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Romney nominado y atrapado

Mitt Romney llega al final de la convención republicana con el camino trazado. El protagonismo del movimiento del Tea Party en la cita de Tampa (Florida) es muy relevante y muy superior al que, seguramente, desearían el candidato y su equipo: el 47% de los republicanos se identifica con este movimiento. La convención acaba con un candidato nominado, pero atrapado -y condicionado- por unas bases que sintonizan mejor con los discursos duros y contundentes de Paul Ryan y Condoleezza Rice, la gran estrella. Hasta ahora, Romney, a su lado, parece tibio, sin carisma y sin personalidad.

Romney ya cuenta con el poder que le confiere ser oficialmente candidato, pero está por ver si tiene la libertad de un líder, a lo que habría que añadir sus graves problemas de imagen pública caracterizada por la volubilidad y falta de criterio propio. Romney se mueve por donde sopla el viento, simplemente. Si además está atrapado, su capacidad para asumir la presidencia se cuestionará abiertamente.

Acaba la convención con unas bases radicalizadas, justo cuando el número y el peso determinante de los indecisos serán claves en las elecciones. A pesar de que los independientes tienden a virar más hacia los demócratas, la gran mayoría considera que las cosas no solo están mal, sino que van a peor. El lema de la convención es el anzuelo que han lanzado los republicanos a este segmento: «Podemos hacerlo mejor».

Pero la realidad es otra. La convención republicana ha manejado dos agendas: la pública (discursos y publicidad) y la casi oculta (el programa, controlado por los delegados, que, a su vez, han sucumbido a los sectores más duros e intransigentes). El momento Ann y su capacidad de transmitir la imagen del otro Romney (el que plancha sus camisas, lava su ropa, y se acurrucó a su lado mientras ella estaba sumida en una profunda depresión tras el diagnóstico de su enfermedad) forman parte de esta proyección pública controlada y planificada.
La intervención de Ann Romney, así como las de Susana Martínez y Marco Rubio —del miércoles y jueves respectivamente—, han sido un intento evidente por parte de los republicanos de demostrar que no existe ninguna «guerra contra las mujeres» y que los hispanos siguen siendo un segmento imprescindible en estas elecciones.

Sin embargo, mientras estos enamoraban al electorado, los delegados del Tea Party controlaban la plataforma del partido, es decir, la posición programática frente a varios temas claves. Empezando con los impuestos; se eliminarían sobre los intereses, dividendos y ganancias de capital en conjunto, derogarían el impuesto al patrimonio y el impuesto mínimo alternativo. Proponen, también, pagar todos estos recortes con la reducción del presupuesto federal, cuestionando la utilidad y constitucionalidad de ciertos programas. El Departamento de Defensa no recibiría ningún ajuste, pero Medicare se transformaría en un programa de vales, que reduciría los costos pero aumentaría la presión en las personas mayores. Toda una ofensiva contra lo público, lo federal, lo social. Su objetivo es desmontar el Estado, no reactivar la economía. Esta es la amenaza crítica para Romney.

Acaba la convención como empezó: con un huracán, pero ideológico, y un partido más intransigente, más excluyente y más provocador. Aunque siete de cada diez independientes dice estar a favor de un compromiso entre los dos partidos, más que a favor de una confrontación. Romney parece que ha perdido el centro del poder de su partido y, así, es muy difícil presentarse en el centro político: el lugar en donde todo se decide. Llega el turno de la convención demócrata y del seductor Barack Obama.

Publicado en: El Periódico de Catalunya (31.08.2012)(blog Born in the USA)

Fotografía: Clark Van Der Beken para Unsplash

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