El president Carles Puigdemont es un patriota. Esta condición articula su función presidencial. Es una opción, discutible, pero Puigdemont no engaña, aunque pueda equivocarse. Nadie podrá poner en duda su determinación y su ambición. Tampoco dudar de su honestidad. Pero la política —y con ella, Catalunya— no necesita solo audacia, sino también conciencia de los riesgos y de los límites.
El President se enfrenta a un dilema: un paso adelante hacia el precipicio o un paso atrás para dar dos hacia adelante en mejores condiciones cuando sea posible. Sense pressa. Este dilema produce un vértigo comprensible. Catalunya vive momentos históricos y le toca embridarlos a un President que no fue elegido por las urnas, sino por el Parlament. Puigdemont ha desafiado, personal y colectivamente, a un gigante político. Y ahora ve su tamaño. Y su sombra.
Frenar antes del precipicio no es cobardía, mucho menos traición cuando se lleva el volante de la institucionalidad catalana. Catalunya ha vivido de héroes y mártires. La nación se nutre de mitos y símbolos. Nuestra identidad es litúrgica e histórica. El peso de las derrotas es tan identitario que nuestra diada nacional conmemora una de ellas. Una derrota que solo la voluntad de autoafirmación convirtió en símbolo de resistencia y superación. Pero no estamos condenados a lo agónico y dramático para avanzar. Ya no.
La tentación heroica es legítima, pero puede, de facto y de iure, ser la peor decisión para Catalunya y su futuro. Nuestros líderes deben elegir entre la estética de la resistencia, tan atractiva y justificativa, o la ética de la responsabilidad en palabras de Max Weber. El filósofo, en su imprescindible conferencia de 1919 (nadie que se dedique a la política puede ignorarla), planteó el dilema entre la ética de la convicción y la de la responsabilidad: «La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una causa y no hace de la responsabilidad con respecto a esa causa la estrella que oriente su acción». Weber no parece suscribir que estamos ante una ética buena y otra mala, ni da por sentado la superioridad de una sobre otra, pero sí sitúa el dilema y sus consecuencias.
Weber amplió su conferencia en el texto de La política como vocación (o como profesión), que sigue siendo un documento imprescindible en tiempos de zozobra e inquietud. ¿Cuántos de nuestros dirigentes —aquí y allí— lo habrán leído? Este momento decisivo reclama un coraje especial: saber frenar a tiempo. Se trata de un itinerario colectivo que más que destinos, necesita paradas para seguir sumando pasajeros. Puigdemont es un patriota, sí. Pero también es el president de todos los catalanes. Cuando se sienta en su despacho no puede ignorar a sus predecesores y las enseñanzas de la historia. Es el 130 President de la Generalitat de Catalunya. Forma parte de un largo legado colectivo. El «fil roig» que, en palabras de Joaquim Ferrer, todo catalanista —sea independentista o no— no puede romper.
Publicado en: El Periódico (22.10.2017)
Fotografía: Possessed Photography en Unsplash