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Semillas políticas

«No existe en el mundo nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo». Víctor Hugo

En los últimos años, los valores y prácticas de la economía colaborativa han llegado también a la agricultura, principalmente en Estados Unidos, donde han surgido las «bibliotecas de semillas». A través de esta iniciativa grassroot, los ciudadanos pueden coger semillas  antes de que comience la temporada de jardinería y devolverlas cuando ésta termina.

Uno ejemplo de ello lo encontramos en la Biblioteca Simpson, en Pennsylvania, donde ―además de libros y películas― se prestan semillas. La iniciativa, lanzada el 26 de abril de 2014, en el marco de celebración del Día de la Tierra, significó una de las primeras acciones de un modelo que se fue reproduciendo en los distintos estados del país. Sin embargo, la ‘planta’ no llegó a florecer. En junio de ese año, las bibliotecas de Pennsylvania recibieron una carta del Departamento de Agricultura donde se les notificaba que estaban violando el acta de semillas de 2004.

La carta hacía énfasis, además de apuntar otras consideraciones sobre los límites en la comercialización de semillas, en la protección del medioambiente, y en que era necesario que todas las semillas fueran evaluadas según parámetros de pureza y germinación. Esto supuso que las bibliotecas que estaban impulsando dicha iniciativa no pudieran alcanzar el objetivo pretendido, ya que sólo se les permitía intercambiar semillas ofrecidas en venta en los catálogos oficiales de 2014. Los ciudadanos no podían donar más semillas por la imposibilidad de hacer el test requerido (definido por el acta de 2004). Estas prohibiciones se dieron también en Minnesota y en Iowa con un fundamento similar: la incertidumbre sobre la idoneidad de las mismas.

En respuesta a esta prohibición, los movimientos pro economía colaborativa de semillas empezaron a difundir en las redes sociales la iniciativa, incluso compartiendo un documento de procedimiento, con recomendaciones, para poder montar una biblioteca propia. Su argumento era que el acta de semillas había sido, precisamente, una iniciativa de legislación para proteger a los pequeños productores de la economía oligopólica de las multinacionales agrícolas. «El intercambio de semillas es una actividad sin fines de lucro que no puede quedar englobada bajo las mismas directivas que Monsanto [1]», señalaba un activista [2].

¿Cómo terminó todo esto? Sorpresivamente, más allá del lobby de las grandes empresas, se convirtieron en ley dos proyectos que excluyen del acta de semillas el intercambio de éstas. Los estados protagonistas de esta victoria fueron Minnesota y Nebraska. Una victoria de los granjeros y de los movimientos de semillas compartidas que representan, también, al movimiento de la economía solidaria sobre los capitales especulativos. Son nuevos modelos de interacción y participación ciudadana ante los cuales los gobiernos no pueden hacer oídos sordos. En este caso se entendió que esta actividad no comercial no podía quedar sometida a las costosas y rigurosas leyes de las actividades agrarias.

Las semillas… ¿políticas?
La politóloga norteamericana Elinor Ostrom (1933-2012) ganó el Premio Nobel de Economía ―fue la primera mujer galardonada en este campo― en el año 2009 por su «análisis de la gobernanza económica y, en especial, de los commons». Ostrom se especializó en el área de los recursos compartidos (commons, en inglés) para derribar el mito de que la propiedad común debe ser gestionada y regulada siempre por las autoridades centrales o por entes privados autorizados. Este mito se asocia a lo que se conoce como la tragedia de los comunes (tragedy of the commons), un dilema que ideó Garrett Hardin en 1968 y que describe una situación en la que varios individuos, movidos por el interés personal y actuando racionalmente, destruyen un recurso compartido limitado.

Ostrom, tras estudiar numerosos casos de gestión común de stocks de pastos, pesca, bosques y lagos, descubrió que los resultados solían ser mejores que los previstos por las teorías económicas ortodoxas. Los usuarios de estos recursos, según analizó Ostrom, desarrollaban sofisticados mecanismos para la toma de decisiones y establecían reglas para gestionar los conflictos de interés. Así, estas prácticas comunales posibilitaron, muchas veces, la preservación de recursos comunes y evitaron la degradación del medioambiente. En su obra El Gobierno de los Bienes Comunes. La Evolución de las Instituciones de acción colectiva (1990) define ocho principios[3] para la correcta administración de bienes comunes.

