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Rajoy entre Margallo y Morenés

Probablemente, la ciudadanía no sepa qué está pasando exactamente, ni cuáles son los problemas concretos. Pesan más los antecedentes. Es decir, vemos el presente con el pensamiento del pasado, con las imágenes antiguas, con sus tópicos y sus clichés. El pasado nos impide imaginar el futuro, mientras distorsiona el presente. Y solo vemos que, otra vez, Gibraltar ocupa los titulares y las declaraciones. Es como las viejas historias familiares de rencillas y conflictos: las reacciones siempre son mucho peor que el recuerdo de las causas originarias del problema. Lo que transforma una tensión en una crisis es, siempre, la reacción.

Hay quien pensará (dudará, sospechará… —este es el resultado de la credibilidad de Mariano Rajoy—) que esta escalada de tensión diplomática con el Reino Unido es parte de una sofisticada y calculada estrategia de distracción del caso Bárcenas, por ejemplo. Una cortina de humo, se dice en el lenguaje de las estrategias de comunicación política (por cierto, no dejen de ver la película que con el mismo nombre protagonizaron Dustin Hoffman, Robert De Niro y Anne Heche. En Latinoamérica se distribuyó con el nombre «Mentiras que matan»). Y otros pensarán que el Gobierno actúa honestamente en defensa de los intereses de España y de los españoles, sin pretender rédito al lesionado crédito político del Presidente.

Pero lo que sí que es incuestionable es que la estrategia de comunicación de La Moncloa se mueve entre la prudencia de Pedro Morenés, ministro de Defensa, y la agitada posición de José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores. Nos movemos entre «la sensatez» del responsable militar y la excitación del responsable diplomático. Curioso y paradójico. O no. Hay quien confunde el arrojo con la arrogancia.

En medio se encuentra Mariano Rajoy, que exhibe una renovada vitalidad (brío y fortaleza, en este caso) tras el debate parlamentario sobre el caso Bárcenas. La pretensión de Rajoy de forzar a negociar a David Cameron, el premier británico, con «el mantenimiento todas las medidas legales, proporcionadas y aleatorias que su Gobierno considere necesarias» es arriesgada. La apuesta ha subido hoy otro escalón con la amenaza de Margallo de que «sopesa llevar el contencioso de Gibraltar a los foros internacionales».

En España, sigue siendo bien valorada la condición enérgica de nuestros políticos. Preferimos que se note el poder aunque no sea efectivo, a que no se note aunque cumpla. Todavía la testosterona tiene predicamento en nuestro entorno. Más que la neurona, lamentablemente. Lo nuestro no es el soft power. Es el poder duro, pero sin poder efectivo.

Lo cierto es que, fuera calculado, sobrevenido o sobreactuado, La Moncloa parece que ha encontrado un relato al momento (estival) y al instinto (nacionalista) de buena parte de los electores. Una mezcla perfecta. Envuelto en la oportuna bandera cualquiera puede ser un héroe. Pero en política los héroes patrios casi siempre son incompetentes camuflados o disfrazados. No necesitamos bromas ni bravuconadas. Necesitamos pensamiento y estrategia.

El conflicto de la roca ha empezado (mejor dicho, continuado) con unas rocas. Las de hormigón y alambre lanzadas por los gibraltareños para crear —dicen— un arrecife natural. «Atacan» por mar, por el fondo marino, titula la prensa. Un ataque a un país cuyo último juguete submarino no puede reflotar y se hunde sin posibilidad de ascender.

Una escalada tiene dos partes: subir peldaños… y saber bajarlos. Casi siempre la bajada es la medida de tu ascenso. Y los accidentes se producen, muchas veces, en el descenso cuando te faltan las fuerzas o te excediste en la subida. Rajoy debe calcular bien sus pasos y no dejarse llevar por el ruido ensordecedor de los que le animan con el inefable «a por ellos». La roca puede ser el escenario para despeñarse, definitivamente.

En política no hay nada peor que la irrelevancia. Que anuncies que llegarás «hasta las últimas consecuencias» (expresión tan manoseada que ha dejado de tener carácter dramático) y que, en realidad, no llegues ni a la esquina. La tensión es gestionable, las crisis son imprevisibles. Rajoy busca una oportunidad pero puede encontrarse con la incomodidad e incomprensión de nuestros socios que no quieren más ruido y que España les preocupa tanto como les cansa. Rajoy necesitará más tacto que medidas de facto. Mucho más.

Publicado en: El País (11.08.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: Daniele Levis Pelusi para Unsplash

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