Donald Trump debe de estar irritado y susceptible. Que sus órdenes ejecutivas no se conviertan en acción debe de desatar su volcán interior. De hecho, algunos especialistas en comportamientos psicológicos nos advierten que su carácter es su principal vulnerabilidad. Hasta el punto de que este será, seguramente, el principio de su fin. Un grupo de psicólogos y psiquiatras han decidido pasar del comentario al posicionamiento y alertan, en una carta conjunta a The New York Times, de que Trump sufre «una grave inestabilidad emocional» y es «incapaz de servir como presidente».
Trump está acostumbrado a un modelo de dirección basado en la ejecución de sus órdenes. Un modelo autoritario con todos los ribetes narcisistas: caprichoso, impaciente, arbitrario, irresponsable… Todavía no ha comprendido que en política (y en casi todo) tener poder no es suficiente. Que el poder que se posee siempre es limitado, condicionado, balanceado y vigilado por otros poderes. Debería leer a Moisés Naím y su imprescindible obra El fin del poder. Esa es la bóveda de un sistema democrático con garantías: que no estás solo.
La inevitable dimisión de Michael Flynn, asesor de seguridad nacional, uno de los cargos más importantes de la Casa Blanca, añade otras informaciones preocupantes sobre el modelo de liderazgo y de gestión de Trump. El caos como método. Cualquiera puede decir (y hacer) lo que piense sin contrapesos, sin evaluaciones, sin análisis riguroso de las relaciones causales entre los hechos y sus consecuencias. El desorden se apodera de la Casa Blanca. Sabíamos que Trump era imprevisible (un riesgo para la política), pero ahora descubrimos que también es ineficaz en la configuración de equipos y en la evaluación de riesgos. Prefiere tener activistas leales que servidores públicos. El Despacho Oval ocupado por unos arribistas prejuiciosos.
Esta ha sido la primera dimisión en su gabinete, pero poca gente tiene la más mínima duda de que no será la última. Hay tres razones para ello. En primer lugar, porque la Casa Blanca se ha convertido en un campo de minas, en donde la desconfianza interna se agudiza con la vigilancia mediática externa. Después, porque hay filtraciones constantes, fruto del miedo, de la resistencia, o de la conspiración. Y finalmente, y más importante, porque sus decisiones han sido impetuosas, sin pensar e investigar a fondo cada consecuencia de sus actos. Prisionero de su imagen resolutiva, ha abierto tantos frentes como enemigos ha generado. El caos acecha.
Trump cree que puede gobernar como ha administrado: decidir sin consultar, y hacerlo rápido. Y si hay un error, cambiar de idea después, nombrando a otra persona. Pero no está en una empresa. Es Presidente. Cada error es un ridículo mundial, que crea la percepción de que no es capaz de asumir su cargo con garantías. Improvisar podía funcionar —a veces y un tiempo —, pero como indicaba Shakespeare: las improvisaciones son mejores cuando se preparan antes. Improvisar con ligereza y dejarlo todo al azar, citando a Henri Poincaré, no es más que la medida de la ignorancia del hombre.
Publicado en: El Periódico (15.02.2017)
Fotografía: Alexander Gray en Unsplash
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