En un texto muy pedagógico [4], Octavio Medina nos ilustraba sobre el legado de Ostrom para nuestra organización social, al recordar su trayectoria: «Como dice Alex Tabarrok, quizá el mayor legado de Ostrom sea el haber tratado a los comunes no como una tragedia, sino como una oportunidad. Más allá de la regulación estatal y la privatización a ultranza existe todo un abanico de opciones para solucionar problemas de gestión de bienes públicos. Se dice aquello de all politics is local. Toda la política es local. Las soluciones pueden serlo también, sin por ello perder efectividad. Ostrom lo trataba en su último artículo. Con problemas como la gobernanza económica global, el cambio climático o la desaparición de recursos, su legado académico no puede ser más relevante».

¿Podríamos aplicar estas teorías a la política, a la economía?
Creo que sí, pero ―además― hay que intentarlo. Las ciudades son un entorno favorable para ello. Barcelona, por ejemplo, presenta sus activos y credenciales para un gran laboratorio social de la innovación política. En un artículo reciente, publicado en El Huffington Post [5], se afirma: «Barcelona bien podría convertirse en la primera economía compartida real de Europa. Las economías avanzadas se enfrentan a un futuro de estancamiento permanente. El crecimiento no sólo es más difícil de conseguir, sino ecológicamente insostenible. La prosperidad requiere encontrar nuevas maneras de colaborar y compartir [6] equitativamente la abundante riqueza que ya producimos. En lugar de infraestructuras faraónicas que drenan el presupuesto público, necesitamos intervenciones pequeñas y asequibles que mejoren la ciudad para todos. La economía ecológica que desarrollamos en el Instituto de Ciencias y Tecnologías Ambientales, estudia ideas innovadoras como la fiscalidad ecológica, la renta básica, las monedas sociales o las redes de intercambio y de alimentos».

Las semillas, en la agricultura y en la política, reclaman paciencia y dedicación. Hay que saber esperar: regar, abonar, tratar, quitar malas hierbas y prever accidentes e inclemencias temporales. Se necesita confianza y trabajo. Me gusta la idea de que la cultura agrícola inspire la nueva política. También en los ecosistemas digitales, donde el tiempo y las relaciones continuadas y delicadas generan poderosas reputaciones y vitales brotes políticos de larga germinación. El enorme caudal de fertilidad política que significó el 15M (y los años posteriores) ha sido un ejemplo de ello. Frente a los recolectores impacientes (partidos, candidatos y procesos electorales), hoy se mueve otra cultura de sembradores de ideas, de prácticas y comportamientos. Cada día me interesan más las semillas, y compartirlas. No hay nada más fértil. No hay nada con más futuro.

¿Podemos escapar de la lógica omnipresente de la compra-venta como único parámetro de regulación de los mercados? En el hermoso último libro de Tony Judt, El refugio de la memoria [7], encontramos una valiosa reflexión sobre quién le ayudara a transcribir sus palabras, llegado el momento, dada la imposibilidad del autor a causa de una grave enfermedad degenerativa: «Para los calculadores, la vida especulativa empieza con preguntas poco filosóficas, del tipo: ¿y esto para qué sirve, o para qué me servirá? ¿Qué sacaré con eso? ¿Cuánto me va a costar? ¿Qué puedo ganar y qué puedo perder? La visión tiene poco de hondura y mucho de extensión. Es pura practicidad al servicio de los resultados. Es una manera de mirar hacia otro lado cuando emerge el viejo dilema de si el fin justifica los medios. No hay nada malo en querer resultados beneficiosos, faltaría más. No podemos desear nada mejor que la máxima plenitud para nosotros, para los nuestros y para el mundo en su conjunto. Para los especuladores, el credo se basa en el beneficio propio por encima de todas las cosas. Así, forma y fondo, medios y fines, se aúnan con un solo propósito: darle vida a la ambición personal y al logro sin miramientos, como en las burbujas especulativas, que lo único que han logrado es que las ganancias sean privadas y las pérdidas públicas.»

¿Hay alternativa?
Los patrones estandarizados utilizados para salir de la crisis ya no funcionan [8]. Las diferencias sociales no dejan de acentuarse. Las cifras demuestran que las soluciones implantadas hasta el momento por la mayoría de gobiernos y grandes corporaciones, responden a pautas tradicionales y no conllevan a resultados positivos para la mayoría. Globalmente, no crecemos económicamente y, si lo hacemos, no es de forma equilibrada.

El paso de las reformas a las alternativas se hace inevitable. Alternativas que cuestionan, también, los modelos de cálculo y análisis con los que hemos sido incapaces de prever la crisis, pero que tampoco nos permiten establecer otros procesos distintos, ni tan solo en el terreno de los escenarios. Este mundo inevitable, y por lo tanto irreformable, debe dar paso a una concepción menos determinista. El procomún se abre paso como una de las corrientes de pensamiento (y práctica personal) que podría iluminar sendas diferentes de los caminos trazados hasta ahora.

