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Tras 18 meses: la comunicación

Han tenido que pasar 18 meses para que Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, haya dado instrucciones precisas para dar un giro a la comunicación gubernamental. Más que un giro (de dirección, de orientación) se trata casi de un inicio. Quizá, demasiado tarde. Aunque los responsables de la comunicación aseguran que, en términos comparativos con otros líderes europeos, Rajoy ha hecho tanto o más que sus homólogos, el dato es discutible y, sobre todo, no se ajusta a la percepción pública más extendida, ni con el crítico momento económico y social que vive nuestro país, y que hubiera reclamado una determinación pedagógica y comunicativa que Rajoy ha despreciado o ignorado por incapacidad o desconocimiento. Rajoy si ha comunicado, no lo ha parecido. En absoluto. Y si lo ha parecido, no le ha servido. El plasma ha sido letal. Su imagen está hundida.

Sus propios correligionarios, los llamados barones, no se han mordido la lengua o buscan distanciarse del estilo Rajoy. Esta misma semana, Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia, se ha apresurado a afirmar que al Gobierno le falta «un relato» para «hacerse entender». Y no son críticas aisladas. Es decir, que en el caso de que informe del qué, cómo y cuánto, no ha sido capaz de explicar los «porqué». Esta es la clave. Informar y justificar son cosas diferentes. Rajoy tiene el poder, pero ha sido incapaz de hacer pedagogía. Y, en política, esta limitación se paga duramente y se soporta muy mal.

La ofensiva de comunicación la dirigirá, paradójicamente, el mismo equipo. Cambio de estilo y actitud, no de personas. Se cuidará a los corresponsales extranjeros y se invitará a periodistas —especialmente de medios económicos anglosajones— a conocer de primera mano las medidas y los resultados estimados o previstos. No es la primera vez, pero la anterior data de octubre pasado. Una eternidad. Rajoy es consciente del tremendo desgaste de la marca España —y de la suya— en el exterior, que lastra y perjudica la confianza en nuestro país, sin la cual la recuperación es mucho más compleja. La vulnerabilidad es extrema, agudizada por la ciénaga de la corrupción. La desconfianza nace con el desconocimiento, y crece con la incomprensión y la irritación. Cuando se confirma que se gobierna con un programa diferente por el que se fue elegido, la grieta bajo los pies se abre.

Aunque todas estas medidas, y las que tengan o vayan a preparar, pueden ayudar al Gobierno y a su política de comunicación, lo más importante será lo que haga —o deje de hacer— el mismo Rajoy. Esta ofensiva llega tarde, y puede ser insuficiente sin cambios más profundos que deberían afectar —probablemente— a la composición del Gobierno, a la reestructuración y ubicación de las competencias comunicativas, y a una poderosa agenda de Rajoy centrada en la relación, conexión e interlocución. Este debería ser el nuevo relato. Sin cambiar su actitud, no hay estrategia ganadora. Para entendernos: Rajoy necesita un coach, además de una estrategia. Su entorno afirma que es muy difícil cambiarle. Justo lo que se necesita.

La foto del Presidente, distribuida esta misma semana, trabajando solo en su despacho (y con el ordenador apagado, un metáfora impagable) es otro error. Aunque el espacio sea agradable y moderno. No es la primera vez que su equipo siente una fascinación torpe por el superhéroe y filtra sus mesas de trabajo, que casi siempre revelan más de lo que pretendían. Querían humanizarle y revalorizarle, mostrando su entorno y su dedicación. Pero es precisamente la soledad, el ensimismamiento, la reclusión en su despacho, lo que hay que atacar en lugar de promocionar. Nadie duda de su capacidad de trabajo y de su esfuerzo y resistencia personal. Las dudas están en otras áreas. Mostrar que trabaja es casi ridículo. Nos interesa el cómo y con quién.

Decía Dwight Eisenhower que «el liderazgo: es persuasión, y conciliación, y educación… y paciencia». Rajoy parece que ha leído mal o parcialmente la cita. Nos pide paciencia. Justo la que no se tiene ni se puede conceder a quien ha quebrado la confianza. Debería concentrarse en la persuasión (de lo que hace y dice), en la conciliación (de políticas, de acuerdos y de pactos con las fuerzas políticas y sociales) y en la educación (en otra educación).

Publicado en: El País (12.05.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: TopSphere Media para Unsplash

Enlaces de interés:
El poder de las metáforas (Àngel Castiñeira y Josep M. Lozano. La Vanguardia, 10.05.2013)

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