La implantación de la Sociedad Red ha provocado disrupciones profundas en múltiples ámbitos de nuestras vidas. Aunque en muchas ocasiones no seamos conscientes de que los estamos viviendo, estos cambios han logrado modificar hábitos tan básicos como nuestra comunicación con los otros o las vías a través de las cuáles nos informamos sobre lo que ocurre a nuestro alrededor.
La esfera pública no escapa a estas transformaciones. El proceso de comunicación de las organizaciones y los individuos juega en un escenario completamente nuevo. Las audiencias —la ciudadanía— ya no prestan toda su atención a los medios tradicionales, sino que ahora la comparten con otras plataformas, a la vez que aparecen actores con capacidad de generar y difundir contenidos y, con ello, de ser relevantes en este nuevo contexto. En otras palabras, la opinión pública hoy es la opinión compartida.
Actualmente se están produciendo tres crisis a nivel global de forma simultánea: crisis de credibilidad de los medios de comunicación, crisis de legitimidad de las instituciones y organizaciones públicas, y crisis de liderazgo de la clase política. Las tres están relacionadas entre ellas y, aunque tienen causas diversas, están íntimamente ligadas al desarrollo de las nuevas tecnologías.
Lo podemos comprobar con tan solo echar un vistazo a nuestra actualidad política. Desde la influencia de Twitter o Facebook Live, en la estrategia de comunicación de Trump, hasta las innovaciones tecnológicas de Macri. Son ejemplos de las nuevas prácticas en comunicación política. Los militantes ya no esperan directrices de la dirección; los medios tradicionales ya no son el objetivo principal; y el poder del Big Data ya no es solo algo misterioso fuera del alcance de los equipos de campaña.
Son nuevos territorios a los que antes se acercaron los movimientos sociales y el activismo. El poder de las redes se convirtió en un gran revulsivo, quizás en su vía de expansión, para muchos de los movimientos que han marcado las protestas sociales durante la crisis económica y social de los últimos diez años. Se acabó el movimiento ciudadano que ve cómo no puede trasladar su mensaje por culpa de los grandes medios, quedando invisibilizado. La tecnopolítica ha terminado con estas limitaciones.
Todo esto ocurre en un contexto en el que la tecnología ha propiciado, o quizás ha acompañado, el cambio cultural. Estamos en los tiempos de la política vigilada (también la economía). De una sociedad atenta, en alerta, que pretende construir un nuevo marco para recuperar la confianza en las instituciones. Conceptos como la transparencia, la colaboración y la rendición de cuentas real son indisociables para cualquier proyecto político que quiera ser creíble. Son el punto de partida.
En todo este proceso la comunicación tiene un rol fundamental. Las buenas prácticas comunicativas mejoran la política y, por tanto, la democracia en su conjunto. Este es quizás el gran aprendizaje que deben hacer profesionales, políticos, técnicos y asesores. La estrategia y la comunicación política no son solo disciplinas encaminadas a conseguir éxitos electorales, sino que también tienen que ver con un compromiso cívico para mejorar la calidad de nuestro contexto político.
Publicado en: El Nuevo Día (15.05.2017)(Puerto Rico)
Cada vez más no basta con parecer hay que ser. Todo se ve mucho antes.