La crisis financiera y económica es, también, la crisis de la testosterona. No exagero: la frase no pretende ser un reclamo para el lector/ la lectora. Diversas investigaciones independientes han identificado el exceso de esta hormona (propia del género masculino) en los brókeres y gestores financieros como una de las razones que inhiben y bloquean razonamientos más sensatos, equilibrados y prudentes. La testosterona es una poderosa química natural que aumenta la agresividad y la inconsciencia ante el riesgo, al estimular comportamientos irracionales que buscan el placer y la autoafirmación en una escalada constante. Nunca es bastante. El hombre se reta a sí mismo y a otros hombres. La avaricia es, pues, una consecuencia lógica…, y muy varonil. Y sus efectos son desgarradores en términos de cohesión, sostenibilidad y seguridad.
La testosterona también está muy presente en el lenguaje político. Y en el comportamiento y la acción política. La obstinación de Mariano Rajoy, con sus reformas imparables e innegociables, tienen algo de contumaz virilidad. “Cada viernes, reformas; y el que viene, también. Y así hasta el fin de la legislatura” dijo, entre provocador y altanero, hace unas semanas. Los viernes, el día del Consejo de Ministros, se han convertido así en su particular exhibición de fuerza. Rajoy ha vuelto a insistir, hace un par de días, en su pertinaz propuesta: el Gobierno “no se va a cansar de hacer reformas”. Pero de lo que se trata no es de su resistencia, sino de su acierto.
La testosterona es una hormona esteroide del grupo andrógeno que, en los mamíferos, se produce principalmente en los testículos de los machos. La testosterona está marcando, pues, el clima político y económico y parece que los cojones lo hacen en el lenguaje político.
Hay, incluso, cojones que marcan la biografía de un político. Nadie olvida el espontáneo “¡manda huevos!” de Federico Trillo, en abril de 1997, cuando era presidente del Congreso de los Diputados y pudo respirar, al fin, tras enunciar un interminable y complicado párrafo sobre el aplazamiento de una votación. Su naturalidad nos provocó una sonrisa que se mantiene viva en el tiempo. Sonrisa que se convirtió en mueca desagradable a causa de otros cojones biográficos, cuando el ex alcalde de Getafe llamó, en 2008, «tontos de los cojones« a los votantes del PP. Esa declaración provocó un auténtico terremoto político, que tuvo graves consecuencias en su trayectoria.
Las consecuencias políticas de unos cojones mal utilizados no tienen fronteras. Una cámara grabó una salida de tono más de Nicolas Sarkozy, originando un fuerte debate político en las pasadas elecciones presidenciales francesas y ofreciendo munición atractiva para los medios de comunicación y muy eficiente para François Hollande, el entonces candidato y hoy presidente de Francia. Sarkozy llamó “toca cojones” a un periodista durante un acto oficial al ser preguntado por las cargas policiales efectuadas contra los trabajadores de la empresa siderúrgica Arcelor Mittal de Florange.
Incluso nuestros cojones son la gran contribución española, como nos recuerda Pablo Pardo, al lenguaje político de EE.UU. y a las relaciones internacionales. Empezó con John F. Kennedy que ya en 1961 escribió: «en el Departamento de Estado hay mucho cerebro y pocos cojones, y en el Departamento de Defensa muchos cojones y poco cerebro». Siguió Madeleine Albright, secretaria de Estado, que afirmó en 1996, cuando el régimen de Fidel Castro derribó dos avionetas del grupo anticomunista ‘Hermanos al Rescate’: «Esto no es cojones, es cobardía». La declaración fue calificada por Bill Clinton, como «la frase más efectiva de la política exterior de la Administración».
Y, así, los cojones son una constante en la comunicación política en los EE.UU. desde George W. Bush hasta llegar –incluso- a la presidencia de Barack Obama. En 2010 Sarah Palin, mientras deshojaba sus posibilidades como precandidata a las primarias republicanas, dijo en español que a Obama “le faltaban cojones” en la cuestión migratoria.
En resumen, será difícil encontrar una palabra, en éste o en otros idiomas, con mayor número de acepciones, versiones y usos. También para la comunicación política en España y en el mundo. Camilo José Cela, en su Diccionario Secreto 1, exploró hasta la extenuación su riqueza y su profundidad. Releerlo es un placer.
Pero lo nuevo, en la política española, es el protagonismo de los cojones en lengua catalana. El presidente de Extremadura José Antonio Monago, que ha utilizado el catalán y el euskera en sus declaraciones políticas institucionales, ha espetado recientemente al alcalde de Barcelona, Xavier Trias, en el marco de un cruce de acusaciones políticas con trasfondo de solidaridad financiera territorial, que “si tiene ‘collons’, que me diga que el AVE es una catástrofe”. El alcalde de Barcelona había cuestionado la viabilidad de la alta velocidad en Extremadura. La respuesta del alcalde al presidente no se ha hecho esperar y le ha recordado que la política no es cuestión de atributos sino de argumentos.
Ahora que collons está de moda, quizás algunos lectores quieran saber, en un enfoque plural y federal, que en euskera se escribe “potroak” (que suena tremendo) y que “collois” es la musical y suave voz en gallego, aunque nada pueda superar el entrañable y popular “manda carallo”.
De todos los cojones políticos, mis favoritos son los collons de Estanislao Figueras, federalista catalán, que fue el primer presidente de gobierno de la I República española. Se vivían momentos tensos, ya no sólo en las Cortes mientras se discutía la nueva Constitución, sino incluso en el Consejo de Ministros. Precisamente, mientras presidía uno, y harto de debates estériles, llegó a gritar en catalán: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”.
Días después dejó, disimuladamente, su dimisión en su despacho de la Presidencia, se fue a dar un paseo por el parque del Retiro y, sin decir una palabra a nadie, tomó el primer tren que salió de la estación de Atocha. No se bajó hasta llegar a París, y no volvió hasta muchos meses después.
Pues eso. Cada vez es más difícil aguantar.
Publicado en: El País (14.05.2012) (blog (‘Micropolítica‘)
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