Rápido, rápido, rápido. Rajoy y Sánchez están a la carrera, sin tregua, con una cantidad y calidad de propuestas reformadoras democráticas inauditas, o impensables, hasta hace muy pocas semanas. Tan rápidos que no se puede ni analizar suficientemente —con la calma y atención que merecen— ni evaluar las medidas, su impacto y sus posibles puntos de acuerdo, a pesar del tacticismo que atenaza casi siempre a los líderes políticos.
Rápido porque sienten que van tarde, muy tarde (en las reformas democráticas). Rápido porque queda poco tiempo (para las próximas elecciones y porque los datos demoscópicos son brutales en cuanto a desafección causada por la corrupción y el funcionamiento democrático). Rápido porque la competencia aprieta (por la irrupción —extraordinaria disrupción— de Podemos y su discurso regeneracionista, sin concesiones). Más que nunca el poeta explica mejor que nadie la agitación, casi desesperada, del PP y del PSOE en esta competición acelerada: «Cuando las horas decisivas han pasado es inútil correr para alcanzarlas» (Sófocles). ¿Será inútil lo que proponen, ahora? Pienso que no.
Esta aceleración es forzada por la realidad y por la presión social. Pero no por ello debe ser desconsiderada por los sectores sociales y políticos que han exigido reacción y cambios en la política formal y, en particular, en las dos grandes fuerzas políticas. La descualificación ad hominem, venga de donde venga, es perversa y prejuiciosa. Y nos aleja del debate democrático para enlodarnos en la trinchera ideológica y sus trincheras sectarias. Se abren oportunidades. Lo deseable es explorarlas. Entre los partidos y con la sociedad.
Las urgencias casi nunca son buenas consejeras en política. Pero el empecinamiento, la pereza, la arrogancia acomodaticia, todavía son peores. La inacción es peligrosa, cuando lo que está en juego son valores y principios que se perciben conculcados por prácticas y comportamientos políticos que desprecian las leyes y la ejemplaridad política y moral, sin las cuales no hay ejercicio de la representación política en democracia.
El empecinamiento en el error es una de las características menos estudiadas en el uso del poder político, pero que tiene patrones de comportamiento a lo largo de la historia. En el extraordinario libro de Barbara W. Tuchman, La Marcha de la Locura [The March of Folly, 1984] la autora aborda un asunto tan turbador —e incomprensible— como la paradójica omnipresencia, a lo largo de los siglos, de la insensatez y la irracionalidad en el gobierno. «Y en todos ellos descubre un denominador común: el empecinamiento por parte de los gobiernos, y en particular de individuos obsesionados con el poder, en políticas contrarias al interés general, a pesar de tener la posibilidad de recurrir a otras alternativas viables».
La urgencia competitiva con la que hemos iniciado el curso político, así como la agenda de temas y fechas claves y decisivas, pueden imponer un ritmo frenético de hechos consumados que impidan los debates, las negociaciones, y los pactos —amplios, transversales, políticos y sociales— que permitan que estas reformas sean profundas por compartidas. Útiles por plurales. Oportunas por participadas. Aceptadas por discutidas. Rapidez es lo que casi siempre se le pide a la política. Pero cuando esta llega tarde y mal, lo mejor —más que ir rápido— es hacerlo bien, y mucho mejor que con anterioridad.
Publicado en: El País (1.09.2014)(blog ‘Micropolítica’)
Fotografía: Austris Augusts para Unsplash