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El PP gana, el PSOE decide

El resultado electoral ha sorprendido a las encuestas y a los analistas. Y ha demostrado, una vez más, que los electores indecisos (o los que deciden en el último tramo de la campaña) son los determinantes. Tiempo habrá para sacar conclusiones sobre si este resultado es deudor, adicionalmente, del Brexit, por ejemplo. Hoy no lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que el PP ha ganado muy claramente las elecciones y ha taponado —por ahora— a Ciudadanos como voto alternativo de centro derecha. El PP ha ganado pero no puede decidir solo; sin el PSOE de Pedro Sánchez, principalmente, no será posible.

Sánchez e Iglesias, igualan resultados, prácticamente, aunque con algunos jirones para ambos. Aunque Sánchez gana varias batallas perdiendo. La primera, la de las expectativas y las percepciones. El sorpasso no se ha producido. Todo el mundo le daba por amortizado, y ahí está.  La segunda, gana la prioridad en el liderazgo de las izquierdas y en el primer movimiento en cualquier posible diálogo progresista. La tercera, gana tiempo.  No está en condiciones de imponer, pero sí de poner condiciones al futuro. El suyo, incluido. La cuarta victoria, la del orgullo socialista. La resistencia del PSOE demuestra la enorme capacidad resiliente del voto socialista y de su organización. Y la quinta y última: gana la batalla interna frente a los que ya habían acordado su funeral político. Y su principal rival interna, Susana Díaz, pierde en Andalucía. Dulce derrota para Sánchez.

Mariano Rajoy no sólo ha resistido, sino que ha crecido. Gran lección. Ha demostrado muchas cualidades no siempre reconocidas. Pero a pesar de que nadie podrá exigirle nada, tampoco podrá imponer sus condiciones en solitario. Ni su presidencia está garantizada: necesitará acuerdos. El PSOE decide, en parte: la presidencia, el Gobierno, el signo político del mismo… y el calendario. Pero la situación es de estancamiento, hasta que el PSOE acuerde internamente su posición y obtenga varias mayorías reforzadas, incluyendo, seguramente, la de sus bases. El bipartidismo resiste, la nueva política flaquea. El pacto es igual o más difícil que después del 20D con un electorado fracturado. La formación de un Gobierno dependerá de la capacidad de pacto del bipartidismo. ¿Quizá ha llegado el momento de un Presidente de consenso?

Es obvio que en el funcionamiento normal de una democracia parlamentaria, pero con un acusado sesgo presidencialista, la responsabilidad de dirigir el Gobierno debe recaer en un líder parlamentario que cuente con el respaldo suficiente en el Congreso de los Diputados. Este es el juego implícito que se desarrolla en las campañas electorales, con un protagonismo acentuado de los líderes de los partidos que convierten de facto la competencia electoral en una competencia personal entre los aspirantes a la Presidencia del Gobierno. Esta es la lógica que ha funcionado durante años en un sistema caracterizado por la alternancia entre las dos fuerzas dominantes del centro-derecha y del centro-izquierda.

Al quebrarse esta lógica, y pasar de las alternancias pasivas a la construcción de alternativas activas, el automatismo entre el liderazgo del partido ganador y la candidatura a presidir el Gobierno se rompe, para entrar en un nuevo escenario en el que el resultado de la negociación entre los diversos actores políticos de un sistema más fragmentado abre nuevas posibilidades… Hasta llegar a la posibilidad de que sea Presidente un candidato que no haya ganado las elecciones (ya ocurrió el #20D pasado), o yendo mucho más allá, al límite de explorar la posibilidad de proponer un candidato no parlamentario para facilitar el acuerdo y evitar una repetición electoral, a todas luces inconveniente.

Hago estos comentarios porque la situación resultante del proceso electoral es muy paradójica: los que ganan (PP) no pueden decidir (aunque puedan intentar sumar con C’s, PNV o Coalición Canaria), sin el apoyo del que ha perdido (PSOE), pero que resulta vencedor en sus otras elecciones: en el liderazgo de la izquierda y en su propio partido. Aunque a Sánchez, parece, que se le han acabado las coartadas para intentar otras operaciones. Su pacto con Ciudadanos no suma hoy ni más votos ni más escaños que el 20D, ni —juntos-— superan al PP. ¿Hay espacio para un segunda oportunidad? No lo parece. Muy difícil, muy angosto, muy complejo.

Sánchez debe administrar bien los tiempos. Y acumular fuerzas dentro y fuera. Tiene en sus manos varias opciones: evitar unas terceras elecciones; desbloquear la política española; sumar a Ciudadanos (a cualquier operación para compartir costes y esfuerzos); demostrar que su voto es útil para gobernar (en el Gobierno o en la oposición parlamentaria); poner muy duras condiciones al PP a cambio de su abstención; o, in extremis, intentar un acuerdo a su alrededor.

Estas elecciones ofrecen, además, otras lecciones. La más importante: la de la humildad. Empezando por quienes aseguran que saben lo que quieren los electores, pasando por los que venden la piel del oso antes de cazarla, hasta llegar a aquellos que deben interpretar sus mandatos.

Publicado en: El País (26.06.2016)(blog ‘Micropolítica’)

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