Entrevista con Albert Sáez para El Periódico (2.12.2017) que reproduzco a continuación:
Antoni Gutiérrez-Rubí (Barcelona, 1960) ha instalado los cuarteles generales de su consultora, Ideograma, en una antigua fábrica de muñecas, la Lehmann, un polo creativo que podría ser la imagen de su último libro, ‘Smart CitiZens’, en el que no habla de ‘ciudades inteligentes’ sino de ‘ciudadanos inteligentes’. Mucho más que un juego de palabras.
¿Qué es la ciudadanía inteligente? El concepto de ‘ciudadano inteligente’ está en contraposición al de ‘ciudad inteligente’. Se ha creado un arco de interpretación que fija la atención en las máquinas, los procesos y las tecnologías. Son relevantes, pero no lo son más que la capacidad inteligente que tienen los ciudadanos y las ciudadanas para gestionar el espacio público. Esta capacidad se puede utilizar de manera positiva para convertir al ciudadano en protagonista de la ciudad en la que vive, trabaja o transita y no en un mero usuario. Deja de ser un ser silente para ser activo y proactivo, deja de ser solo usuario o consumidor para pasar a poder cogestionar y codirigir los servicios que comparte. Desplazar el foco de la ciudad inteligente al ciudadano inteligente permite otra manera de abordar el tema: no estamos hablando de una tecnología por encima de las personas, sino de que el ciudadano sea más protagonista, más fuerte, más central en la vida política.
Esto implica más participación, pero en el libro maneja un concepto algo heterdoxo de esta palabra. Pienso que hoy la ciudad y los operadores que actúan en ella disponen de información abierta de servicios y procesos que los ciudadanos pueden apropiarse para hacer una especie de ‘scraping’ [técnica para extraer información de sitios web] del servicio público y orientar su proyecto personal con más autonomía. No es solo participar en una votación cuando te invitan, sino utilizar los servicios y los datos de una ciudad para generar procesos de empoderamiento, de reapropiación del espacio público y de los servicios. Las webs municipales o de servicios públicos ofrecen una información pensada desde la estructura, desde el organigrama, desde las competencias. En cambio, los usuarios pueden querer aquella información o aquellos servicios no presentados desde la estructura, desde las competencias o desde el organigrama –que casi nunca le importa–, sino que vuelcan toda la información y la ordenan en función de sus intereses, necesidades y proyectos. Se trata de la reapropiación del espacio y una dimensión renovada del concepto de ciudadano.
En este punto chocamos con los problemas de control que genera el uso de los datos de los usuarios. A mí, que los servicios públicos sean más eficientes y se anticipen a mis necesidades gracias a los datos que disponen de mí, me parece muy bien. Porque va en la dirección de la eficiencia del servicio público. ¿No hemos aceptado con una cierta naturalidad que los buscadores en la red se anticipen a nuestras necesidades gracias al itinerario y al rastro digital que hemos dejado y nos envíen de manera natural ofertas y servicios que acabamos aceptando? Este nivel de anticipación, de conocimiento del usuario, a mí me parece que puede mejorar el servicio público y necesitamos más eficiencia en el servicio público.
¿Y la gente lo aceptará? Lo que necesitamos son normas claras: los datos que se utilizan para mejorar el servicio público deben tener naturaleza pública y son propiedad de los ciudadanos. En algunos casos hay que hacer anónimo el dato de la persona y garantizar que un dato útil para prestar un servicio no tiene que estar asociado nominalmente a una persona. Este es un nudo central que las administraciones públicas deben garantizar de manera que un dato personal no se convierta en un dato nominal, lo que llevaría aparejado un problema legal. Por otra parte, si las administraciones gracias a estos datos de los ciudadanos ayudan a empresas privadas a mejorar sus productos y servicios, entonces hay que poner condiciones al uso de esos datos y pactar retornos públicos. Si el dato es público –aunque lo utilice una empresa privada– tiene que haber un beneficio público. Esta tesis tiene contornos no ampliamente compartidos, pero estoy convencido de ello: los datos nos permiten anticipación, y la anticipación mejora el servicio público y lo hace eficiente. Hay que marcar normas claras y, finalmente, si estos datos abiertos mejoran la rentabilidad de empresas privadas han de tener un retorno neto, de servicio y beneficio público.
