20 días. Sólo quedan 20 días para las elecciones estadounidenses. Y parece poco ante una larguísima campaña, y más cuando la ventaja de Hillary Clinton ante Donald Trump parece insuperable, con de 7 a 11 puntos porcentuales de diferencia según las encuestas. Pero, en realidad, aún pueden pasar muchas cosas. En Estados Unidos se vota poco. Con una participación del 50% del censo, podríamos decir que menos de una cuarta parte de los votantes (muy concentrados en estados clave, además) puede decidir quién va a ser el presidente del país los próximos cuatro años.
Parecía que el debate de esta noche no iba a decantar nada, dada la consolidación del voto entre los electores. Incluso todo iba bastante bien para Trump que en el debate ha parecido más republicano que nunca (ajustado al guion tradicional del partido). Más candidato y menos personaje. Este formato (atriles y un moderador ordenado, preparado y con muchas preguntas) parecía que podía favorecer a Clinton, pero no es seguro que haya sido así. Trump “amarrado”, contenido por el rigor del moderador y su estilo, no ha podido dejarse llevar por su instinto, temperamento y carácter. Así, Trump parecía más presidencial, paradójicamente. Todo iba bastante bien para sus intereses.
Trump ya nos había mostrado todo su estilo pendenciero, agresivo y mentiroso. ¿Volvería a mostrar su cara más dura? ¿Intentaría hacer cambios? Era la gran cuestión de la noche. En el debate de las expectativas… las preguntas estaban sobre él. Esto le podía favorecer. Cualquier pequeño cambio, cualquier registro más presidencial, podía decantar la percepción de los que deseaban “perdonar”, “olvidar” o “relativizar” los exabruptos de Trump.
Trump puede desconcertar y molestar por su comportamiento. Es irresponsable, pero no inconsciente. No es lo mismo. Calcula y apuesta. Es un jugador duro y sin pudor. Esta noche ha calculado bien si todavía desea ganar, o si ya piensa en su futuro como una versión histriónica y mediática de activista “antisistema”. Se rumorea que Trump desea montar una cadena de TV para galvanizar el voto duro de su electorado. Esta noche, o nos hartábamos de él, definitivamente, o se le temía, todavía. Y hay que temerlo.
El momento clave del debate ha sido cuando Trump no ha confirmado, ante las insistentes preguntas del moderador Chris Wallace, que aceptaría el resultado electoral. “Lo dejo en suspenso”, ha afirmado. Es inaudito, y muy grave. Inconscientemente se ha situado como perdedor. Pero ahora sabemos que puede ser también un peligroso perdedor.
Los insultos y los apodos han sido —lamentablemente— parte importante durante la campaña presidencial de Estados Unidos, también en la fase de primarias. Ambos candidatos han cometido excesos, pero Trump ha superado con creces a sus rivales. El magnate ha utilizado el de “Clinton, la torcida” para poner en duda la honestidad, la sinceridad y las intenciones de Hillary. Pero esta noche el republicano se ha ganado, más que nunca, el suyo: Trump, el peligroso.
Publicado en: El Periódico (20.10.2016)
Fotografía: Jon Tyson para Unsplash
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