Todos tenemos un pasado. Pero para un político, casi siempre, su pasado es su futuro. Y tiene toda la razón Alberto Núñez Feijóo cuando dijo, en 2009: «Un alto cargo no puede estar en malas compañías». Cuesta comprender que, con semejante techo de vidrio, Feijóo no dudara en lanzar piedras contra el tejado del candidato del BNG en la campaña de aquel año, con relación a otras fotografías, con yate y personaje turbio incluidos en el encuadre. Las palabras, en política, como sucede con el pasado, también vuelven… y nos recuerdan —hasta avergonzarnos— que la moral pública exhibida en su momento como virtud o mérito, no resiste la verdad —y el contraste— de la moral privada revelada o descubierta.
El poder político siempre se ha sentido acomplejado con el poder económico, y con su versión lujosa y opulenta. Las diferencias de ingresos entre nuestro cargo público mejor pagado y las nóminas, incentivos, bonus, stock options e indemnizaciones que se manejan entre los responsables de corporaciones (no necesariamente grandes) es abismal. Debe ser duro —y tentador— no asociar dinero a poder. Duro pero ejemplar y conveniente en democracia. Y un presidente, habitualmente, tiene bastante poder, pero no necesariamente bastante dinero. O no debería, mejor. Este contraste, cuando es asumido sin complejos y con tranquilidad humilde es parte de la grandeza de la ética política y democrática. El poder democrático no tiene los mismos fundamentos que el poder económico. Ni los mismos valores.
Por eso, cuando un empresario (o una persona afortunada) presta un helicóptero o un avión para la campaña electoral por ejemplo (como ya le sucedió a Feijóo), paga una cacería un fin de semana en una finca o en la sabana, o bien te invita a un agradable paseo en yate… hay que activar todas las defensas mentales y ser capaz de decir, simplemente: «no, gracias». En caso contrario, el riesgo de que esa actuación (que se convierte en relación) sea considerada impropia (ilegal o inmoral) es muy alta. Y la tentación de gestionarla de manera reservada, discreta o secreta es golosa… hasta que te fotografían. Y la verdad siempre sale… en forma de cuentas pendientes, chantajes o debilidades. O en forma de periodismo de calidad o de ojo ciudadano con móvil en la mano. ¿Tiene Feijóo otras fotos (otras relaciones) que le comprometan?
Los yates, en especial, han sido el escenario de muchos contextos políticos, y de no pocos errores. Tienen morbo. Las fotos de jóvenes en los yates de Silvio Berlusconi, o las vacaciones pagadas sobre una eslora de 60 metros de Nicolas Sarkozy, han alimentado (y confirmado) la peligrosa relación entre lujo y política. Además, los marcos mentales de la publicidad y el cine han machacado adicionalmente nuestro imaginario. Y los yates son sinónimo, también, de placeres inalcanzables, ocultos y excepcionales. Y de dinero, mucho dinero.
España es uno de los grandes países con longitud de costa, y los deportes náuticos, así como la pesca, forman parte de nuestra identidad y configuran nuestra personalidad. Y aunque han crecido la industria y los servicios de la navegación de recreo como un estímulo y un atractivo a nuestra oferta turística, los yates siguen estando asociados también —en nuestra iconografía y cultura— al poder político: recordemos el ya desguazado Azor del dictador Francisco Franco, y todos los Bribones (hasta XV) del rey Juan Carlos I.
Feijóo puede estar en algo más que un aprieto embarazoso. Y la táctica de acusar a la prensa que las revela o a perversos intereses (¿o rivales escondidos?) que quieren «truncar su carrera», no empañara la visión diáfana de las fotografías. Y el recuerdo de su cruzada contra sus opositores en 2009 es muy reciente… y memorable, así como sus hábiles y diferenciadas posiciones respecto al caso Bárcenas, por ejemplo. Ha exhibido e impartido mucha ética. Las explicaciones de Feijóo deben disipar más que dudas (afirmar que son «simplemente unas fotos», no parece muy sólido), o las especulaciones minarán su trayectoria y el futuro de quien bien pudiera ser un relevo de Mariano Rajoy.
Publicado en: El País (1.04.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: Randy Laybourne para Unsplash
Enlaces de interés:
– Los juzgados tramitan 1.661 causas de corrupción política o financiera (El País, 25.04.2013)
Política y yates: Publicado en: El País (1.04.2013)(blog ‘Micropolítica’)
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Antoni,
La industria náutica en España genera riqueza y empleo, criminalizarla, tal y como viene ocurriendo con el caso Feijoó, anteriormente el de Anxo Quintana y otros muchos puede acabar con lo poco que queda de ella, tras la crisis que sufre el sector, al igual que otros sectores industriales en este país.
Solo un dato: El 80% de los barcos que se matriculan en España, generando impuestos y actividad económica con otros subsectores, son embarcaciones de carácter familiar de entre 8 y 12 metros. Las actitudes delictivas son de las personas no de los barcos.
La imagen que se quiere asociar a Poceros, Berlusconis, capos de la droga y demás es, cuanto menos, injusta para los empresarios españoles de los astilleros , importadores, industria auxiliar de motrores, electrónica, etc que, insisto, tratan de mantener sus negocios, los puestos de trabajo y, en muchos casos, la tradición en generaciones. #SOSNAUTICA
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[…] problemas de comunicación y de imagen del Rey no pueden resolverse forzando las costuras institucionales, ni atribuyéndole funciones no […]