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¡Es la simpatía, estúpido!

Publicado el 04.03.2008
Publicado en: Diario Siglo21 (ver versión pdf)

Bill Clinton pronunció la célebre y remasterizada frase de «¡Es la economía, estúpido!» durante la exitosa campaña de 1992, con el apoyo (o el guión) de James Carville (spin doctor). Dieciseis años más tarde, la economía y la ideología han dejado paso, parcialmente, a la simpatía y a las emociones políticas. Si Hillary arroja, definitivamente, la toalla en los próximos días se habrá demostrado que todos sus argumentos de ser la candidata más preparada, experimentada, decidida y la favorita durante mucho tiempo en su propio partido, en Washington y en los medios de comunicación, se habrán estrellado con la imagen de frialdad y lejanía de la que no ha sido capaz de liberarse ni de cambiar en toda la campaña.

Hillary no ha conseguido hacerse «querer» frente a un adversario que ha ganado el corazón de los estadounidenses con una retórica casi mística, una escenografía electoral cautivadora y la belleza de un relato político básico: Esperanza > Cambio > Voto. La incapacidad de Hillary para comprender el debate emocional y sus códigos la han alejado, definitivamente, del electorado al que ha maltratado en las últimas semanas presa de la soberbia y del pánico. Su equipo, dirigido por Mark Penn, creía que los argumentos racionales serían suficientes para que los electores tuvieran que certificar, en vez de elegir, que ella era -óbviamente- la mejor y, por consiguiente, a quien se debía votar. Sin más. Incluso cada derrota ha ido acompañada de un lamento (casi desprecio) hacia los electores «equivocados» esperando que la siguiente cita (el supermartes del 5 de febrero o las primarias de Texas y Ohio, el 4 de marzo) resolvería la «anomalía» del ascenso de Barack Obama.

Ha perdido la soberbia. Ha ganado la humildad. La prestigiosa columnista Maureen Dowd ha escrito que «los electores suelen inclinarse por el candidato a quien sienten más cómodo en su propia piel». Ella nunca ha encontrado el tono, la química, incluso el vestuario, en esta larga y agotadora carrera por la nominación. Cuando perdió en Iowa pero ganó, in extremis, en New Hampshire (con lágrima incluída) dijo que «en el camino había encontrado su voz». Pero no fue así. Le entregó la voz cantante a Bill Clinton para hacer el trabajo sucio en los discursos de Carolina del Sur, y no funcionó. Alzó la voz para quejarse, presentándose como víctima, de la prensa y del supuesto trato de favor de opinadotes y periodistas hacia Obama, y nadie la escuchó. Desconcertada, avinagró el tono y endureció el verbo hasta límites impensables para quien defiende el rigor y la preparación como argumentos políticos, pregonando el miedo hacia la inmadurez e inexperiencia de Obama. Y su voz ha clamado en el desierto. El juego sucio de la foto de Obama con turbante somalí o el penoso anuncio del teléfono de la Casa Blanca han sido letales… pero para ella.

Los electores han votado esperanza y no temor. Querían elegir y no certificar. Querían soñar y no aceptar. Querían ser protagonistas del cambio (escogiendo al novato, al outsider, al diferente) y no espectadores pasivos con su voto previsible  y cautivo hacia la única candidata de verdad. Hillary se ha quedado sin voz propia para representar a los sin voz.

La simpatía (el optimismo) es contagiosa, creativa y productiva. Martin Seligman, psicólogo de la Universidad de Pennsylvania ha estudiado por qué los optimistas tienen más éxito profesional que los pesimistas. A la vez que un estudio del Pew Research sobre los perfiles emocionales de los candidatos asociaba preferentemente los conceptos «amigable» y «sensato» al senador Barack Obama muy por delante de Hillary Clinton. Para rematar, un grupo de psicólogos y científicos británicos, de las universidades escocesas de Stirling y Aberdeen, concluían tras realizar una encuesta a cientos de participantes, que sonreír y mirar a los ojos son la clave de la seducción. Sentimos preferencia por aquella persona que nos mira directamente a los ojos (y ésta apenas varía si el rostro es feo o hermoso, si está alegre o enfadado).

Hace ahora 75 años, el 4 de marzo de 1933, Franklin D. Roosevelt se dirigía a un país sumido en el pavor bursátil y la recesión económica con estas palabras: «A lo único que debemos temer es al miedo mismo». Un discurso histórico en el que se expusieron los puntos fundamentales del New Deal. Roosevelt calmó, con su capacidad de liderazgo carísmática, la inquietud. Meció la angustia y la sonrisa, se apoderó del alma norteamericana. Obama ha comprendido la dimensión histórica del carisma: Roosevelt, Kennedy, Martin Luther King, Reagan… Le llega el turno al hombre tranquilo que sonríe dulcemente. Esperamos, ahora, políticas y propuestas para no convertir la sonrisa, en una mueca vacía.

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