Usted recoge un dato conocido pero aun así escalofriante: la mitad de la población mundial vive en el 2% del territorio, en las ciudades. La concentración en el territorio es un factor de tensión, pero aún lo es más la falta de poder político en este territorio. Representan el 50% de la población, son el espacio que más trascendencia tiene en asuntos globales como el medio ambiente, donde se genera toda la creatividad, y en cambio tiene muy poco poder político. El poder de los municipios es un enano en términos políticos y en cambio concentra la mayor parte de la actividad económica, la mayoría de los problemas y de la población. Hay un desequilibrio de gobernanza muy serio. El siglo XX ha sido el siglo de las naciones unidas, el siglo XXI debería ser el siglo de las ciudades unidas y de una cierta reconstrucción de la gobernanza global a través de los territorios municipales. En la actualidad, cuando hay un problema en una ciudad como Barcelona, los instrumentos que tiene para resolverlo son insuficientes. Este desequilibrio es lo que provoca la tensión.
Pero aquí el enfermo es el Estado. Cada vez se toman más decisiones en las instituciones supraestatales y los problemas se viven a nivel local. ¿Es el Estado el que debería ceder poder por arriba y por abajo? Sí. ¿Por qué los alcaldes y alcaldesas de las principales poblaciones no están sentados en el Consejo de Ministros? ¿No deberían estar los alcaldes de Barcelona y de Madrid? ¿Por qué no está el alcalde o alcaldesa de Barcelona en el gobierno de la Generalitat? Es obvio que el peso que tienen las ciudades en Catalunya y en España exige que tengan un protagonismo en la toma de decisiones.
¿Pero los estados ya ceden poder a la UE? Europa representa el 5% de la población del mundo. En términos geopolíticos es poca cosa, pero concentra la mayoría de las grandes ciudades del mundo que pueden liderar políticas públicas y maneras de entender la democracia diferentes. No son las más grandes, pero son las más deseadas porque son un modelo en la manera de hacer negocios e integrar la diversidad. Si Europa no da a las ciudades la visibilidad y el poder que necesitan, Europa no podrá competir en el mundo. La Europa de los estados es menos trascendente que la Europa de las ciudades.
Una parte del atractivo del independentismo quizá sea precisamente su demanda de mayor poder local. La idea del autogobierno y de la proximidad están íntimamente ligadas. El fenómeno urbano y metropolitano es el gran fenómeno del siglo XXI. Es la pieza central sobre la que hay que trabajar, también desde la perspectiva catalana. Falta una visión contemporánea de la nación catalana que es fundamentalmente urbana y entender la metrópoli como el espacio central, el corazón de la nación.
¿Diría que nos miramos demasiado al ombligo y nos parece que tenemos problemas que no tiene nadie más, como el del turismo? ¿Quién es ciudadano de Barcelona? ¿El que vive y trabaja, el que atraviesa la ciudad, el que viene a estudiar un máster o asiste a una feria? No se puede reducir el concepto de ciudadanía a los que viven o trabajan en la ciudad. Los domiciliados en Barcelona no pueden tener una concepción antigua de propiedad de la ciudad, de su espacio y de sus servicios, que no son solo para ellos; eso es un empobrecimiento mental, cultural y técnico. Los tiempos se aceleran y cuando se toma velocidad hay que coger el volante, no bajarse del coche. No estamos entendiendo el momento, porque si el cambio va más deprisa fuera que dentro de la ciudad podemos decir que el final está cerca.
Publicado en: El Periódico (2.12.2017)
Enlaces de interés:
– Smart CitiZens. Ciudades a escala humana (libro)
Las ciudades con personalidad, son las ciudades hechas para las personas, estas ciudades serán los mejores lugares para vivir en el siglo XXII, el resto será caos e incertidumbre.
Entrevista enriquecedora para el debate.