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La legislatura del #15M

De las plazas a las redes. De las redes a las plazas. Y, ahora, cuatro años después, muchas de las personas que llenaban ambas, con su activismo político, han dado un paso al frente: hoy son cabezas de lista, candidatos, coordinadores o directores de campaña. Del no nos representan, al quiero ser tu representante. Una evolución extraordinaria que es, seguramente, el indicador más relevante de revitalización democrática de nuestra sociedad. Hace cuatro años, el bipartidismo político y la opinión pública (y publicada) institucionalizada no salían de su zona de confort y se preguntaban con displicencia y arrogancia: ¿Quiénes son? ¿De dónde han salido? ¿Qué quieren? ¿Quién manda? ¿Cómo se organizan?.

Cuatro años después, el #15M ha actuado como un gran fertilizador democrático. Han aparecido nuevos medios de comunicación, nuevas prácticas de vigilancia política, nuevos liderazgos y nuevos partidos (después de una etapa de adanismo refractario a la construcción política). Esta legislatura ha sido la legislatura del #15M. Su impacto en la cultura política ha superado todas las expectativas, y propósitos, de sus protagonistas hasta inocular en la sociedad española conceptos y prioridades que ya son parte de nuestro patrimonio político colectivo: desde la transparencia a la tecnopolítica.

Cinco días después de las manifestaciones del #15M, y con las plazas de España ya llenas de jóvenes, publiqué un artículo en las páginas de este mismo diario, Presidente baje a la plaza: «El 14 de marzo de 2004 saludaba usted a miles de jóvenes, parecidos a los que hoy se manifiestan y que le coreaban: «no nos falles». La historia dirá si les falló o no. Pero sería imperdonable que ahora no les escuchara. En la plaza. En su terreno, con sus reglas, con sus condiciones. No le esperan, pero vaya. No es humillación, es humildad. Un primer gesto para empezar una conversación honesta. Quizá no tenga recompensa, pero vale la pena.» No bajó. Se llamaba Zapatero.

Un año después, Belén Barreiro, la que fuera su directora del CIS anticipaba, en un ejercicio de análisis ficción ―tan premonitorio como acertado―, lo que podía pasar la noche electoral de 2016 con un importante artículo, Regreso al futuro: «La nueva fuerza política se define a sí misma como una «plataforma»: rechaza explícitamente el uso de la palabra «partido». Se trata de una agrupación variopinta de ciudadanos, asociaciones y movimientos sociales, unida bajo un programa político común, inusualmente breve (no llega a las 40 páginas), pero dotado de contenido, y enormemente ambicioso. Su líder es una mujer de 37 años, capaz, preparada, y sin experiencia política previa. Detrás de ella, en las lista al Congreso de los diputados, se alternan sin criterio aparente los nombres de unas pocas personas conocidas, los de algunos políticos provenientes de los partidos tradicionales y los de individuos anónimos, que han dejado temporalmente sus trabajos, muchos de ellos de alta cualificación, para defender un proyecto de “rescate ciudadano”, el lema del Partido Radical en estos comicios.» No se equivocó, pero pasó antes, en las elecciones europeas.

El #15M supuso la eclosión inesperada e imaginativa  de un malestar social y político incubado en plena crisis económica, pero que ahondaba sus raíces en un progresivo deterioro de las instituciones surgidas de la Constitución de 1978. El #15M se produce en medio de la tormenta perfecta provocada por la concatenación de la crisis económica y de la crisis institucional, en la que la percepción de la impotencia política para actuar con eficacia para prevenir la crisis y para evitar las severas secuelas sociales provocó la rebelión contra la resignación del «no hay alternativa», que ―más allá de la indignación social acumulada― abrió las puertas a la búsqueda de otras políticas. Resetear España era la auténtica alternativa.

Si a la rebelión contra la impotencia de los partidos de gobierno se une la creciente intolerancia social a la corrupción que ―con intensidades diferentes― salpicaba a todos los partidos políticos y a buena parte de las instituciones hasta alcanzar a la misma Corona, la desafección política alcanzaba cotas inéditas desde la restauración democrática, expresada gráficamente por el «no nos representan».

La necesidad de encontrar una salida a la impotencia política ante la crisis  y a la corrupción podía haber sido una oportunidad y un incentivo para que los partidos políticos centrales del sistema tomaran la iniciativa reformista, pero su pasividad y su falta de reflejos, su incapacidad para empatizar con el nuevo clima de opinión, no hicieron otra cosa que ensanchar la brecha entre la política establecida (la vieja política) y una parte importante de la sociedad. Una brecha política que es también una brecha generacional (con un componente significativo de brecha tecnológica). En el fondo, este desencuentro supone, en cierta medida, una especie de ruptura del pacto intergeneracional que algunos inscriben en el marco del fenómeno del «fin de la clase media», inherente a los problemas de sostenibilidad del Estado de Bienestar en el nuevo contexto de la globalización.

Lo cierto es que la falta de reacción de los grandes partidos (pero también de los partidos pequeños del sistema y de los sindicatos) ante la crisis institucional supuso una oportunidad para el surgimiento de nuevos proyectos políticos. En el caso de Cataluña, el movimiento alternativo se ha encarnado en el movimiento independentista, de carácter transversal. En el conjunto de España, Podemos, primero, y Ciudadanos, más tarde, han sido la concreción de la alternativa. Sin olvidar la incisiva avanzadilla que supuso el Partido X y sus mutaciones posteriores.

Así pues el #15M ha provocado como mínimo un cambio en la agenda política (corrupción, desigualdad, reforma de la política, reforma constitucional) y un cambio en la oferta política y social que supondrá una modificación del mapa político, a verificar en las sucesivas elecciones del año en curso. Está por ver si la modificación de este mapa político vendrá acompañada de un cambio de cultura política, más exigente con la calidad de la democracia. También hay que contar con las resistencias al cambio, nada menores: resistencia del bipartidismo, inercia institucional, reflejo conservador de una parte de la sociedad, impacto de la complejidad de la realidad en la «nueva política», evaporación del espejismo del «momento revolucionario»; o, también, la ausencia de modelos alternativos solventes. Pero la cosecha del #15M se ha ganado el derecho a intentarlo, a equivocarse, incluso a defraudar. Veremos cómo funciona el itinerario plazas > redes > mareas > platós > atriles > urnas > escaños. Pero en cualquier caso, el #15M ha materializado las esperanzas múltiples en proyectos diversos (así, en plural). Esta ha sido su legislatura, sin estar en las instituciones. Ahora empieza la otra legislatura. De los sueños a los presupuestos.

Publicado en: El País (15.05.2015)(blog ‘Micropolítica’)
Fotografía: Jon Tyson para Unsplash

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