El Pocho vive

Las paredes de la ciudad de Rosario amanecen de vez en cuando pintadas con la leyenda «Pocho Vive» y decoradas con esténciles de un ángel que circula en bicicleta, desde hace ya catorce años. La gente foránea se extraña, pero los habitantes rosarinos están acostumbrados y conocen la terrible historia que llevan consigo esas pintadas.

Cada una de ellas es en homenaje a Claudio «Pocho» Lepratti, un joven activista social que fue asesinado por la policía durante la crisis de 2001 y que vive a través de estas expresiones del arte realizadas por activistas sociales, como lo era él, y que quieren mantener viva su memoria.

A finales de 2001, Pocho, exseminarista y que ayudaba a niños pobres de su barrio, trabajaba como auxiliar de cocina en el comedor de la escuela número 756 José M. Serrano del barrio Las Flores, un humilde barrio del sudoeste rosarino. El 19 de diciembre, en medio de la crisis del corralito y los disturbios de ese año, que terminaría con la caída del presidente Fernando De la Rúa, varios policías que llegaron desde la ciudad de Arroyo Seco ―a 30 km al sur de Rosario― comenzaron a disparar al lado de la escuela. Lepratti subió al tejado para defender a los menores que se encontraban comiendo en el interior. Se asomó gritando: «¡Hijos de puta, no tiren que hay pibes comiendo!». El policía Esteban Velásquez se giró y le disparó, acertándole en la tráquea, lo que le causó a Lepratti una muerte instantánea. Pese a la denuncia, los policías lo negaron y fabricaron pruebas para implicarle, con la aquiescencia de su comisaria y de los altos cargos de la región. Después de una larga investigación, Velásquez fue condenado a 14 años de prisión, aunque salió a los 8. Ahora vende comida basura en la plaza central de Arroyo Seco.
Pero desde su muerte, toda la ciudad recuerda al «Pocho» a través de pintadas, donde se pide justicia para el resto de encausados que jamás pagaron por su crimen o por intentar esconderlo. También es un recordatorio del trabajo del «Pocho» con la comunidad, con los pobres. Su bicicleta también se ha convertido en un símbolo.

En la Red, gracias a la cual perdura su memoria, se suben constantemente vídeos y tuits con las imágenes de su bicicleta, de sus frases, y con el stencil de una hormiga, símbolo del trabajo duro y constante de un individuo que, como una hormiga perseverante, ayuda a una comunidad.

Catorce años después, el «Pocho» sigue viviendo. El ARTivismo le mantiene en la memoria de la comunidad y también fija el foco en la injusticia.

Una sociedad cansada de contenidos políticos triviales, como discursos o aburridos actos, encuentra en el ARTivismo una fuente de expresión distinta, rica en matices, que llama la atención y que consigue que se recuerde y que sea difundido exponencialmente.


Publicado en: Reforma.com (México)(24_Tendencias Globales. 18.10.2015)

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