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La expectativa del discurso del Rey

En comunicación pública y política, las expectativas son determinantes. Y después del importante discurso de Felipe VI del pasado 3 de octubre —dos días después de la celebración del referéndum ilegal en Cataluña— la atención mediática estaba centrada en los mensajes del Rey sobre Cataluña y España. Y más, todavía, después del reciente resultado electoral del 21D y de las invectivas directas de Carles Puigdemont hacia el papel del Rey y la exigencia de una rectificación, de forma y fondo, de aquel discurso del 3 de octubre.

Las expectativas son como los prejuicios. Te predisponen a escuchar o mirar aquello sobre lo que has prefijado tu opinión íntima. El grado de proximidad, o de lejanía, de lo recibido con lo esperado, genera una percepción que se convierte en sólida convicción. Es como una horma o un molde. Si se recibe y ajusta bien con el objeto esperado, entonces todo encaja. En caso contrario, la decepción sucede a la sorpresa, el desconcierto o el enojo. Y la decepción impide analizar, sin prejuicio, el juicio que este discurso debería merecer. Pero Felipe VI no puede o no debe haber ignorado uno de los principios básicos de la comunicación: no cumplir las expectativas.

Es evidente, que había —y habrá— varias expectativas sobre el papel que Felipe VI debe tener en este bloqueo político de las relaciones entre Cataluña y España que no parece decrecer, al contrario. ¿Hay algún papel más allá del estricto asignado en la Constitución? La respuesta, para cualquier constitucionalista sería que no, obviamente. No estamos en tiempos de borbonear…, pero no hay duda de que la gravedad de la situación obligaría a todos a explorar las entrelíneas de lo regulado, a explorar los márgenes de lo pautado. Necesitamos puentes y soluciones. El uso inteligente de los primeros planos en esta realización televisiva ha generado un efecto ganador: ha creado confianza relajada.

Finalmente, Felipe VI ha decidido optar por la distensión. Ha ganado tiempo. Un discurso suave, de forma y fondo, que no ha acentuado ni el vocabulario ni la gramática más contundente. No hay mención directa a la “unidad de España” y la palabra “convivencia” destaca poderosamente sobre la estructura del texto. Parece pensado y escrito para rebajar la tensión. Un Rey firme, pero prudente. Un discurso sereno, pero no severo. Un tono institucional, pero con vocación de transversalidad.

Volvamos a las expectativas. Los que deseaban que el Rey validara sus estrategias más vehementes, rectificara sus posiciones, u ofreciera más vías de reformas o cambios, se sentirán, quizá, decepcionados. Pero escuchado con atención —y sin prejuicios— emergen algunas pistas interesantes sobre su visión actual de España y la necesidad de reformas futuras: “Estoy seguro de que nadie desea una España paralizada o conformista, sino moderna y atractiva, que ilusione; una España serena, pero en movimiento y dispuesta a evolucionar y a adaptarse a los nuevos tiempos”.

Felipe VI apuesta por una España ganadora “gracias a una España abierta y solidaria, no encerrada en sí misma; una España que reconoce y respeta nuestras diferencias, nuestra pluralidad y nuestra diversidad, con un espíritu integrador; una España inspirada en una irrenunciable voluntad de concordia”. Pero consciente también de que el marco no es completo por complejo, es decir, por parcialmente insatisfactorio: “En el camino que hemos recorrido, desde luego, hay que reconocer que no todo han sido aciertos; que persisten situaciones difíciles y complejas que hay que corregir, y que requieren de un compromiso de toda la sociedad para superarlas”.

Felipe VI atempera. Ha ofrecido la mejor versión de España. Es un discurso sugerente que merecerá la reacción previsible de los que ya tienen escritas sus respuestas. Pero, es un discurso sobrio que serena el ambiente y abre un clima de distensión para el 2018. Felipe VI ha puesto su primer plano (más que nunca) en acción. Y el resultado es conciliador.

Publicado en: El País (blog Micropolítica, 25.12.2017)
Fotografía: Álvaro Serrano para Unsplash


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2 COMENTARIOS

  1. Según tengo entendido los discursos navideños de Felipe son consensuados con la Moncloa, es decir teledirigidos.El del 3 de octubre era descaradamente pepero en preparación y aval de un 155 y el último, viendo los resultados del PP en Cataluña, todavía más, si a eso añadimos el color de la corbata solo nos falta el pajarraco. Creo que lo analizable es el contenido del discurso, la coreografía no pasa de ser otra exhibición del rey florero.

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