La exclusiva de The Washington Post con la grabación audiovisual de una conversación de Donald Trump, en la que presume con naturalidad —sin rubor, ni pudor— de un trato denigrante a la mujer, no ha sido la protagonista del debate como se anticipaba. De hecho, ha ocupado una parte significativa del inicio del debate, pero no ha sido determinante, ni decisiva.
Primera conclusión: Trump sobrevive al video. Empatar el debate, como parece que así ha sido, es su victoria. Llegó muerto (políticamente) y aunque no ha resucitado, sí que ha sobrevivido.
La comunicación no verbal ha sido clave en este debate. La altura (diferente) de los taburetes se ha ajustado a las necesidades de cada candidato. Pero para Trump ha sido una torre de vigilancia, y solo lo ha utilizado al inicio; para Clinton un apoyo constante, creando una sensación de quietismo (a veces percibido como cansancio).
La imagen de Clinton ‘apoyada’ la ha debilitado y la ha minimizado. Superado el primer momento de tensión inicial, al no saludarse ni tan siquiera con la mano, parecía que Clinton se sentiría cómoda con el formato. Hablaba a los espectadores y a los electores, dando la espalda a su oponente. Pero no ha sido así.
El estilo agresivo de Trump se ha impuesto, creando un marco mental contra Clinton. No sé de ninguna otra ocasión en la que un candidato haya amenazado a su oponente con «llevarla a la cárcel» e «investigarla con un fiscal especial». Trump contrapone las supuestas mentiras de Clinton para frenar las acusaciones de «su conversación de vestuario» (en referencia al video lascivo). Situando la imagen de «cárcel» (delito) sobre ella y de mentir, el republicano se ha desembarazado del video.
«Deberías estar avergonzada¨, le ha dicho Trump, interrumpiendo y provocando constantemente; al tiempo que ha acusado a los periodistas de parcialidad y favoritismo hacia Clinton. Hasta 10 veces se ha quejado Trump de los moderadores. Se ha presentado como víctima, ha recordado el complot mediático contra él y ha conseguido enturbiar el debate y salir casi indemne. Clinton estaba en un debate, Trump en una tertulia. Y ha ganado la politainment (combinación entre política y entretenimiento o medios).
Hillary no ha estado cómoda. Ha sentido el movimiento de Trump en el plató, su sombra. Trump ha ganado el plano subjetivo con sus muecas y sus gestos, creando nuevas interpretaciones de lo que escuchamos y vemos. Apareciendo siempre por detrás de ella y saliendo en todos los planos, casi. Trump gana el plano y el plató.
El atril (del primer debate) creaba la atmósfera de debate presidencial, beneficiando a Clinton, y centrando la atención en sus palabras. Los taburetes y el plató abierto nos acercan al talk show y al politainment, favoreciendo el movimiento de Trump. Este formato distrae al espectador de las palabras y lo desvía hacia los gestos y movimientos. Trump ha utilizado constantemente su dedo índice para referirse a «ella» y sus mentiras.
En este debate, las palabras no han sido tan protagonistas. El cuerpo habla, y las formas son fondo. En este contexto, la gesticulación ha favorecido al republicano. La gente no recuerda las palabras tanto como las imágenes. Y la de Clinton sentada, casi inexpresiva, mientras era acusada reiteradamente de mentirosa no la ha beneficiado. La campaña sigue. Clinton deberá centrarse en la movilización si quiere ganar. Mientras siga el espectáculo, el que gana puede ser Trump.
Publicado en: Univision Política
Fotografía: Darren Halstead para Unsplash