Un Presidente de Estados Unidos siempre intenta dejar un legado político. Sin embargo, también suele dejar un legado mucho menos importante, pero que sí simboliza su manera de entender el mundo y de sentirse bien consigo mismo. Se trata de la decoración de la Casa Blanca. Hablamos de la creación de nuevos ambientes y funcionalidades como parte de un estudiado código de señales icónicas que muestran, a través de sus preferencias estéticas o artísticas, nuevas percepciones y concepciones del mundo, de la sociedad y del poder.
El ejemplo más conocido lo tenemos en la célebre redecoración de Jacqueline Kennedy. La esposa de uno de los presidentes más icónicos de la historia era, precisamente, una amante de la historia y de la iconografía de Estados Unidos. Es por ello que opinaba que la mansión tenía que representar plenamente a su país y trabajó duro para encontrar muebles antiguos auténticos y obras de arte que encajaran con el diseño de la Casa Blanca, incluyendo retratos originales de personajes como Thomas Jefferson y Benjamín Franklin. Además, abrió la Casa Blanca a fiestas y actos sociales con gente de la cultura y la ciencia.
Barack y Michelle Obama, entre 2008 y 2010, dieron otra vuelta de tuerca a la decoración presidencial de los 5.100 m² de la edificación, bajo la supervisión de la primera dama, añadiendo arte americano del siglo XX (incluyendo arte afroamericano). Para hacerlo, pidieron prestadas 47 obras de arte a cinco museos de Washington. Aunque la mayoría de las obras elegidas pertenecían a artistas contemporáneos y abstractos, entre ellos Mark Rothko y Jasper Jons, había una cuidada elección multicultural que reflejaba la pluralidad de raíces de la nueva América con siete obras de artistas negros, entre las cuales destacaba el trabajo de Glenn Ligon que, con textos, neón y fotos, exploraba los temas de la política y de la raza. En el despacho oval, destacaba en la estantería un cartel enmarcado del programa del acto de 1963, en Washington, en el que Martin Luther King pronunció su famoso discurso «I have a dream» y su busto, que sustituyó al de Winston Churchill, regalado por Tony Blair a George Bush, un cambio que causó irritación en el Reino Unido.
En 2017, es Donald Trump quien está en el despacho oval, y quien duerme en la Casa Blanca. Y ya ha empezado a cambiar la decoración, acorde con su personalidad, para sentirse más a gusto. Para empezar, fuera fotografías familiares. Además, el color dorado impregna ahora toda la estancia, desde los sofás a las cortinas. Incluso salen rayos de sol en su nueva alfombra, también dorada. Y ha dicho adiós al busto de Martin Luther King. Ha vuelto el de Churchill, ante la alegría de los británicos.
Donald y Melania, como todos los nuevos inquilinos de la Casa Blanca, tienen 100 mil dólares para gastar en cambios de decoración. Lo visto hasta ahora sólo ha sido el comienzo. Y marca, simbólicamente, el fin de una era y el inicio de otra.
Publicado en: Reforma.com (México)(37_Tendencias Globales. 29.01.2017)
Fotografía: Srikanta H. U en Unsplash