En menos de 24 horas, hemos visto los dos extremos respecto al uso y al sentido de la palabra en la comunicación y la acción política. Barack Obama fue fiel a su concepción de la palabra como parte de su ‘soft power’, como poesía política: emoción, persuasión, seducción. Se va un presidente que cree en la fuerza envolvente y pedagógica de la palabra, en su capacidad transformadora.
Un día después ha llegado la hora de Donald Trump. Del discurso a la proclama. De las reflexiones a las órdenes; de los pensamientos, a las arengas; de las emociones a los alegatos. Trump no va a utilizar el lenguaje para explicar, acompañar o seducir. Desea convertirlo en gesto, acto y fuerza. Palabras para cambiar el mundo, o palabras para enfrentarse al mundo. A todo el mundo. Palabras como argumentos o puños, como ideas o dardos. Obama ama las palabras, Trump las corrompe.
Obama se ha reivindicado, animando a sus conciudadanos a creer en lo que, juntos, habían conseguido. Les invitó a seguir confiando en ellos mismos, porque habían sido los artífices de todos los logros: «’Yes, we can. Yes, we did’» (Sí, podemos. Sí, lo hicimos). Prefiere ser recordado por la Historia más que por su presidencia. Engrandeció, una vez más, la figura de Michelle Obama como mujer, como primera dama, como madre: «Un orgullo para Estados Unidos». Se va un equipo, al ritmo de Land of hope and dreams, de Bruce Springsteen.
Llega un presidente imprevisible que convierte las palabras en golpes. Y las ruedas de prensa en un ring de boxeo. Los medios estaban expectantes, porque marca un récord negativo al ofrecer su primera rueda de prensa oficial 64 días después de haber sido electo. Obama la dio apenas tres días después; George Bush, en dos. Trump ha descubierto, con el uso provocador de Twitter, que puede ocupar los medios sin responder preguntas.
Trump intentó dar seguridad respecto a los posibles conflictos de intereses entre sus negocios y sus responsabilidades. Dibujó, a través de una abogada, una línea argumental y jurídica llena de tecnicismos para dar garantías sobre la separación de su mandato y la dirección de la organización que lleva su apellido. Pero no ha vendido sus negocios, como hubiera sido deseable para ofrecer una imagen nítida y rotunda. Cuando le preguntaron por las declaraciones fiscales, se molestó y respondió hostil: «Los únicos preocupados de mis reportes fiscales son ustedes, los reporteros. A los votantes les da igual. Uno no aprende mucho de los papeles fiscales. La gente sabe que mi compañía es muy grande y poderosa. Mis hijos serán los que lideren la organización, de modo muy profesional, sin debatirlo conmigo». Trump ve más como enemigo a la prensa y a sus agencias de seguridad, que al ‘hackeo’ de Rusia.
La escenificación final fue burda. Concluyó, señalando una mesa llena de sobres, anunciando que esos serían los papeles que pasarán a sus hijos. «Espero volver a hablar con ellos en ocho años y decirles ¡Oh, qué buen trabajo hicieron! Y si no lo han hecho, decirles, están despedidos (entre risas)». Trump se cree gracioso. Pero incluso para bromear, hay que respetar las palabras.
Fotografía: AbsolutVision en Unsplash
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