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Rajoy y el principio de Arquímedes

La legislatura del presidente Mariano Rajoy parece (¿irremediablemente?) caracterizada por un hecho singular, por su contradicción: Mariano Rajoy es un Presidente con un extraordinario poder, gracias a su cómoda mayoría parlamentaria, pero —paradójicamente— no puede ejercerlo con libertad. Sea por sus compromisos internacionales con el proceso de concertación macroeconómica con nuestros socios europeos; o sea por las limitaciones para ejercer una política autónoma (dinámica y creativa) de sus bases y del entorno del ex presidente Aznar, parapetado en la Fundación FAES y que siempre le enmienda la página con un tachón. Rajoy está sentado sobre la silla más poderosa, pero no controla casi ninguna de sus patas.

Es evidente que, a estas limitaciones, Rajoy contribuye con un liderazgo calculador y evasivo, al que hay que añadir su particular modelo de gestión de la comunicación y el apego a la quietud como estrategia central. El resultado es que el Presidente parece que poco puede hacer libremente, bien porque no quiere, o bien porque no puede o no sabe. Y, en consecuencia, se le percibe como condicionado hasta el extremo. Ya lo demostró hace unos meses cuando aseguró que no podía aplicar su programa electoral. O cuando admite, en conversaciones reservadas con diversos interlocutores, que no puede hacer nada, por ejemplo en Catalunya, sin que su autonomía sea cercenada por un motín político interno generalizado. Quisiera, pero no puede… o no se atreve.
Parece, pues, que Mariano Rajoy para algunas cosas relevanteses prisionero de su mayoría absoluta, con la que puede hacer mucho… y, a la vez, muy poco, cuando hay que gestionar la complejidad, la negociación, el acuerdo. Cuando se trata del BOE, no hay problema. Cuando se trata de la política, Rajoy parece atrapado por su propio poder, incapaz de explorar nuevos —y necesarios— terrenos. Esta es su situación. Y España y sus desafíos se enfrentan al hecho de que el máximo responsable de la política ejecutiva no tiene suficiente autoridad para ejercer su libertad. Dramático.

Lo hemos visto, recientemente, en la sentencia europea sobre la doctrina Parot. Rajoy ha pasado de hablar de la climatología («llueve mucho» dijo al ser preguntado hace unos días) a permitir que una parte de las bases del PP sean hoy representadas y capitalizadas por líderes que le cuestionan, le acechan y que le moverían la silla a la más mínima oportunidad. Va a remolque, parece.

Rajoy puede ver cómo su liderazgo es deteriorado por una ley física que tiene mucho de política: «Un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja» (principio de Arquímedes). Es decir, que del espacio que no ocupa, puede acabar siendo desalojado por su propia inercia, si recibe la fuerza contraria adecuada. En caso de dudas, que se lo pregunten a los políticos franceses con el ascenso populista del Frente Nacional que hoy, si se celebraran las elecciones europeas, ganaría sin problemas.

Rajoy adora las soluciones por decantación, no por opción alternativa, ni por decisión. Rajoy no abre caminos, opta por los que se le ofrezcan. Prefiere esperar para ver cómo se separan, lentamente, los elementos complejos de cualquier situación para optar, finalmente, por la posición más clara, más decantada. Pero, para ello, necesita tres cosas que la fluida política española no tiene: tiempo, inmovilidad y temperatura, adecuados.

Tiempo. Es el que cree que tiene, en el que confía, al que acude en momentos de zozobra o preocupación. Pero cada vez es más evidente que los problemas de la política española adquieren una aceleración creciente, una velocidad y concentración que no se resuelven con la inmovilidad o con una versión perezosa de la paciencia.

Inmovilidad. La decantación necesita estabilidad, para que las leyes de la gravedad hagan su papel discriminador y seleccionador. Pero, también en esto, la política española muestra signos evidentes de inestabilidad. La mesa cojea y se mueve constantemente. En estas circunstancias, difícilmente la decantación es clara y suficiente.

Temperatura. El liderazgo de Nelson Mandela está cuajado de pensamientos con carga de profundidad, que conviene revisar en tiempos de inanidad intelectual. Uno de ellos dice: «Cuando el agua empieza a hervir, es inútil apagar el fuego». Es decir, que cuando un fluido entra en fase de ebullición no hay decantación posible.

Pues así estamos. Sin tiempo, agitados y recalentados. No es momento para inmóviles o condicionados.

Publicado en: El País (27.10.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: Blaz Erzetic para Unsplash

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