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Sin reuniones, sin ruedas de prensa

Mariano Rajoy ha impuesto su lógica, su código. Desde hace casi un mes no hay ruedas de prensa. El PP ha suspendido por tercera semana consecutiva la reunión del comité de dirección de los lunes en la calle Génova, que suele ir acompañada de la comparecencia ante los medios de comunicación. Desde que María Dolores de Cospedal atribuyó el finiquito de Bárcenas a una «indemnización en diferido en forma de simulación de salario», no ha habido más riesgos. Todo lo contrario. Rajoy ha elogiado y reforzado a Cospedal: «una mujer excepcional que nunca le dijo no», y ha evitado él mismo casi todos los contactos con la prensa.  El caso Bárcenas ha condicionado de tal manera la acción del PP que, por no atender a los medios, el partido no se reúne formalmente. Grave, preocupante y difícilmente justificable.

Esta estrategia no es nueva. Rajoy está convencido de que la opinión pública es voluble y se agota con facilidad. Y que, aunque no olvida, sí que pierde el interés por volátil e inconstante. Cree que los medios se fagocitan a sí mismos y que todas las lesiones políticas o reputacionales por el caso Bárcenas ya están descontadas en términos electorales. Además, sostiene que sin ocasiones (ruedas de prensa y preguntas) no hay espacio para las noticias (cuando pueden no ser favorables), o para los riesgos (cuando no está garantizado el control de daños). No cree en la comunicación como pedagogía, sino como recurso. No es una obligación (o una voluntad), es un trámite, casi un suplicio. Rajoy aplica una curiosa y particular estrategia de crisis: el silencio elocuente. No hay manual que lo sostenga. Pero él lo impone, fiel a su estilo y personalidad. O es fruto de la inseguridad, o de una osada seguridad sin fundamento.

El periodista Álex Grijelmo acaba de publicar un imprescindible y oportuno libro: La información del silencio. Cómo se miente contando hechos verdaderos. El autor cree que, hoy en día, «la principal manipulación informativa está en el silencio» y no en decir mentiras u ofrecer datos falsos. Y con el silencio hay que tener cuidado porque «tiende a llenarse de significado, es información».

Este es precisamente el riesgo —mucho peor que enfrentarse a la verdad— que asume Rajoy: que los demás supongamos, que interpretemos, que especulemos. Y, en esta tesitura, suponemos un secreto, interpretamos un chantaje, especulamos con un delito. Esta estrategia alimenta la antipolítica. Al no esclarecer los hechos, Rajoy comete un grave error que no se compensa con los beneficios del no-riesgo.

Nuestro sistema de representación ha perdido sus amortiguadores y sus zonas de distensión y seguridad. Hoy la percepción es cruda y ruda respecto a una posible situación sistémica de corrupción generalizada. Con su silencio, alimenta la especulación que no se decanta por la duda, sino por la sospecha. Sin credibilidad, y con la confianza exhausta para otorgar crédito adicional a la política, su silencio le protege (de momento) mientras destruye el suelo democrático. Sería mejor, para los desafíos y la salud democrática de nuestro país, conocer la verdad que sospecharla. Este es el daño irreparable.

Rajoy puede haber hecho su apuesta definitiva en esta legislatura. Lo vimos, en parte, en el Debate del Estado de la Nación. El presidente confía en el tiempo como remedio, como estrategia y como garantía. Ha sacado la calculadora y, aunque el bipartidismo muestra signos de agotamiento, confía en que, por muchas razones, su distancia con el partido de la oposición será superior a la distancia que le faltaría respecto a conseguir una cómoda mayoría parlamentaria. Este equilibrio sería suficiente para garantizarle la gobernabilidad por pura aritmética: es más fácil poner de acuerdo a dos o tres formaciones para un gobierno estable, que lo hagan cinco o seis (mínimo) que serían las que, hoy, necesitaría cualquier gobierno alternativo.

En estas circunstancias, el caso Bárcenas no es un problema (grave) —pensarán— si se cumplen dos condiciones: que no afecte directamente al presidente y que el delito no sea corporativo. Decía el presidente George Washington, en su discurso de despedida hace más de doscientos años: «La mejor política siempre es la honradez». Rajoy puede sobrevivir políticamente… pero ¿a qué coste democrático? Tras este cálculo posibilista, la política se hunde en un pozo insondable. Y él no podrá zafarse de la máxima que presidía el despacho de otro presidente norteamericano, Harry S. Truman: «¡La responsabilidad final es mía!».

Publicado en: El País (26.03.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: Ål Nik para Unsplash

Artículos de interés:
No con mis datos (Pilar Blanco-Morales Limones. El País, 20.03.2013)

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