Tradicionalmente, quien gana las elecciones en Ohio es elegido presidente. Este año puede ser la excepción. En dicho estado, Donald Trump está por encima de su rival, Hillary Clinton, con un 46,5 % frente al 46 % de la candidata. Sin embargo, en cuanto a sondeos nacionales, ninguna encuesta le otorga la victoria presidencial al magnate.
Y esta no es la primera vez que la tradición marcada por Ohio se pone en duda. En la campaña presidencial del 2012, también hubo incertidumbre sobre su cumplimiento. Mitt Romney, entonces candidato republicano, estuvo muy cerca de superar a Obama, candidato a la reelección por el Partido Demócrata. Lo que hizo que Obama se mantuviera por encima de su competidor fue haber rescatado económicamente el sector automotriz en dicho estado —industria de la que dependía su economía—, lo que evitó que miles de familias se quedaran sin sustento por la eventual bancarrota a la que se dirigían empresas como General Motors y Chrysler. La tradición volvió a cumplirse: Obama ganó en Ohio y ganó la presidencia.
Una de las razones por las que este estado pendular es relevante para cualquier candidato a la presidencia es la variedad de su electorado —blancos, afroamericanos, cristianos conservadores y clase obrera—, que lo convierten en una pequeña muestra del total de la población estadounidense. Además, aunque no sea un componente indispensable, también es importante ganar en Ohio por su condición de segundo ‘swing state’ con mayor cantidad de delegados electorales (18), después de Florida (29).
Es cierto que, económicamente, el país no va mal. Es evidente que la recuperación va en aumento. Los ingresos familiares han aumentado por primera vez en ocho años y la tasa de pobreza ha caído de manera significativa: 13,5% (la mejor cifra en 16 años). Además, de acuerdo con el Departamento de Trabajo de EEUU, el desempleo ha disminuido considerablemente. En septiembre de este año alcanzaba apenas el 5%, tres puntos porcentuales menos que el pico más alto de los últimos cuatro años.
No obstante, EEUU aún tiene varios desafíos económicos tanto a nivel interno como externo: la deuda pública —casi 105 % del PIB— que no deja de crecer; la fortaleza del dólar y el débil crecimiento de las economías europea y japonesa, que generan un déficit comercial para el país. Sin embargo, ninguno de los candidatos a la presidencia le ha dado la relevancia que, en su momento, Obama tuvo que darle.
Lo cierto es que la seguridad y la inmigración, cuestiones que se han vuelto tendencia en redes y medios, han superado a la economía como foco de interés de los ciudadanos norteamericanos en el 2016. De acuerdo con Julian Zelizer, analista político y profesor de Princeton, «los políticos reaccionan a los sucesos». Y, justamente, alrededor de esos dos temas (seguridad e inmigración) han ocurrido los hechos más relevantes a nivel nacional y global durante la campaña presidencial.
Además, durante el segundo debate entre Trump y Clinton, y a través de las redes sociales, también quedó en evidencia que los temas sobre la mesa se han alejado de los números. Por el contrario, se ha hablado más sobre las posiciones de cada candidato respecto al temor generalizado por los atentados yihadistas; sobre la preocupación por el control de armas o sobre los problemas raciales que vive el país.
La estabilidad en el ámbito económico estadounidense que, en el 2016, se ha inclinado positivamente gracias al mencionado aumento de ingresos de las familias de clase media, así como a la reducción de la brecha de ingresos entre hombres y mujeres y entre grupos raciales, ha tenido que ver (para fortuna de Clinton y Trump) con el hecho de que este tema siga teniendo poco peso.
En los dos primeros debates —más en el primero que en el segundo— se hizo referencia a la economía, pero sin hacer mayor hincapié en las cifras de pobreza o desigualdad que aún hay en el país. Los candidatos a lo largo de la campaña se han decantado más por hacer afirmaciones personalistas en este ámbito. Trump, por su parte, ha prometido 25 millones de empleos para la próxima década y ha declarado, aunque después lo niegue, que no ha realizado su declaración de renta. Por otra, Clinton se ha esforzado por reclamar una «economía justa», que no funcione solo para los ricos, proponiendo subir impuestos a los multimillonarios. Y Trump es uno de ellos.
Quizá la economía no es lo más importante en esta campaña, o no lo ha sido hasta ahora, y la conocidísima frase de la campaña de Bill Clinton, «es la economía, estúpido», ya no sea tan relevante.
Publicado en: El Periódico (suplemento de economía + valor)
Fotografía: Alexander Grey para Unsplash