La filósofa Martha C. Nussbaum, en su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales 2012, define muy bien las limitaciones de nuestros patrones (procedimientos, métricas, soluciones): «Lo que he hecho a lo largo de los años es desarrollar (en colaboración con economistas) lo que se conoce como el enfoque del desarrollo humano, o el enfoque de las capacidades. Se trata de un enfoque que sostiene que el crecimiento económico, medido por el PIB per cápita, no es suficiente para evaluar la calidad de vida nacional ya que realmente no capta qué es lo que la gente está luchando por conseguir. El enfoque del PIB hace caso omiso a la distribución, por lo que puede dar una alta calificación a naciones que guardan alarmantes desigualdades de oportunidades. E ignora además el hecho de que una vida humana próspera tiene muchas partes que varían unas de otras independientemente, e independientemente, también, del crecimiento económico regional o nacional. Una nación puede tener un alto crecimiento sin libertad política o religiosa; pero la gente desea tener una voz sobre su vida política y moral. Una nación también puede crecer bien sin una distribución adecuada de las oportunidades de educación, de asistencia sanitaria o de la preservación básica de la integridad corporal como muestra con tanta claridad mi próspero país, con sus luchas sobre la educación y la asistencia sanitaria y su historial lamentable de violencia de género. Lo que nosotros hemos estado defendiendo, entonces, es que la medida correcta de desarrollo se focaliza en las personas, es sensible a la distribución, y es plural; refleja el hecho de que la gente no lucha por la renta nacional, lucha por una vida con sentido para ellos mismos».

La ‘cultura del procomún’ puede conectar mejor con las sensibilidades y las nuevas mayorías que la ‘ideología de lo común’. No hay Estado, (ni Gobierno) que por sí solo pueda ya resolver los desafíos a los que nos enfrentamos. La pérdida de poder del Estado, asociada a la pérdida de poder de lo público, nos obliga a los ciudadanos a rescatar la política protagonizada exclusivamente por nuestros representantes (y sus instrumentos, los partidos políticos). Necesitamos recuperar parte de la soberanía cedida vía representación. Con ella, hemos renunciado a nuestra responsabilidad cívica, personal e intransferible. Necesitamos reapropiarnos de nuevo de lo que nunca hubiéramos tenido que delegar. La comercialización en la que se han transformado nuestras responsabilidades individuales, a través de nuestras obligaciones fiscales, se parece demasiado a la compra de las indulgencias religiosas: puesto que ya pago lo que me exigen, puedo hacer lo que quiera.

Necesitamos agricultores de nuevas ideas, de nuevas semillas políticas
«Cada tiempo privilegia un sentido. El nuestro es el de la vista. Estamos viviendo en una democracia ocular. Hace falta hablar». «Hay más gente asesorando para llegar al poder, que para lo que se debe hacer cuando se está en el poder». «Estamos en una democracia sin política que funciona relativamente bien. Lo que falla es la construcción política de las alternativas». Estas son algunas de las ideas-semilla de las frases que el filósofo, Daniel Innerarity, pronunció en la presentación de su último ―e imprescindible― libro: La política en tiempos de indignación (Galaxia Gutenberg).

Ha llegado el tiempo de sembrar nuevas semillas políticas. El agotamiento de las cosechas actuales, y su incapacidad para buscar alternativas ―más allá de gestionar la realidad o mitigar sus consecuencias― es un desafío mayúsculo. Pero imprescindible en un horizonte de futuro.

Hay que abrirse a nuevos surcos (los ya trazados empiezan a mostrar toda su incapacidad e infertilidad). Nuevas ideas que van desde el Open Source Government a explorar los fundamentos de la teoría de la Futarchy (futarquía) y las disruptivas propuestas de Robin Hanson, pionero de esta corriente de pensamiento. Y empezar por las raíces… por lo local. Por las ciudades. Las semillas de lo global.

