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La política asesorada

Adlai Stevenson fue un político demócrata de los Estados Unidos. Dos veces candidato a la presidencia y dos veces derrotado en 1952 y 1956. Sus derrotas fueron hasta cierto punto sorprendentes, ya que era muy famoso por su habilidad en la discusión y la oratoria. En la última campaña, un seguidor se le acercó y le dijo, entusiasta: «Todas las personas inteligentes estamos con usted». Y él le respondió: «Gracias, pero mi problema es que necesito una mayoría».

La anécdota explica muy bien, a mi juicio, cuál debe ser el trabajo de un asesor o asesora profesional: comprender bien a la sociedad a la que se quiere representar o dirigir. Y trasladar a la candidatura, y a su entorno, la necesidad de una estrategia orientada a la identificación (con los demás, sus necesidades y sus estados de ánimo), y no, necesariamente, a la proyección (propia).

Esta capacidad solo es posible realizarla con éxito, creo, con autonomía y distancia. A los candidatos no se les puede querer ni votar, acostumbro a decir. La afinidad ideológica, o la complicidad afectiva, no ayudan a crear un marco profiláctico de profesionalidad. Esta distancia es vital para no comportarte como un seguidor, sino como un asesor. Alguien a quien deberían contratar por su juicio, no por su prejuicio o apriorismo ideológico o personal. En caso contrario, el asesor queda reducido a empleado o militante. Mal consejero.

El punto central del asesoramiento político es la estrategia. Es decir, la capacidad de encontrar un relato y una actuación que maximice las posibilidades del candidato, minimice sus debilidades, construya a su alrededor mayorías. Esta tarea es altamente técnica, y para ello la investigación juega un papel determinante. Incluyendo el trabajo de segmentación electoral. A mi entender, hay que diseñar tantas campañas como públicos y segmentos a los que dirigirse. Hacer esto de manera coherente pero personalizada es una de las garantías del éxito electoral.

El trabajo de la asesoría política es tan antiguo como el del liderazgo. Como sabemos, por ejemplo, por el general Quinto Tulio Cicerón quien le escribió a su hermano mayor Marco Tulio Cicerón en el año 64 a.C. unos consejos sobre campañas políticas para ayudarle a ganar la elección para Cónsul de Roma. Un texto hoy convertido en un clásico de referencia: «Las promesas de un candidato siempre son vitales para una campaña, sin promesas la campaña electoral se vuelve vacía e inocua. El votante debe sentir que, al votar por ti, tiene la esperanza de recibir alguna recompensa».

La política asesorada debe ser más útil y eficaz para los electores. Esta misión de servicio público es, creo, el mejor camino para la competencia electoral. El camino para el éxito no siempre está garantizado por la calidad ética, técnica y política. Pero la política bien asesorada debe aspirar a la excelencia democrática (y meritocrática). No siempre ganan los mejores, como nos recordaba Adlai Stevenson, pero querer ser un buen servidor público es la mejor opción, siempre, para obtener la confianza ciudadana.

Afortunadamente, los asesores disfrazados de gurús infalibles, de druidas mágicos, de alquimistas electorales, de celebrities expertas están siendo superados por una nueva cultura de la asesoría política más humilde, discreta y centrada en el trabajo colectivo, la investigación, y las nuevas disciplinas que van desde la neurociencia, el big data político, el visual thinking, el activismo digital o las campañas ciudadanas.

La política asesorada puede ser más cauta, más responsable, con mayor capacidad de escucha. Asesorar es entender, comprender. Es la enorme distancia que hay entre ver y mirar, entre oír y escuchar.

Publicado en: Revista El Ciervo (núm. 763. Mayo – Junio 2017) (versión .PDF@El_Ciervo96

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Libro: ¿Cómo ser un consultor político? Todas las herramientas necesarias para iniciarse en la profesión, de Carlos Fara (@carlosfara)
– «Un buen consultor político: ¿quién es, qué hace y qué no?» (quinto podcast en mi canal de Wetoker)

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1 COMENTARIO

  1. Asesoría: observar el comportamiento de la fauna que rodea al representante público, reconocer los elementos del bosque que lo envuelven, anticipar los movimientos de esa fauna, distinguir lo esencial y lo accesorio en el bosque. Atravesar en el bosque en buena compañía, eliminar la viga en el ojo propio y convertir en viga la mota de polvo del ojo ajeno.

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