En las recientes elecciones generales españolas había un partido que no recibía dinero de los bancos. Se trataba de Podemos.
Su modo de financiar la campaña era a través de donaciones y microcréditos de sus simpatizantes. En este sentido, fue muy llamativa la forma de pedir apoyo económico, a través de las redes, con el hashtag #YoNoTengounBárcenas (haciendo referencia al ex tesorero corrupto del Partido Popular), y con una página web específica de donaciones donde se explicaba cuánto se iba consiguiendo y para qué se usaba ese dinero. No fue el único partido en pedir donaciones a la ciudadanía, ya que también lo hizo Ciudadanos, aunque ellos sí gozaban de préstamos bancarios. Podemos consiguió unos 2 millones de euros (esperaban 3), mientras que Ciudadanos logró 10 mil 200 euros. Son cantidades insuficientes para llevar a cabo la campaña, pero es dinero contante y sonante al que antes no se tenía acceso y que hacía imposible competir electoralmente.
En 2016, en una sociedad hiperconectada, cada vez será más común, en cualquier país, que la gente quiera implicarse. Los partidos y los candidatos deben entenderlo y prepararse para ello, algo que entendieron hace años los partidos que hacían campaña en Washington.
En Estados Unidos, esta misma semana, hemos conocido que Bernie Sanders, el candidato demócrata adversario de Hillary Clinton, ha conseguido 26 millones de dólares en donaciones durante el último trimestre de 2015, la mayoría de ciudadanos anónimos —y no de empresas—, frente a los 28 millones de Clinton. Sin esas donaciones ciudadanas, la campaña se habría terminado para él ya hace muchos meses. Es la gente la que le mantiene, literalmente, en la carrera electoral. Lo mismo sucedió con Obama en 2008 y 2012, y en todas las elecciones norteamericanas desde 2004. Ese año, Howard Dean, en su campaña para las elecciones presidenciales estadounidenses, fue el primero en utilizar Internet de modo efectivo para una campaña de crowdfunding. Desde entonces, la búsqueda de dinero a través de la red ha sido una constante y ha mejorado muchísimo gracias al e-mailing y la segmentación electoral, entre otras maneras de conseguir implicar a la ciudadanía.
De este cambio mundial se pueden extraer interesantes ejemplos e ideas sobre una visión común: que la aproximación a los ciudadanos sigue cada vez más la lógica de la inteligencia de las multitudes. Son los ciudadanos —y los partidos— los que se dan cuenta de que con la ayuda e inversión en sus líderes es como se pueden lograr más acciones de campaña, más visibilidad, más recursos para convencer a otros/as, a menudo sin la participación de empresas o bancos. Es también, en estos tiempos de indecisión y volatilidad electoral en la mayoría de países, cuando la implicación política y la ilusión por cambiar las cosas generan más ganas de donar dinero, a la vez que la red ofrece más posibilidades para hacerlo.
La financiación colectiva responde a un modelo alternativo de financiación, así como a un papel diferente del votante, que se convierte en un inversor social desde el principio. Se trata de nuevos perfiles de consumidores políticos y activistas responsables: más implicados en los procesos de producción, más exigentes ética y moralmente, sensibles socialmente y más conscientes de su fuerza. La aproximación a la aportación colectiva obliga al partido promotor, por su parte, a seguir unas determinadas reglas (transparencia y rendimiento de cuentas) que refuerzan la creación de una comunidad en torno a un proyecto.
No es el futuro, es el presente.
Fotografía: Kelly Sikkema para Unsplash