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La resistencia de las ciudades

El anuncio de Trump de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París provocó una de las reacciones en cadena más sonadas que se recuerdan en el ámbito político. Jefes de Estado, CEO de grandes empresas, figuras relevantes de Sillicon Valley, activistas de todo tipo, mostraban su rechazo a la decisión del Presidente.
Con toda la sobre-exposición mediática de los últimos días pasó desapercibido un aspecto que creo merece nuestra atención. La oposición interna a la postura de Trump respecto a la lucha contra el cambio climático la lideraron los alcaldes de las principales ciudades. El caso más mediático fue el de Bill Peduto, alcalde de Pittsburgh, que reaccionó de forma contundente a las referencias del Presidente a su ciudad, mostrando el compromiso de esta con los Acuerdos de París.

En esta misma línea siguieron Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, o Martin Walsh, de Boston, y así hasta llegar a más de 175 alcaldes alrededor del país. El mensaje de todos ellos tenía un objetivo muy claro: posicionar a las ciudadescomo los actores que, con apoyo del Gobierno federal o sin él, seguirían en la lucha contra el cambio climático. Pero las grandes ciudades norteamericanas no fueron las únicas en alzar la voz. A través de organizaciones como C40, ciudades de todo el mundo como Copenhague, Melbourne o Puebla han coordinado una respuesta conjunta e incluso propuestas de actuación concretas.

Todo ello es una buena muestra de que los Gobiernos de las grandes ciudades son cada vez más conscientes de dos cosas. Primera, que a pesar de no tener todas las competencias necesarias, sí que disponen de herramientas efectivas para la mejora de la sostenibilidad en sus entornos y en el planeta. Y segunda, que, como actores cada vez más relevantes en el panorama económico, político y social, su autonomía y su capacidad para definir la agenda es cada vez mayor.

Debemos tomar conciencia del alcance real de este nuevo escenario. Que las ciudades no solo tengan su propia agenda, sino que además sean capaces de actuar de forma coordinada más allá de sus límites territoriales, puede cambiar las reglas de juego de las relaciones internacionales. Y lo que es más importante, no se trata solamente de la capacidad de influencia, de erigirse como un contrapeso respecto a otros actores, sino también de imponer temas o enfoques nuevos.

Existe un cierto consenso alrededor de la idea de que el eje rural-urbano, en su sentido literal, de territorio, pero también demográfico y político, se ha convertido en un aspecto relevante de la competición política. Desde Trump a Macron, hemos comprobado que los habitantes de las grandes ciudades y los que viven fuera de ellas, en general, están demostrando preferencias distintas a la hora de votar. Y, por tanto, no debe sorprendernos que, ante decisiones como la de la Casa Blanca de la semana pasada, sean también las grandes urbes, con Gobiernos avalados por electorados contrarios a los nuevos populismos, las que reclamen su capacidad de resistencia.

No es extraño que en un contexto como este aparezcan iniciativas para diseñar y construir nuevas redes municipalistas, que van más allá de los tradicionales foros de debate, para constituirse en grupos de apoyo mutuo y de acción conjunta para las ciudades. Es el caso de Ciudades sin Miedo, un encuentro que se celebra esta semana en Barcelona, y que tiene como objetivo situar a las urbes como enclaves que promueven valores como la solidaridad, la apertura y la esperanza, en contraposición a las políticas que persiguen un mayor control de los movimientos de personas.

Quizá lo más relevante es esta voluntad de situar la realidad urbana como un factor diferencial. Es con este objetivo que se destacan las Ciudades Refugio en Europa que acogen a los miles de desplazados y que, con sus acciones, presionan a Gobiernos nacionales y también a la Unión Europea. Y lo mismo por el papel que están jugando las Sanctuary Cities en Estados Unidos, otro ejemplo de oposición urbana a las políticas de Trump. Tal y como afirman los organizadores del encuentro, la democracia nació en el espacio local y será justó ahí donde podrá reinventarse.

En definitiva, vemos como frente a los retos globales, encarnados especialmente por la crisis medioambiental y las amenazas más inmediatas, como por ejemplo el terrorismo, las grandes ciudades han optado por utilizar un nuevo instrumento: la coordinación. Defender causas conjuntamente, constituirse como grupos de presión en la esfera internacional, y tratar de establecer su propia agenda. Es un paso coherente y necesario. Imprescindible, si quieren convertirse en capitales de oportunidades.

Las nubes no conocen fronteras, ni el cielo ni los océanos tienen muros. Las ciudades glocales (sí, glocales) han comprendido que sus límites no son sus perímetros, ni sus responsabilidades acaban con sus competencias. Hay una esperanza para la gobernabilidad del mundo. Y esta tiene nombre de ciudad.

Publicado en: Planeta Futuro – El País (9.06.2017)

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1 COMENTARIO

  1. Las ciudades lograrán un papel hegemónico si entienden que solas no son nada y que su supervivencia depende de su capacidad para tejer redes con otras ciudades, sin dar la espalda al mundo rural. Si no lo hacen, el mundo rural se revolverá contra ellas y las otras ciudades no serán sus aliadas, sino sus enemigas.

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