Bernardo Gutiérrez, que dirige la red internacional de innovación Futura Media, con sede en la ciudad brasileña de São Paulo, es un neoconstructor: busca puentes entre las redes sociales y el territorio e incentiva la innovación multiplataforma, el diseño abierto y las nuevas narrativas. En uno de sus artículos, Ciudades, procomún y narraciones colectivas [9], apuesta por una fertilización del relato. Por la narración coral de ciudadanos y activistas de su entorno. Es como si fueran las conversaciones de los agricultores al compartir sus experiencias en el mercado o en la biblioteca de semillas: «Las historias colectivas son los nuevos hilos. Las lianas compartidas que quiebran muros, fronteras invisibles, segregaciones étnicas. Da igual el color que tengan estas viejas-nuevas historias, porque son narraciones colectivas, compartidas. Pero en lugar de molestar los tránsitos, las narraciones-hilos conforman el esqueleto, la columna vertebral, las extremidades y el corazón de las ciudades del procomún. Por eso es importante construir relatos ―como sugiere el colectivo de escritores italiano Wu Ming― como si fueran espacios para ser habitados. Por eso hay que construir calles o plazas como si fueran narraciones colectivas, como si fueran párrafos insustituibles de un imaginario superior que da sentido a la nada.»

Un lección reciente: El semillero del 15M
Hace tan solo dos años, en el 2013, recuerdo perfectamente como los agoreros del desastre y de la decepción, proclamaban la muerte política del 15M por incapacidad e irrelevancia. Pero solo veían la superficie. Las plazas ya no estaban llenas, pero las semillas ya empezaban a germinar en forma de nuevos medios de comunicación, de redes de cooperación, de crowdfunding alternativo, de cooperativas, de mareas y resistencias. En 2013, la política formal y representativa había mostrado todas sus limitaciones y problemas de fondo y forma. Después del poderoso aviso lanzado desde las plazas y las redes, la política no había podido –o no ha sabido– reaccionar. El foso de la desconfianza se agrandaba a causa de la corrupción y la parálisis frente a los retos.

Desde muchos sectores (mediáticos, sociales y políticos) se reprochaba al ecosistema que se visualizó el 15M de 2011 la falta propositiva, alternativa y democrática. Había mucho de cínico y acomodaticio en esta crítica: la exigían, precisamente, aquellos que deberían dar las respuestas por su responsabilidad en la representación o en la gestión. Otra vez más, había quien veía la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Pero, de la misma manera que equivocaron las preguntas en 2011 (¿quiénes son?, ¿qué quieren?, ¿cómo se organizan?, ¿con quién hay que hablar?), entonces –de nuevo– lanzaronn preguntas con viejos patrones: ¿por qué no se presentan a las elecciones?, ¿qué proponen?, ¿a quienes representan?. Es difícil atender y reaccionar ante lo que no se entiende, o no se quiere comprender. Pero no es excusa, al contrario. Hay un déficit de atención, reflexión y reacción. Los tiempos (y los resultados del ecosistema del #15M) son otros. Y otras sus lógicas, sus modelos, sus valores. Se trata de semillas distintas.

Frente a este estado de cosas, esas semillas del 15M siguieron germinando. Algunas rápidamente, otras lentamente, como el bambú: durante los primeros  siete años aparentemente no sucede nada; pero, en un período de tan solo seis semanas, justo en el séptimo año, crece más de 30 metros. Cuando se creía que nada ocurría, en esos primeros años, la planta estaba desarrollando un sistema complejo de raíces capaz de sostener su rápido y enérgico crecimiento exterior. Lecciones de la naturaleza. Así son los cambios de fondo. No siempre son rápidos. Pero, si son profundos, pueden llegar lejos. Algunos se ven, porque brotan. Otros no se ven pero echan raíces, transforman el subsuelo, crean nuevas realidades, abonan el terreno y permiten nuevas germinaciones. Los que solo buscan frutos (recogerlos, utilizarlos, consumirlos) nunca comprenden bien el tiempo de la semilla y la siembra.

Hay quien analiza la evolución de estos años como un tránsito –preocupante, piensan– entre la indignación y la rebelión. Entre la indignación y la rabia. Algunos creían que esta evolución reflejaba frustración o marginación. Pero el ecosistema político, cultural y social que ha representado y representa el #15M no se puede «medir» o analizar por el momento actual, simplemente. Sus cambios son de fondo, de mentalidad. Esa es la auténtica rebelión: la parcialmente silenciosa, la que ha cambiado la manera de ver lo público y lo político. Como un iceberg, donde se ve solo el 10 % de su superficie mientras el 90 % restante permanece sumergido. Como el bambú, que está siete años bajo tierra, pero no enterrado. Está creciendo, hacia abajo, para después brotar. Más pensamiento natural y agrícola nos hace falta, creo, para entender lo que pasa, y lo que puede suceder.

Empecemos por las semillas-palabras, como bien escribe Susana Tamaro en su recomendable libro Cada palabra es una semilla (2005). Palabras para cambiar el mundo. Palabras que cambian la manera de vernos y de ver nuestra realidad. O, si los lectores lo prefieren, es tiempo de releer la parábola del sembrador, según el Evangelio de Marcos: Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar. Y se le juntó mucha gente; y entrando Él en la barca, se sentó, y toda la gente estaba en la playa. Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: «He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga.»

