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Aznar y las primarias del PP

Mariano Rajoy no era el preferido pero fue, finalmente, el elegido de José María Aznar para sustituirle. Esta relación de traspaso de legitimidad política a través de una decisión personal no deseada o no preferida, aunque después aclamada y aceptada colectivamente por el PP, establece un delicado encaje personal y político. En estas circunstancias, los complejos, las fidelidades, las filias y fobias sustituyen a las relaciones normalizadas y libres y enmascaran los argumentos y las autoridades. Quien cede así, siempre se siente patrimonialmente propietario del poder delegado; quien lo recibe así, siempre está en deuda o vigilado. Los padres no siempre se reconocen o reconocen la trayectoria de sus hijos. Y ya sabemos que, en psicología, muchas veces la muerte al padre es el único y auténtico momento de emancipación personal de los vástagos cuando son, además, herederos.

La andanada de Aznar, cuestionando los estilos y las acciones del presidente del Gobierno, ha sacudido a la opinión pública y provocado una reacción del entorno político de Rajoy, y de la mayoría de los cargos institucionales, de defensa cerrada del actual líder del PP. Los argumentos son diversos, pero casi todos centrados en dos ejes: ahora le toca a Rajoy y hay que ofrecerle el mismo apoyo que tuvo Aznar. Lo contrario es una equivocación histórica («nunca segundas partes fueron buenas»), y una deslealtad impropia e injusta por parte de quien tuvo y retuvo todo el poder.

La coreografía casi unánime de la respuesta popular puede confundir el análisis y despistarnos de lo que está —realmente— en discusión. No creo que Aznar le quiera mover la silla para ocuparla él… (sus compromisos profesionales y económicos o editoriales son más importantes), lo que le quiere arrebatar es la bandera ideológica. Y volver a decidir el sustituto o sustituta.

El auténtico poder, en una sociedad líquida, son las ideas y las convicciones. O sus patrimonios. De ahí la apelación constante al programa y a los valores —de siempre— del PP, que nadie mejor que Aznar puede interpretar. En otros contextos, este papel de guardián de las esencias (o de la revolución, como por ejemplo de los ayatolás iraníes) otorga un papel difuso pero muy efectivo: no gobiernan, pero deciden; no son electos, pero eligen.

Rajoy ha acertado, seguramente, al evitar el choque frontal. Fiel a su estilo, se aparta, y espera. Otra vez, el tiempo y la inmovilidad como aliados estratégicos. Pero el combate no es personal, a pesar de las acusadas personalidades de ambos, el combate es sobre ideas. De alguna manera, Aznar ha abierto las primarias invisibles e imposibles del PP. Con su acicate amenazador, ha situado en el centro del debate estilos, ideas, propuestas y valores… Es decir, dibuja un marco de referencia para un candidato/a invisible hoy (aunque aceche), que podría «ocupar» con naturalidad, plenitud y renovada legitimidad (la de Aznar) el espacio que dibuja, que bosqueja y predefine la ofensiva del expresidente.

Rajoy puede evitar el choque, pero no el debate, incluso aunque anteponga las «necesidades primarias» (ocupación y crisis económica) a cualquier otra consideración, con la muletilla de que es la crisis y sus consecuencias lo que realmente interesa a los ciudadanos. Pero si  rehúye el debate, añadirá a las supuestas acusaciones de debilidad (ideológica, caracterológica o política) la de la cobardía o la vacuidad. Reafirmar el rumbo es obvio y lo mínimo, pero no suficiente para la ofensiva de propuestas y argumentos que le viene encima. Matar al padre (políticamente) no es ningunearlo, para evitar un conflicto siempre desagradable por las connotaciones personales y psicológicas, se trata de liberarse de sus ideas, de sus patrones, de sus consejos que son órdenes, no recomendaciones.

Aznar ha abierto las primarias que no se realizarán formalmente en el PP. Pero que deberían ser una buena oportunidad para discutir —y de nuevo, hacer pedagogía— de las razones, argumentos y soluciones que propone hoy Rajoy para los desafíos y retos pendientes. Tiene una gran oportunidad. Apoyos en su partido no le faltarán. Pero si quiere reemplazar las lealtades de hoy (siempre frágiles cuando se trata de intereses personales y electorales) por el auténtico liderazgo político, le va a hacer falta mucho más que negarse a hablar del tema. O esperar a que el tiempo lo resuelva.

Publicado en: El País (24.05.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: Sebastian Pandelache para Unsplash

Enlaces de interés:
El Aznar que yo vi (Victoria Prego. El Mundo, 23.05.2013)
Aznar y la temeridad de Rajoy (José Antonio Zarzalejos. La Vanguardia, 26.05.2013)

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15 COMENTARIOS

  1. […] La andanada −exigente− del expresidente para que Rajoy aproveche sus votos (la mayoría parlamentaria) para seguir con reformas de «alta intensidad» va dirigida contra su política y… su carácter. Esto es lo nuevo, aunque llueva sobre mojado respecto a las críticas −algunas despectivas y humillantes− que ha recibido Rajoy durante años. La reiterada crítica al vacilante y silente liderazgo del Presidente, así como su tendencia a contemporanizar y su falta de coraje político con los adversarios (en particular con los nacionalismos), son señalados por Aznar y por los que le jalean como defectos o complejos (los famosos Mari Complejines) con sus gestos y sus palabras. Aznar lidera el «dales caña» popular con su propio ejemplo adusto y severo. Rajoy no podrá hacerse el despistado. Le piden reformas y carácter. Las primeras puede conseguirlas, lo segundo está por ver. Hay un combate ideológico con aspecto hormonal. Silencios y cálculos contra testosterona y estrategia. […]

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