El pasado domingo, Jacques Chirac anunció que renuncia a presentarse por tercera vez a la reelección presidencial francesa. Chirac ha sido un auténtico camaleón, capaz de reinventarse y adaptarse a situaciones muy cambiantes y difíciles, pero parece que —de momento— abandona la primera línea. Chirac es, sobre todo, un superviviente nato y un maestro en el uso político del protocolo, la gestión de los símbolos del poder y la comunicación.
En 1995, en la primera campaña electoral de las dos presidenciales que ha disputado, sorprendió a todos sus rivales con la utilización de la «manzana» como símbolo de su candidatura. Justo en el momento en el que las encuestas le relegaban de las preferencias. Chirac era percibido como un político antiguo y su ciclo público parecía agotado. Llegaba a la carrera presidencial después de 18 larguísimos años como alcalde de París y con un final de etapa en su gestión marcado por las sospechas y los juicios. El gusano de la corrupción parecía destruir su trayectoria, pero la manzana, aunque picada, resistió.
Chirac, candidato de la derecha populista, hizo del árbol del manzano su estandarte en el asalto al Elíseo. Todo empezó de una manera bastante casual. Chirac se disponía a sacar su segundo libro de reflexiones políticas en un momento delicado. No sabía qué poner en la portada del libro La France pour tous (Una Francia para todos) y decidió poner un manzano con el objetivo de llamar, simplemente, la atención. Semanas después, y ante la insistencia de los periodistas que le preguntaban por qué el manzano, descubrió el potencial enorme de una fruta simpática, simbólica, llena de tradiciones históricas y literarias y de la que Francia dispone de una enorme variedad. «Por supuesto que a Chirac le gusta esa fruta», se apresuraron a corroborar sus asesores.
Chirac potenció el discurso interclasista e intergeneracional: «Es una fruta que se toma a todas las edades: desde el niño en su papilla al abuelo en la compota». Reivindicó el gusto por el lenguaje directo e integrador: «No hay nadie a quien no le gusten las manzanas». Y se rejuveneció con el símbolo consiguiendo relanzar su carrera: «Estás más sano que una manzana», se dice en los refranes populares de muy diversas lenguas y culturas. Una manzana-símbolo muy popular, integradora y saludable. ¿Hay quien dé más políticamente?
Esta dulce fruta está considerada en muchas culturas como fuente de inmortalidad. También del amor, la ciencia y el conocimiento. Pasó de la fruta del pecado original a la que reveló la gravedad a Newton. Fue la diana que necesitó Guillermo Tell para probar que era el mejor arquero y se convirtió en una trampa para la pobre Blancanieves. Hasta Neruda le reconoció en su Oda a la Manzana un poder universal: «Quiero ver a toda la población del mundo unida, reunida, en el acto más simple de la Tierra, mordiendo una manzana». No hay fruta que se le pueda comparar en simbolismo cultural e histórico.
Los asesores y publicistas de Chirac, que vieron la enorme popularidad de la fruta y su potencial comunicativo asociado al candidato, la aplicaron a fondo en toda su campaña. No había mitin o visita donde no hubiera una manzana bien visible en el atril del orador o repartiéndose entre los asistentes. Los mítines se llenaron de banderas con manzanas como escudos; su forma redonda era ideal para sustituir las «o» de los logotipos de las publicaciones del partido y se utilizó en los textos de propaganda política como símbolo de renovación.
Chirac lo ha sido todo: diputado, eurodiputado, fue ministro de Agricultura, entre otras carteras. Ganó una enorme popularidad como alcalde de París pero se ha reinventado realmente como político populista siendo presidente de la República. Ha hecho miles de quilómetros recorriendo Francia como candidato o como electo. Conoce cada territorio, sus vinos, sus quesos, sus frutas,… sus manzanas. Capaz de comer varias veces un almuerzo no ha rechazado nunca probar los productos de la tierra que le han ofrecido a lo largo de tantos años. Sabe que la política es proximidad. Besa, toca, pregunta y no deja de sonreír.
Rejuvenecido, encaró su primera campaña presidencial con 63 años y con el fondo musical de Peter Gun, de los Blues Brothers. Su «manzana» fue un gesto intuitivo y eficaz imitado parcialmente por otros líderes políticos, como Xavier Trias en su pre campaña electoral para las elecciones municipales a la alcaldía de Barcelona de 2007. Otros prefieren las verduras, como el exitoso y provocador «tomate» del carismático líder de los socialistas radicales holandeses Jan Marijnissen quien consiguió en 2006 un gran éxito electoral con una campaña llena de imaginación con el tomate como medio y como mensaje.
Sean frutas o verduras, lo cierto es que pueden ser muy útiles para renovar la política y su comunicación y hacerla más digerible, fresca y saludable. Una política más simbólica, con elementos naturales y con una gran capacidad de movilización. Chirac ya lo intuyó.
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Fotografía: Priscilla du Preez en Unsplash
Documentos de interés:
Manzanas tatuadas
Fuente: La Vanguardia 30.06.2007
– Melocotones, plátanos y zumos (Noviembre 2010)
Las naranjas podridas de Alarte (ELECCIONES 2011):
– Les taronges de Alarte (Política amb fartons, 5.03.2011)
– Con Camps o por «otro camino» (El País, 03.03.2011)
– AVA-ASAJA critica al PSPV por denunciar la corrupción con la imagen de una naranja podrida (El País, 03.03.2011)
– Alarte: «La gran naranja podrida es Camps» (El País, 4.03.2011)
A la manzana de Chirac añado ahora las manzanas en el Despacho Oval de Obama: http://tinyurl.com/ya9hndt