Mariano Rajoy ha perdido Cataluña. La desconexión que pretenden los soberanistas ha empezado, precisamente, al otro lado del cabo, pero por puro inmovilismo. La incapacidad política para superar el desafío del independentismo es de tal envergadura que se va a cuestionar, posiblemente, su liderazgo, su estrategia y su eficacia. Rajoy cree que este escenario es el mejor para la cita electoral de las próximas generales. Presidente, ¿y si el miedo ya no asusta? Aspira a presentarse como el salvador de la unidad nacional y el único garante constitucional. Pero el error puede ser mayúsculo. Otra vez. Como cuando recogía personalmente firmas contra un Estatut aprobado por las Cortes Generales y refrendado (en un 75%) por la ciudadanía catalana. Perder Cataluña es peor que perder en Cataluña. Perder Cataluña es perder España, aunque conservara el gobierno.
Pierre Rosanvallon, autor del reciente ensayo Le bon gouvernement, afirma que en el momento de votar, los ciudadanos-electores tienen la sensación de ser los amos del juego. Quitan y ponen a su gusto a los políticos. Pero no son más que soberanos por un día. Pasadas las elecciones, con los halagos y promesas inherentes, se dan cuenta que los poderes van a la suya y que el interés general es secuestrado por las presiones corporativas de toda clase. El divorcio entre el «momento electoral» y el «momento gubernamental» no ha cesado de acentuarse. Por un lado, el lenguaje de las campañas electorales está fundado sobre la idea de una inversión del orden de las cosas, sobre la exaltación de las promesas, mientras que el lenguaje gubernamental es el del retorno a la realidad, del recuerdo de los límites. El desfase entre la lógica electoral y la lógica de gobierno produce efectos devastadores, desvaloriza la política y alimenta la abstención. Rajoy confía más en el BOE que en la política. Habrá leído, quizás, a Rosanvallon. Pero sólo esta parte. Hay más.
El presidente ha renunciado a hacer política en Cataluña y, con ello, en España. Refugiado en lo jurídico, ha vuelto a esperar que la ley de la gravedad (electoral o judicial) resuelva los problemas políticos. Pero esta situación no es para especuladores, sino para personas que se comprometan. El argumento de que no hacer nada es lo mejor… se ha hundido, estrepitosamente. La gestión nihilista ha sido derrotada por la pasión política. Y emergen los reformadores: Albert Rivera y Pedro Sánchez.
El socialista, con su proximidad y su oferta política arriesga. Pero no ha renunciado a perder Cataluña para el proyecto político que va a presentar en las generales. Esta actitud va a tener, probablemente, premio: cuando las cosas se complican, los votantes prefieren alguien que se arremanga, a alguien que espera y especula. Y para Rivera se abre la posibilidad de ser el eje de la política española. Si lee bien los resultados, puede ser muy competitivo en diciembre. Esta derrota de Rajoy, es la derrota de un estilo y es el castigo, también, a una desastrosa política. Parálisis y miopía. Juntas. Cálculo e incapacidad. Juntos.
Rajoy no puede estar tranquilo, aunque no sepamos si está esperanzado para la próxima cita. ¿Cree que este resultado le ayuda? ¿O, por el contrario, lo inhabilita para el futuro? Rajoy, al priorizar la crisis económica y al subestimar las causas políticas, ha perdido el tiempo, la iniciativa y el crédito. Será bajo su presidencia que pasa lo que pasa. Y no podrá ponerse de lado. El resultado electoral tiene muchas consecuencias. Y la primera es que señala con el dedo al mismísimo Rajoy.
Publicado en: El País (27.09.2015)(blog ‘Micropolítica’)
Fotografía: Felix Mittermeier para Unsplash