Se ha terminado la impunidad. Ese es el mensaje sociológico y político que implica la presencia en el banquillo de los acusados de Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y de Grecia, hija y hermana de reyes, junto a 16 personas acusadas de fraude, blanqueo de dinero y tráfico de influencias. La justicia decidirá si hay elementos jurídicos para que permanezca allí. El fiscal dice que mantener la acusación por delito fiscal es una «discriminación ilegítima», Hacienda lo corrobora y la defensa aporta una decena de sentencias para exonerar a Cristina de Borbón. Todos se vuelcan para librar, ahora, a la infanta de la pena de «imagen», de la pena de paseíllo televisivo. Pero ya la tiene. Y será imborrable.
A Cristina de Borbón la han ubicado al final, la última, cerca de la puerta, y separada de su marido y de los principales rostros de los acusados. Como para anticiparnos visualmente que su sitio no es ese, que será la primera en salir de sala. Una separación física notable, como la que han mostrado al bajar del coche y recorrer los metros que les separaban hasta la puerta. Una separación fría, de más de un metro, sin contacto visual ni verbal, sin cogerse de la mano. Nada que ver con la sonrisa y el control de hace más de un año.
Una separación física que quiere ser jurídica, como un cortafuego, como un dique, pero que resulta inútil. No servirá de mucho. Las fotografías con sus encuadres y sus ángulos; las imágenes televisivas con sus barridos y sus zooms —e intensos primeros planos—; las infografías; los montajes que se construyen en un nuevo plano de dos planos separados; y las informaciones de más de 600 periodistas nacionales e internacionales recrean la realidad: la que se ve, la percibida, la compartida. La nueva realidad.
Su presencia en la sala penal es el penúltimo escalón de su descenso, de la pérdida de privilegios, estatus y condiciones que rodean a un miembro de la familia real. Solo falta su renuncia a los derechos dinásticos, una decisión que únicamente depende de ella y que la desvincularía de la Casa del Rey. Una sentencia condenatoria de su marido o suya haría todavía más inviable su testaruda defensa de sus derechos dinásticos que ya la enfrentó con su padre, Juan Carlos I.
Del palacio de Marivent a alojarse en casa de un particular. Del trono, al banquillo. Dice la defensa que aquel ‘Hacienda somos todos’ es solo publicidad. Pero ver a la infanta en el juicio como acusada es, para muchos, la reafirmación de que hay igualdad para todos, aunque ellos no sean iguales que los demás. Los Reyes y la familia real deben corresponder a la singularidad de su figura institucional con un plus de legitimidad: la moral, la ética, la estética. Hoy Cristina de Borbón, con su presencia en el banquillo, ilustra la revocación del título de duquesa de Palma que le retiró el rey Felipe VI. Hacer un uso fraudulento y delictivo del título era incompatible con poseerlo.
Cristina de Borbón ya no es miembro de la familia real. Tras el proceso sucesorio del 2014, el círculo de esta se redujo a seis miembros: el rey y su esposa, sus hijas, y sus padres. Felipe VI tiene una hermana que se llama Cristina, pero ya nunca será de la familia real. Esa es su principal sentencia. Y su pena, la del paseíllo. De momento.
Fotografía: Tingey Injury Law Firm para Unsplash