos dirigentes han escenificado, en los días posteriores a la histórica manifestación del 11S, su determinación de mantener —hasta el final— sus posiciones políticas. El president parece que llega a la Moncloa para marcharse. La convocatoria de prensa, media hora después de que finalice la reunión, en las dependencias de la Generalitat de Catalunya en Madrid, y no en la sala de prensa de la Moncloa, es un hecho de fuerte contenido simbólico.

Los símbolos en política lo son casi todo. Las formas son fondo. Y más todavía cuando se trata de crear atmósferas de cooperación y de distensión, o bien visualizaciones de fuerte contenido político. Estas pueden ser algunas de las claves:

1. Las banderas. Artur Mas hizo su valoración de la manifestación del 11S en la galería gótica del Palau de la Generalitat, frente a la puerta de su despacho. Una ubicación sobria pero de máxima relevancia icónica y que, a lo largo de estos últimos años, ha estado reservada a las declaraciones políticas de mayor calado. Lo hizo acompañado de dos banderas: la europea y la catalana. Era un gesto fuerte con el que pretendía dar una respuesta institucional a la reclamación ciudadana del lema de la manifestación, «Catalunya, nou estat d’Europa». Era su opción singular de mostrar una estelada. La senyera al lado de las estrellas europeas. Hoy, en las escaleras de la Moncloa, las banderas española y catalana recibirán al president. Tradición reciente, iniciada por José Luis Rodríguez Zapatero, con la voluntad política de acoger, representar e integrar. Escenificación insuficiente para el president, y evitable si la rueda de prensa se hubiera hecho en la sala de prensa del presidente.

2. La recepción. La llegada en coche oficial al pie de las escaleras ofrece todo tipo de situaciones posibles, con códigos semióticos muy abiertos, que permiten graduar el nivel de afecto, proximidad, sintonía o predisposición con la que el anfitrión prepara la reunión. Este puede bajar al pie de las escaleras a recibir a su visita, lo que siempre se interpreta como un gesto de cordialidad. Y que los dos suban juntos las escaleras es una señal de compromiso compartido. O bien esperar arriba, ofreciendo un plano escénico de superioridad (ya que el visitante debe subir los escalones, produciéndose un desnivel visual muy acusado) y lanzar, o no, su brazo para el encaje de manos antes de que ambos dirigentes ocupen el mismo rellano, generando imágenes de autoridad que siempre tienen interpretaciones políticas muy marcadas. O, incluso, puede no esperarle en la puerta, agudizando la gravedad de la reunión y de la relación, evitando la foto del saludo inicial y toda la gama de reacciones de comunicación no verbal de los dirigentes propias del momento: gradualidad de la sonrisa, rictus facial y disposición corporal.  Sin foto en la puerta, se pasaría directamente a la escena de sofá, sin contacto físico previo. Sería un síntoma de algo nefasto.

3. La duración. Este tipo de reuniones tiene una duración mínima y previsible de corte protocolario. Pero que se alargue mucho, o que se acorte claramente, ofrece lecturas políticas muy diversas. Si la reunión es breve se puede interpretar como que no hay nada de que hablar, o no hay ninguna posibilidad de acuerdo. Si la reunión se alarga y, sorprendentemente, incluye el almuerzo (aspecto no previsto hasta el momento) se abrirían las especulaciones sobre el alcance de la discusión y las opciones de acuerdo político.

Josep Tarradellas, a la vuelta de su exilio, y en su primer viaje a España, pasó por Madrid. La reunión con Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno en aquel entonces, fue un desastre total. La desconfianza mutua, la tensión histórica y las incomprensiones políticas se apoderaron de ambos dirigentes impidiendo acuerdo alguno. Tarradellas, al finalizar, hizo una breve declaración que cambió el curso de la historia. No exagero. Afirmó (mintió) que la reunión había sido un éxito, muy productiva y con una gran sintonía entre ambos. Con sus palabras daba una segunda oportunidad al acuerdo y la negociación. Consciente de la irreversibilidad de las rupturas, el viejo president mostró una habilidad y una «resiliencia» propia de quien había estado 40 años esperando aquel momento. Y no iba a frustrarlo por una mala reunión. Suárez, sorprendido, descubrió que Tarradellas no cerraba la puerta y se dieron una segunda oportunidad. La Transición fue posible en Catalunya gracias a aquel gesto de instinto y responsabilidad.

4. Las palabras. La reunión tendrá una valoración posterior. La forma en que se lleve a cabo por parte del Gobierno también ofrecerá abundantes pistas de interpretación del clima político del encuentro. Rajoy tiene tres opciones: la primera, el prudente silencio (no hacer comentarios ni declaraciones, al menos hasta esperar el desarrollo de la rueda de prensa del president). Silencio que también puede ser percibido como displicente. Segunda, un comunicado escrito que permite medir bien las palabras y evitar las preguntas. Y la tercera opción, la comparecencia de la vicepresidenta o del propio presidente.

Sea cual sea el formato elegido, las palabras hoy valen doble. Las que se dicen, y las que no. Ambos dirigentes se enfrentan a algo más que a la defensa de sus legítimas posiciones. Se enfrentan al vértigo político. Las posibilidades de que la política sea una oportunidad dependerá de la gestión y administración de las palabras. Sin ellas, solo representarán lo que son, y la opción electoral o refrendataria sustituirá la mesa de negociación por las urnas de afirmación. Con ellas, pueden dar una opción al diálogo y al acuerdo.

5. El marco. La nota de prensa que sobre este encuentro ha distribuido la Generalitat de Catalunya es inequívoca: «El president de la Generalitat, Artur Mas, i el president del Govern espanyol, Mariano Rajoy, es reuniran al Palau de la Moncloa. Aquesta serà la segona reunió entre tots dos mandataris i se centrarà en la proposta de pacte fiscal, aprovada el passat mes de juliol pel Parlament de Catalunya». Claramente centrada en la cuestión financiera. Nada que ver con la mención a la misma reunión que se encuentra en la página web de la Moncloa, en la que se hace una simple referencia a la hora y a los asistentes.

Pero esta reunión no va solo de la «pela». Como tampoco la manifestación fue una “algarabía”, ni lo que propone Catalunya es una «quimera». La simplificación con la que abordamos problemas complejos, de intensa emocionalidad y de fuerte contenido político, puede arruinar, todavía más, las mínimas opciones de acuerdo y pacto. Los tópicos («Barcelona és bona si la bossa sona»; y «la pela es la pela»), con su abrasiva facilidad, han servido durante años de coartada a la pereza mental que ha impedido comprender cuál es, realmente, el asunto central. No se trata de dinero, simplemente. Se trata de poder, de reconocimiento y de voluntad. En fin: de política, no de dinero. Aunque sin él, no hay opciones para la política. Veremos qué acuerdan y, sobre todo, qué desacuerdan.

Publicado en: El País (20.09.2012) (blog Micropolítica)

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