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El CIS y el test de Rorschach

El famoso test consiste en 10 cartulinas con manchas de tinta que, según las interprete, delimita cómo es la personalidad de un individuo, según estudió el doctor Hermann Rorschach a principios del siglo XX. La interpretación nace de la descripción. Dime lo que ves y te diré cómo eres, qué sientes… y qué piensas. El popular método, que mereció un simpático doodle hace pocos meses, saca conclusiones en base a unas variables muy sugerentes: el tiempo de latencia (cuánto se demora el individuo en dar la primera respuesta a cada lámina), la posición de la misma (es decir, desde qué ángulo y posición ve la cartulina), la localización visual de su interés, las formas o el movimiento que percibe, las gamas y texturas del color, y la interpretación figurativa (es decir, hay quien ve murciélagos o mariposas). ¿Qué verán hoy Rajoy, Sánchez, Iglesias, Díez o Rivera en el mapa del CIS?

El CIS, como otras encuestas, se podría interpretar, también, de manera psicoanalítica. ¿Debería, ahora que parece que la política española está sentada en el diván? No será así. En estos momentos, paradójicamente, mandan los excel estrategas, predominando lo que piensan con la hoja de cálculo y no con las ideas. ¿Calcular o pensar? Esta es la pregunta clave. Estas encuestas van a acelerar procesos que necesitan más maduración, más reflexión… y tiempo. La política resultadista se puede llevar por delante itinerarios que no por acortarlos u obviarlos se realizan. No se recorre nunca un camino que no se empieza. Al contrario. Se puede perder —¿definitivamente?— el curso y el pulso de la reinvención necesaria que hay que impulsar cuando los proyectos se agotan o debilitan. Ahora todo serán prisas, para algunos. Y calma y relativismo moral, para otros. Ambas opciones pueden hundirles, todavía más, al acelerar procesos que, para que sean profundos, necesitan tiempo de maduración y de transformación; o al negarlos y aplazarlos, ya que los resultados demoscópicos demostrarían, quizá, que no hay alternativa inmediata. Pan para hoy, hambre para mañana.

En el mes de enero, y en este mismo periódico, leía un extraordinario artículo sobre psicología, Menos calcular y más pensar, de Xavier Guix, que es una joya. El autor dice: «También la psicología sufre de alguna manera esta visión coyuntural. Las personas que se acercan a las consultas no están dispuestas a mantener un proceso terapéutico. Exigen soluciones rápidas, prácticas y que no requieran demasiados cambios y esfuerzos. Al final la solución la encuentran en algún fármaco que adormezca el problema y a seguir para adelante. Mandan los resultados. Pensar en la vida y en cómo se vive es perder el tiempo, hacer entelequias, algo muy agotador y poco productivo.» La psicología ayudaría hoy a comprender más y mejor a la opinión pública que cualquier otras disciplina. Pero hay prisa.

El año electoral no deja margen. Las cuatro citas previstas (andaluzas, municipales y autonómicas, catalanas y generales) van a someter a las propuestas políticas a un acelerado y vertiginoso ritmo que puede fagocitar dinámicas necesarias, que van más despacio que las respuestas urgentes que se reclamarán. La crisis de la política convencional, y la tensión dicotómica entre reformas lentas o rupturas posibles, se va a agudizar más por el inclemente calendario y sus terribles exigencias en forma de resultados aceptables, tolerables, asumibles.

Los datos del CIS confirman que todo es posible. Ahora que ya no hay casi tiempo es cuando se va a poner a prueba si se comprendió, exactamente, qué era lo que entraba en crisis. Los que redujeron o simplificaron los problemas de fondo al paso del tiempo o a soluciones formales y generacionales deberán asumir que han perdido un tiempo precioso. De nuevo, más que nunca, Sófocles: «Cuando las horas decisivas han pasado, es inútil correr para alcanzarlas». ¿Mariposas o murciélagos? ¿Qué verán hoy?

Publicado en: El País (4.02.2015)(blog ‘Micropolítica’)
Fotografía: Anne Lambeck para Unsplash

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