El vicesecretario general de Estudios y Programas del PP, Esteban González Pons, ha asegurado, después de que el juez Pablo Ruz diera por acreditada la contabilidad B del PP con fondos ilícitos durante 18 años, que: «el PP es un partido de votantes tan honrados como todos, de dirigentes tan honrados como todos, un partido tan honrado como todos, pero el único que puede sacar a España de la crisis y la va a sacar».
Pons ha dado la cara, en las primeras declaraciones de su partido, pero ha perdido —creo— todo el respeto que, como dirigente político democrático, se merece. Sus declaraciones son impresentables, francamente, aunque las disfrace de la presunción de inocencia a la que todo el mundo tiene derecho.
Su defensa, y cómo lo ha dicho, es una acusación velada al resto. Y destroza la ofensiva política, parlamentaria y mediática que el presidente Rajoy ha lanzado esta semana en ocasión del ecuador de la legislatura y los dos primeros años de su Gobierno. Si el Presidente no desautoriza, urgentemente, esta línea de defensa, se convierte en cómplice o en el responsable de tamaño desatino. Rajoy ha tomado la decisión de olvidarse del pasado, pero la justicia no. Y no podrá ignorarla, aunque relativice —moral y políticamente— los hechos en relación con su actual responsabilidad. Rajoy reclama, insistentemente, «hablar de lo importante», es decir de la crisis y sus soluciones, como dice Pons. Pero la verdad no es lo mismo que la mentira y un error no es lo mismo que un delito.
Rajoy ha pasado de negar las acusaciones a disculparse por el caso Bárcenas. De asegurar que todo era correcto, a asumir errores. Pero ahora se enfrenta a algo mucho más serio: la posible mentira y el supuesto delito. O la mentira que hace posible el delito, que lo oculta con complicidad. El tema es diferente. ¿Engañó el Presidente al Parlamento y a los ciudadanos el pasado día 1 de agosto en la comparecencia parlamentaria?
Lo peor que podría pasarnos a la ciudadanía es que nos acostumbráramos a todo. A cualquier cosa. El nivel de tolerancia pasiva y aceptación acrítica —o resignada— frente a cualquier desvarío o exceso tiene graves consecuencias. Primero, porque como decía Tucídides: «el poder siempre tiende a ir al límite de su poder, y a superarlo». Y, segundo, porque sin conciencia crítica, sin denuncia democrática, sin alerta cívica, la democracia se resiente y se resquebraja. Si por cansancio, agotamiento o claudicación, aceptamos lo inaceptable, nos hacemos un daño irreparable.
Es tiempo de volver a la poesía, como la palabra más nítida y más enérgica para la conciencia política y democrática. Lo precisaba muy bien el joven poeta Antonio Lucas, reciente ganador de un prestigioso premio, al afirmar: «La poesía significa contrapoder». Deberemos recuperar —sí, otra vez, y más vigente que nunca— la poesía comprometida de referentes morales como Bertolt Brecht: «No acepten lo habitual como cosa natural, / pues en tiempos de desorden sangriento, / de confusión organizada, / de arbitrariedad consciente, / de humanidad deshumanizada, / nada debe parecer natural, / nada debe parecer imposible de cambiar». Se necesita, más que nunca, una nueva poesía política. Las palabras lo son todo en política. Recuperarlas, es el principio de la renovación de la política.
Las palabras de Pons, en cambio, con su insinuación calumniosa y contaminadora, son una ofensa imperdonable. Es un gravísimo error de comunicación y una pésima respuesta política frente a la gravedad de las pruebas que acredita el juez Ruz. «Se cree el ladrón que todos son de su condición», pensarán no pocos ciudadanos. Y, aunque la corrupción política se percibe como casi estructural y no tumoral, las declaraciones del dirigente popular son un insulto a la inteligencia. Sin paliativos.
Rajoy ha dicho esta semana que «esta situación la vamos a superar», en alusión a la crisis. El presidente está convencido de que los ciudadanos relativizarán la corrupción —y la perdonarán u olvidarán por extendida— ya que sus intereses y necesidades se sitúan en su propia situación económica personal. El presidente, quizá, ya no conoce bien a la nueva sociedad española. Está dolorida y angustiada, pero su dignidad permanece intacta. Y no va a perdonar que se la desprecie haciéndole cómplice, con su supuesto silencio y su pasividad, de los errores de sus dirigentes. La calle hierve. Rajoy no debería ignorarlo. Más respeto, por favor.
Publicado en: El País (23.11.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: Thomas Kinto para Unsplash