Los Panama Papers son la noticia del año. La investigación, llevada adelante por más de 370 periodistas de países y medios de comunicación diferentes —todos ellos asociados al Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés)—, logró destapar las conexiones offshore de 12 jefes de Estado o primeros ministros, 128 políticos, 61 familiares o socios de políticos, además de decenas de futbolistas, empresarios y actores. Se trata de la mayor filtración de la historia obtenida por periodistas, más de 11 millones de documentos —equivalentes a 2,6 terabytes de información— del despacho panameño Mossack Fonseca, uno de los primeros del mundo en creación de sociedades offshore.El papel del periodismo como instrumento de activismo, en apoyo a la tarea de los whistleblowers —quienes también merecen protección legal—, es relevante. Aunque ya no cualquier periodismo es suficiente. El tamaño de las filtraciones parece ir en aumento y sucede algo similar con las demandas de los lectores: mejores visualizaciones, más interactividad, multiplataforma, storytelling… Es por esto que la labor periodística debe actualizarse, reinventarse; y resulta más sencillo y efectivo cuando, como en este caso, el trabajo es coral, cooperativo y coordinado.
El profundo impacto que están teniendo los Panama Papers es también irreversible. Ya ha causado la renuncia de Sigmundur David Gunnlaugsson, quien fuera Primer Ministro de Islandia y joven promesa de la nueva política nacional, la imputación del recientemente elegido presidente argentino, la publicación de los detalles fiscales de David Cameron y la dimisión del ministro español José Soria… Y promete haber más secuelas, pues, de momento, sólo se ha revelado la mitad de los documentos.
Esta investigación le está poniendo caras y nombres a una realidad que ya conocíamos: la fragilidad legal de los paraísos fiscales y sus consecuencias en la economía y la política. Años atrás, el economista francés Gabriel Zucman, autor de un estudio titulado Taxing across Borders: Tracking Personal Wealth and Corporate Profits, observaba que la riqueza escondida por las personas físicas en los paraísos fiscales del mundo asciende a 7,6 billones de dólares ―una cifra que es mayor al PIB de Alemania y Reino Unido—. Esta fuga descontrolada de capital causa ingentes pérdidas de ingresos a los sistemas fiscales nacionales, perjudicando, evidentemente, los mecanismos de redistribución de la riqueza y aumentando, en consecuencia, la desigualdad.
La investigación de los Panama Papers pone en cuestión la moral de nuestros representantes, su necesaria ejemplaridad, entendida como la coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. El filósofo español Javier Gomá Lanzón, en su ensayo Ejemplaridad Pública, demostraba que la ejemplaridad se ha vuelto «una categoría política fundamental» y una demanda ciudadana ineludible. El paso de la moral privada a la moral pública, es decir, a la ética política, es uno de los desafíos de nuestro tiempo. La lección de los Panama Papers no debiera ser la exigencia de más regulación y transparencia, o no solo eso, sino la exigencia de una ética política al servicio del bien común.
Publicado en: El Telégrafo (Ecuador) (17.04.2016)
Fotografía: Agence Olloweb para Unsplash