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Un gran desafío

El tiempo pasa inexorable. También para el rey. O, quizá, más para él. Una institución que hace de la muerte su opción preferente para el traspaso político, salvo abdicación, es una institución peculiar, en la que el tiempo es importante. Muy importante. La herencia sustituye a la alternancia; el linaje, a la democracia. Siempre me sorprendió la declaración de la reina Doña Sofía: «¿Abdicar? ¡Nunca! El rey no abdicará jamás. Ni lo hablamos nunca. Se da por sobrentendido que reinará hasta la muerte. A un rey solo debe jubilarle la muerte. Salvo que… Lo deseable, lo conveniente por el asentamiento de la propia institución en los tiempos nuevos de España es que el rey muera en su cama y alguien diga: «El rey ha muerto. ¡Viva el rey!».

En estas circunstancias, es normal que el 75º aniversario del rey Juan Carlos I despierte interés…, y curiosidad. El rey es mayor, sí; pero cumple 75 años en un país de personas mayores. Nuestra cuarta edad. Nuestro país será el más viejo del mundo en 2050, afirman los expertos. El rey ha envejecido, como España.

Fidel Castro se retiró con 82 años, aunque sigue «como guía de la revolución». François Mitterrand fue presidente de la República a los 65 años, y con 79 terminó su cargo. Y Winston Churchill concluyó su mandato como primer ministro a los 81 años. Es decir, tener 75 años no es, necesariamente, un problema , pero perder el contacto con la realidad, o la capacidad de gestionarla, sí.

El rey tiene el cuerpo lleno de cicatrices. Sus lesiones forman parte de la particular guerra que a veces ha librado contra su propia naturaleza, y contra la de otros seres vivos. Una mezcla de demasiados accidentes, infortunios y temeridades jalonan su expediente. Su inevitable -¿o no?- deterioro físico va acompañado del deterioro de la aceptación y valoración que la institución que representa tiene hoy entre los ciudadanos.

El rey se enfrenta, en el último tramo de su larga vida de servicio público, a su batalla más difícil. Ya lo decía el poeta griego Hesíodo: «Una mala reputación es una carga, ligera de levantar, pesada de llevar, difícil de descargar». Juan Carlos lucha por pasar el testigo en mejores condiciones. No lo tendrá fácil. El pavoroso descrédito de la política también afecta, y mucho, a la monarquía. Una poderosa operación de marketing político, con amplias complicidades políticas y mediáticas, está a su servicio. Pero las huellas de la edad en su rostro no son nada comparadas con las huellas de la reputación en la opinión pública.

El rey quiere demostrar que está en forma, en una ofensiva estética en un entorno de vulnerabilidad ética. Un combate contra el tiempo y sus secuelas. Su agenda es casi impropia de un hombre de su edad. Demasiado. Este desafío político —y biológico— puede jugarle malas pasadas. El exceso en la gesticulación te acerca, por igual, al ridículo que a la heroicidad. España no necesita un supermonarca, sino un rey que sepa comprender su tiempo y el tiempo adecuado para tomar las mejores decisiones.

Publicado en: El Periódico de Catalunya (5.01.2013)
Fotografía: Jason Olliff para Unsplash

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9 COMENTARIOS

  1. Entre 1975 y 1978, los ciudadanos aceptamos unos acuerdos de mínimos consensuados por partidos políticos recién renacidos. El objetivo era evitar nuevas confrontaciones violentas entre personas y naciones del Estado. Eran acuerdos de mínimos, insisto, para avanzar en paz, pero los firmantes -incluido la derecha renuente de la primera hora- sacraliza y perpetúa la letra de aquellos días, hoy obsoleta. Monarquía y nuevos acuerdos entre las naciones de España, exigen una revisión que niegan los mismos que consagran la inmunidad del Franquismo. La constitución del 78 no es un corsé; su inmovilismo literal, sí.

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