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Obama inquieto

Obama no votará el 6 de noviembre. Ha decidido hacerlo ya, en Chicago, donde votará con anticipación. Tiene prisa. Inquietud y nerviosismo. En los tres debates ha demostrado, finalmente, que sabe perder, reaccionar e imponerse. Pero a pesar de demostrar que es más presidente que Mitt Romney, sigue siendo un candidato que no ha conseguido argumentar por qué merece cuatro años más. Está convencido de que va a ganar, pero no está seguro, y estos días van a poner a prueba su paciencia, resistencia y seguridad.

El Presidente salió reforzado después de una victoriosa convención demócrata en Charlotte: «Bin Laden está muerto, y la General Motors sigue viva», se jactaban. Fue con estos aires de celebrity con los que entró en el último reto de campaña: los debates. Según un sondeo del Washington Post, publicado un día antes del primer debate, Obama aventajaba a Romney en todos los grandes temas de campaña, y en todos los Estados clave.

Pero Romney salió vencedor del primer round y le dio una lección de humildad al presidente. Minutos después del debate, el escenario político se movió. Fue tal la sorpresa que los republicanos decidieron redefinir su estrategia, reinventando a su candidato, a partir de la imagen positiva que consiguieron trasladar tras el evento. ¿La respuesta del presidente? Acusar a Romney de no ser honesto, de no mostrar quién era realmente.

En el segundo debate, volvió el Obama orador, el líder telegénico y seductor; el Obama en escena que se mueve como pez en el agua, el que lucha contra la desigualdad y la discriminación, el presidente de las mujeres. El presidente se mostró agresivo, y Romney se mantuvo a la defensiva.

El tercer debate fue hasta doloroso para un Romney desdibujado. Obama, en vez de un presidente, parecía más bien un profesor de escuela que, paternalista y con paciencia mal disimulada, le explicaba al exgobernador cómo funciona el mundo: «Creo, gobernador Romney, que tal vez no has pasado suficiente tiempo observando cómo funciona nuestro Ejército. Has mencionado, por ejemplo, que tenemos menos barcos que en 1917. Bueno, gobernador, también tienen menos caballos y bayonetas (risas)».

Esta estrategia de condescendencia le llevó a la victoria pero, como ocurrió en el segundo debate, no se tradujo en una ventaja en las encuestas. El presidente estuvo a la ofensiva, pero su victoria es hasta ahora un espejismo. La arrogancia es un arma peligrosa —¿de doble filo?— para el presidente. A doce días de las elecciones, en plena recta final, Obama debe de estar nervioso. Gana pero no convence. Y su superioridad parece orgullo, no virtud.

Publicado en: El Periódico de Catalunya (26.10.2012)(Blog Born in the USA)
Fotografía: Joshua Hoehn para Unsplash

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