Bárcenas es el pasado. Las reformas son el presente. Y la recuperación económica (y política) es el futuro. Esta parece que es ya, definitivamente, la vía Rajoy para salir adelante y retomar la iniciativa. El curso acabó con una comparecencia forzada que mostró las fuerzas de cada cual. Y a Mariano Rajoy le han sentado bien las vacaciones. Ha vuelto más ágil (física y políticamente), más decidido (sin dudas) y más rápido (¿han visto cómo se mueve últimamente, con el paso más acelerado?) Es su versión política del lema olímpico citius, altius, fortius. Quizá una analogía que coincida con el posible éxito de la candidatura de Madrid 2020, que —a partir de hoy— contará con la presencia del Presidente del Gobierno en el tramo final y decisivo de las votaciones del COI.
Rajoy ha puesto la directa. Su agenda desde que se ha reincorporado al despacho es endiablada. Hiperactivismo con una sonrisa permanente en la comisura de los labios. Ha decidido contarnos una historia (pasado, presente y futuro…) y, para ello, magnifica o presume de cualquier indicador: sean los datos referentes a que el desempleo apenas baja en 31 parados en el mejor agosto desde 2000, o los dos minutos de encuentro con Barack Obama en el que, según fuentes de La Moncloa, el presidente norteamericano elogió y animó la vía Rajoy y sus resultados cada vez más evidentes y esperanzadores. Toda esta ofensiva ha ido acompañada de una descarada operación adulatoria y de culto a la a la infalibilidad personalista del Presidente por parte de la prensa más dócil, servil y claudicante, que presenta a Rajoy como un gigante hercúleo (con fotos, como pósters electorales, a toda página).
El pasado. Lo ha reflejado muy bien Kepa Aulestia en su reciente artículo Cinismómetro: (…)«El cinismo del poder no solo se basa en la aceptación de las cosas como son, sino que desafía al mundo a que demuestre que podrían ser de otra forma. En los casos de corrupción ese desafío transfiere a los jueces la responsabilidad de demostrar que se haya hecho algo irregular. En otras palabras, «a ver si los jueces son capaces de hallar pruebas de algún ilícito frente a mis esfuerzos por ocultarlas» y «a ver si son tan tenaces como para obligarme a confesar todo lo que sé». Esta va a ser la estrategia de Rajoy: relativismo moral y resistencia política. Y el silencio orgánico y organizado, como el que mandó implantar en la primera reunión de la Ejecutiva de su partido al inicio de curso.
Alfredo Pérez Rubalcaba, en su versión más ingeniosa (¿recuperará el líder socialista la sorna mordaz y la ironía inteligente que le han caracterizado desde siempre?), hizo su particular reentré con un cuento, en su personal versión del microrrelato eterno del escritor guatemalteco Augusto Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí» (en alusión a Bárcenas). Pero a Rajoy los cuentos breves le hacen cosquillas y más si son de Rubalcaba que, entonces, hasta incluso se ríe. Fin de la cita. Rajoy está por la novela épica. Le han escrito un guión y lo va a representar con la pretensión y ambición de imponerlo.
El presente. Al Gobierno le han entrado las prisas. Quiere imponer su versión de manera arrolladora. Ganar por desbordamiento. Ganar por energía y determinación antes que por razón y argumentación. En su agenda está aprobar la Ley de Transparencia la semana próxima (y para ello se ha lanzado a una presión contundente sobre el PSOE para que vuelva la negociación y la acepte finalmente).
El Gobierno quiere ir rápido en todo, consciente que llega al ecuador de la legislatura y es el momento de apretar y teniendo mayoría parlamentaria para imponer su ritmo y su agenda legislativa. Y acaba de acelerar esta misma semana, de la mano de Soraya Sáenz de Santamaría, con el balance de las 129 medidas aplicadas ya (o inminentes) de la reforma de las administraciones y reactivar la comisión interministerial (durmiente desde marzo) sobre regeneración democrática. Mientras, el PSOE ha ofrecido un Foro político contra la corrupción en el marco de una subcomisión en la Comisión Constitucional del Congreso. A los partidos les han entrado las urgencias. Todos rivalizan (y es bueno) —incluso desde los medios y la sociedad civil— en propuestas para hacer frente a esta lacra, llegando incluso a plantear una tábula rasa con forma de Comisión para la Verdad y la Regeneración que, a cambio de la verdad —y su rectificación en forma de compromisos y leyes—, permita el perdón y la amnistía política (¿y penal?).
El futuro. La aceleración es total. Todos quieren recuperar el tiempo perdido. El desgaste y el deterioro de la credibilidad política son abrumadores. «Hay que hacer algo», se escucha y se proclama en los pasillos del Congreso y en los bares. La calle y los escaños se han contagiado de las urgencias. Y el Gobierno tiene la capacidad ejecutiva para demostrar con hechos que manda y que actúa frente a los desafíos. Esta es su apuesta: hacer y muy rápido. Poner tierra de por medio con la oposición y situarla en el terreno de las palabras (críticas, denuncias, alternativas) que contrasten —fuertemente— con los hechos (y resultados) del Gobierno. Unos hablan y otros trabajan, será el martillo pilón de Rajoy.
Cuando al final del verano Rajoy convocó a la prensa, (para verle caminar junto a sus más fieles correligionarios) no fue solo un gesto de poder excesivo. Fue una decisión estratégica de construcción de imagen: estamos en marcha, a paso ligero y firme. Juntos y decididos. Con Rajoy a la cabeza y marcando el paso.
En esta ofensiva, la energía jugará un papel clave. El hiperactivismo gubernamental acompañará esta ofensiva. La comunicación no será lo que se dice, sino lo que se hace (y cómo se ve o percibe). Una comunicación casi sin palabras, factual, gestual y ritual. Esta es la ofensiva. Y no es pequeña ni débil. Todo lo contrario. La exhibición de energía y la determinación serán las claves.
En los próximos meses veremos si los ciudadanos aplican un sedante voluntario a su memoria y a su irritación a cambio de estímulos económicos y sociales, o si —por el contrario— persisten en su opinión y valoración respecto al liderazgo de Rajoy. Quedan más de dos años para las elecciones generales. Rajoy le va a echar un pulso de resistencia a la oposición, a los medios, a los retos (como el de Artur Mas), a los activistas y a los electores. Su desafío es total y global, si es que antes la justicia no altera los planes. A ver quién aguanta más. De resistencias y energías va el juego. Quien tenga más, podrá imponer su relato, aunque sea un microrrelato.
Rajoy impone su tempo porque tiene tiempo. Le ha dicho a Mas, por ejemplo, que si el plazo de la consulta es en 2014 que se olvide de todo, como acabamos de conocer al revelarse su cita secreta de agosto. Pero que, si se dan dos años más de conversaciones (ambos los tienen), las cosas pueden evolucionar para todos. Curiosamente, las urgencias y aceleraciones van a resolverse con carreras de fondo y de resistencia.
Publicado en: El País (6.09.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: Chris Liverani para Unsplash
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