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Diario Público
(8.06.2008) (versión pdf)
Obama juega al baloncesto, y bastante bien, dicen. El destino ha querido que el desenlace de las primarias demócratas se haya resuelto la misma semana en que se inician los play-offs entre los Lakers y los Celtics, que recobran todo su esplendor y nos recuerdan aquellos duelos épicos e inolvidables de la NBA. En la década de los 80, el mejor jugador de los Lakers era un negro, Magic Johnson, de sonrisa contagiosa. Su virtuosismo con la pelota, su habilidad y creatividad bajo el aro, se enfrentaban al quinteto liderado por un blanco lechoso y un poco patoso, Larry Bird, de muñeca prodigiosa. Un tirador extraordinario, resistente y luchador hasta la extenuación.
Obama sabe que en el baloncesto, y en la política, las alternativas son constantes, que una buena defensa es tan importante como un buen ataque, que una canasta triple (los grandes discursos) suman lo mismo que tres buenos tiros libres (las frases sencillas), que los partidos se juegan y se ganan hasta en el último segundo. Y que no hay enemigo pequeño aunque seas muy hábil con la pelota.
Obama llega, al duelo con McCain, agotado, pero muy curtido. Sin duda más preparado psicológica y políticamente que hace unos meses. Ha aprendido a sufrir, a pelear por cada rebote. Es, hoy, un candidato más humilde todavía, consciente de que la mitad de su victoria hay que atribuírsela a los muchísimos e impropios errores de Hillary. Además, se enfrenta a un auténtico luchador, John McCain, un hombre con una trayectoria personal de película, de héroe de guerra, capaz de soportar las más inimaginables torturas. Un viejo patriota contra un nuevo americano.
McCain ha aprendido mucho de las primarias de sus rivales. Ha ido a remolque en las últimas semanas, incapaz de encontrar un hueco ante la pugna fratricida de los demócratas, pero ha tenido ya dos aciertos. Primero, no caer en la tentación de vender «experiencia» (como hizo Hillary), a pesar de su edad. Él también se presentará como «nuevo» e intentará arrebatar la bandera del «cambio», la palabra talismán de Obama. Pero su cambio será tranquilo y en la dirección correcta, ha dicho. Y el segundo acierto ha sido retar, con 10 debates temáticos, a su joven oponente para evidenciar que, después del duelo titánico de estilos, egos, razas y sexos…, de lo que se trata ahora no es de quién es más atractivo sino más efectivo para dirigir el destino de los Estados Unidos de América. McCain quiere demostrar que no le tiene miedo a la Obamanía.
Veteranía y juventud. Obama tiene 25 años menos que McCain. Los electores no podrán abstraerse de esta realidad generacional a la hora de preguntarse por la capacidad de su futuro comandante en jefe para superar todas las adversidades. Obama es listo y no caerá utilizará su juventud como un activo político, pero va a demostrar una energía vital en las próximas semanas que hablará por sí sola.
Tradición y modernidad. McCain no engaña. Se vende solo. Su aspecto es fiel reflejo de su política. Se muestra siempre con mucha naturalidad. Es su única oportunidad. El premio no sólo es la presidencia sino la victoria frente al candidato más moderno y contemporáneo. La épica sería enorme para él y una reivindicación de la tradición y la estabilidad frente al riesgo del cambio. Hay un transfondo rural y urbano en este duelo electoral. La América profunda frente a la cosmopolita. La religiosa y conservadora frente a la del hip hop y las nuevas tecnologías.
Seducción o seguridad. Obama seduce, McCain convence. El joven candidato quiere hablar, negociar, pactar. El viejo soldado, hijo y nieto de famosos almirantes de la armada, prefiere ganar, intimidar e imponer. Todavía cree en la supremacía moral, militar y política donde el destino histórico ha situado a su país. Obama empieza a comprender que la superioridad no es garantía de victoria, como la fuerza no lo es de la paz, y que el liderazgo que se acepta es tan fuerte como el que se toma.
Las elecciones van a suponer un ejercicio de psicoanálisis nacional en directo y difundido a todo el mundo. Los dos candidatos representan, con su propia identidad, las dos Américas que no se reconocen mutuamente y que desconfían, profundamente, la una de la otra. Los norteamericanos se fueron a dormir, tranquilos y satisfechos, pensando en el fin de la historia y en que eran la potencia única. Y las pesadillas de las amenazas globales (del terrorismo a la dependencia energética) les han despertado del sueño -abruptamente- entre sudores y sustos. La lista de retos pendientes es abrumadora. Además, aprender a vivir multilateralmente será tan complicado para los norteamericanos como lo ha sido pretender vivir unilateralmente. El pánico puede apoderarse de los electores, si Obama les enfrenta a su propia realidad. Encontrar la dosis adecuada de cambio necesario será la llave del éxito de su campaña.
Obama es también un buen jugador de billar, como lo ha demostrado con las carambolas consecutivas que ha conseguido. Le gusta el billar americano, bola a bola, siguiendo las reglas del juego y hasta el final. Precisión, habilidad, técnica, concentración y belleza plástica. En el otro lado de la mesa atlántica le espera impaciente Zapatero, que lleva mucho tiempo queriendo jugar, y que también juega al baloncesto en el patio de la Moncloa con sus amigos, aunque no le han faltado carambolas políticas en su vida. El presidente no debería desaprovechar la primera oportunidad que tenga para echar unas canastas con el candidato Obama, ahora que ha anunciado una nueva etapa de las relaciones con España si, finalmente, resulta elegido. No hay nada como uno contra uno bajo el tablero. Aunque éste será otro desafío