Publicado en: Diario Público (04.10.2008) (versión pdf)
Los tres debates previstos entre los candidatos, así como el que se celebró ayer, se han acordado bajo un contrato secreto entre los equipos de campaña. Un compromiso por escrito que lo mide todo y asegura suficientemente que nadie pierda claramente un debate, dejando para la discusión posterior quién ha ganado.
En este contexto, la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, asumía más riesgos después de una acusada caída en los sondeos de opinión sobre su preparación y su capacidad. Palin había sembrado el camino de dudas -y alarmas- en sus últimas y contadísimas apariciones en los medios.
Pero Sarah Palin, ha superado la prueba, otra vez, como hizo en su discurso y actuación en la Convención republicana. Disipó las nubes negras que se ceñían sobre ella y sobre la decisión de McCain de escogerla, tras una semana de rumores sobre su vida personal y su trayectoria política.
Otra vez, como hizo entonces, se ha recluido durante toda la semana con el equipo de asesores de Bush (con el mismísimo Karl Rove detrás de las cortinas) para prepararla, o mejor dicho, «guionizarla» hasta el milímetro con el objetivo de no perder, lo que hubiera podido descarrilar -definitivamente- la candidatura conjunta.
En estos tipos de debate, si no pierdes, ganas. Y si no ganas, pierdes. Eso le ha pasado al senador Joe Biden y también le sucedió a Barack Obama, quien siendo el candidato «perfecto» no obtuvo una victoria rotunda y clara. Biden se ha mostrado más seguro, más serio, más preparado… pero también más frío, más previsible y más convencional.
Los republicanos han planteado la contienda como un desafío emocional, más que racional. Hablan de patria antes que de Gobierno y, en ese terreno, creen que son superiores.
Los republicanos rehúsan el debate, por eso no miran a sus contrincantes en el cara a cara (ni McCain ni Palin lo hicieron); se dirigen a los espectadores directamente e ignoran algunas de las cuestiones planteadas por parte de los moderadores.
Asumida esta estrategia, no es de extrañar que Palin, con desparpajo pícaro y pretendiendo reforzar sus mensajes, llegara literalmente a guiñar el ojo, algunas veces, a los millones de personas que la escuchaban y veían.
Sin reloj, ni anillos, ni collares y con unos delicados pendientes, su principal «joya» y complemento fue un exagerado pin de la bandera norteamericana que destacaba, como un broche, en el impecable corte y color de su traje chaqueta.
Palin es y quiere parecer una «chica de provincias», como ella misma se presenta. Sonriente y sorprendente, pareció natural y fresca a pesar de la cotilla del guión marcado que siguió disciplinadamente. Consigue desviar la atención hacia cómo dice las cosas, en lugar de a lo que dice.
Ahí radicará el éxito o el fracaso de la campaña republicana. Éstos quieren identificarse, simplemente, con su electorado. Los demócratas quieren convencer y emocionar a la mayoría. El duelo emocional y racional será el decisivo.
Documentos de interés:
La educación de Sarah Palin (Lluís Bassets)
Fuente: El País (03.10.2008)