Así pues el #15M ha provocado como mínimo un cambio en la agenda política (corrupción, desigualdad, reforma de la política, reforma constitucional) y un cambio en la oferta política y social que supondrá una modificación del mapa político, a verificar en las sucesivas elecciones del año en curso. Está por ver si la modificación de este mapa político vendrá acompañada de un cambio de cultura política, más exigente con la calidad de la democracia. También hay que contar con las resistencias al cambio, nada menores: resistencia del bipartidismo, inercia institucional, reflejo conservador de una parte de la sociedad, impacto de la complejidad de la realidad en la «nueva política», evaporación del espejismo del «momento revolucionario»; o, también, la ausencia de modelos alternativos solventes. Pero la cosecha del #15M se ha ganado el derecho a intentarlo, a equivocarse, incluso a defraudar. Veremos cómo funciona el itinerario plazas > redes > mareas > platós > atriles > urnas > escaños. Pero en cualquier caso, el #15M ha materializado las esperanzas múltiples en proyectos diversos (así, en plural). Esta ha sido su legislatura, sin estar en las instituciones. Ahora empieza la otra legislatura. De los sueños a los presupuestos. De los sueños a los votos.

Hagamos de nuestro voto, el próximo día 20D un voto-semilla, también. Para abrir tiempos nuevos, de esperanzas y retos. De sueños compartidos. Porque, más que nunca, hay alternativas y otra política es posible, urgente, necesaria e inaplazable.

Publicado en: Razón y Fe (Número. Diciembre 2015)(versión PDF)
Fotografía: Joshua Lanzarini para Unsplash 

[1] Los monstruos de ‘Monsanto’: más de un siglo envenenando al planeta https://actualidad.rt.com/actualidad/172768-biotecnologia-omg-monsanto-transgenicos

[2] Algunos movimientos destacados en el impulso a la sanción de la Ley fueron:
Common Soil Seed Library (Nebraska), Do it Green! MinnesotaDuluth Public LibraryGardening MattersHomegrown Minneapolis Food Council, Institute for a Sustainable FutureSt. Paul Ramsey County Food and Nutrition CouncilSt. Paul West Side Seed Library (Minnesota).

[3] En Wikipedia, en su traducción al castellano:

  1. Límites claramente definidos (exclusión efectiva de terceras partes no involucradas).
  2. Reglas de uso y disfrute de los recursos comunes adaptadas a las condiciones locales.
  3. Acuerdos colectivos que permitan participar a los usuarios en los procesos de decisión.
  4. Control efectivo, por parte de controladores que sean parte de o a los que la comunidad pueda pedir responsabilidades.
  5. Escala progresiva de sanciones para los usuarios que transgredan las reglas de la comunidad.
  6. Mecanismos de resolución de conflictos baratos y de fácil acceso.
  7. Autogestión de la comunidad, reconocida por las autoridades de instancias superiores.
  8. En el caso de grandes recursos comunes, organización en varios niveles; con pequeñas comunidades locales en el nivel base.

[4] El gobierno de lo común: Recordando a Elinor Ostom
http://politikon.es/2012/06/18/el-gobierno-de-lo-comun-recordando-a-elinor-ostrom/
[5] Barcelona en Comú y la innovación social. Giorgos Kallis
http://www.huffingtonpost.es/giorgos-kallis/barcelona-en-comu-y-la-innovacion_b_7612882.html?utm_hp_ref=spain
[6] El ideólogo de la teoría del bien común cree que el neoliberalismo viola la democracia
http://www.publico.es/actualidad/ideologo-teoria-del-comun-cree.html
[7] La lección de Tony Judt
http://www.filosofiahoy.es/Tony_Judt_El_refugio_de_la_memoria.htm
[8] El procomún y la respuesta a la crisis. Antoni Gutiérrez-Rubí. Texto publicado en: Documentación Social. Revista de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada. nº165  Los bienes comunes: cultura y práctica de lo común (abril-junio 2012) https://www.gutierrez-rubi.es//2013/05/03/el-procomun-y-la-respuesta-a-la-crisis/
[9] Ciudades, procomún y narraciones colectivas. Bernardo Gutiérrez
http://ecosistemaurbano.org/castellano/ciudades-procomun-y-narraciones-colectivas/

Artículos de interés:
Elecciones 20D. Micropolítica (Jordi Soler. El País, 18.01.2016)

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