Un reciente estudio de la Universidad de Alicante y la University College de Dublín, sobre el grado de aceptación de la ciudadanía a una nueva tasa por consumo de agua en Irlanda, confirmó un dato revelador: las emociones de los ciudadanos importan más que cualquier argumento racional y cognitivo sobre las actuaciones controvertidas por parte de los Gobiernos.
El cobro de esta tasa por consumo de agua a ciudadanos irlandeses, tomada por el gobierno en 2015, fue el caso de estudio de los investigadores Carla Rodríguez, Franco Sancho y Geertje Schuitema que descubrieron el paralelismo entre los niveles de confianza de un Gobierno (en este caso de Irlanda) y la aceptación de sus medidas. Por lo que, a menor confianza de los ciudadanos en el Gobierno, mayores fueron las emociones negativas a esta política pública. Aunque también a la inversa, a mayor confianza en el Gobierno, mayores emociones positivas sobre el pago de este impuesto al agua. Es decir, se acepta y comprende lo que se siente, no lo que se piensa.
Para contextualizar este caso, vale la pena recordar que desde 1978 los irlandeses habían dejado de pagar esta tasa por consumo de agua. Sin embargo, en 2010 ante la fuerte crisis económica, el primer ministro irlandés, Brian Cowen, solicitó un rescate financiero al FMI y al Banco Central Europeo. La introducción de esta medida recaudatoria a finales del 2014 fue parte de un plan de austeridad para obtener dinero y pagar el crédito internacional.
El Gobierno irlandés inició comunicando su decisión como una medida en pro del medio ambiente —a pesar de que el país no tiene problemas de agua—, aunque después cambiaron de discurso y hablaron de la decisión como una medida de austeridad ante las difíciles circunstancias económicas. Los investigadores asocian el descontento social a esta política pública a las formas y repentinos cambios de comunicación al momento de introducir y comunicar esta medida en aspectos clave como precios y sistemas de pago. Mala comunicación, mala aceptación.
Hasta ahora, la literatura política y académica existente asociaba la evaluación de los ciudadanos (coste, beneficio o riesgo) a una política pública con una explicación racional. El estudio comprueba lo contrario: que se trata más una situación de emociones (fundamentalmente de confianza en el futuro). Otra de las tesis centrales de este estudio es que cuando el Gobierno irlandés brindó información contradictoria, poco entendible y realizó muchos cambios tarifarios, la parte racional de los ciudadanos sobre el costo de este nuevo impuesto pasó a un segundo lugar, generando que la parte emocional dominara y su percepción de confianza sobre el gobierno fuera clave para que los ciudadanos tomaran una decisión y actuaran. Lo que acabó desencadenando grandes manifestaciones, paros y que el gobierno terminara cancelando esta tasa en 2017.
El estudio termina con algunas conclusiones y recomendaciones generales para gobiernos al momento de impulsar políticas públicas. Entre ellas:
– Dotar de información coherente, clara, sencilla y precisa a los ciudadanos sobre la política pública a implementar.
– Tener en cuenta que vivimos en un mundo donde existe una sobreexposición de la información, por lo que los ciudadanos no tienen tiempo y tampoco saben cómo discriminar y decidir con toda la información a la que tienen acceso. Sin claridad no hay aceptación.
– La confianza cuesta mucho crearla, pero es muy fácil perderla.
– Los creadores de política pública deben tomar en cuenta el papel tan importante que juegan las emociones de las personas [sobre los argumentos cognitivos racionales] cuando se trata de aceptar o evaluar una decisión de gobierno.
– En el diseño de políticas públicas es importante centrarse en resaltar y comunicar los beneficios de las políticas, en lugar de siempre pensar en cómo reducir costos públicos.
El caso irlandés se parece —y mucho— a lo que sucedió en México, cuando el presidente Peña Nieto en 2015 anunció en un mensaje a la nación que «gracias a la reforma hacendaria» ya no habría «más gasolinazos» o aumentos a los precios de la gasolina, diésel y gas en el país. Sin embargo, el 1 enero de 2017 entraría en vigor la reforma energética —impulsada también por el Gobierno del PRI— que liberalizaba los precios de la gasolina, gas y diésel, lo que provocó un aumento del 30% en el precio. El descontento por el anuncio fue brutal. Se observaban largas filas el 31 de diciembre en las estaciones de servicio, y enero de 2017 fue el mes de violentas protestas, bloqueos de carreteras por varias horas y un aumento considerable del robo de petróleo y venta de gasolina robada. La medida es una de las muchas razones por las que el presidente Peña Nieto cuente hoy con históricos niveles de aprobación cercanos al 18 por ciento y que su partido, el PRI, pueda perder las próximas elecciones.
De nuevo, una mala comunicación y un mal cálculo del estado de ánimo social se convierte en un boomerang. La política no se puede hacer sin Excel, pero la política no se puede reducir al Excel. La arrogancia técnica no permite la aceptación racional. Detrás de los números fríos hay personas e historias de vidas que palpitan. Cuando se pierde el vínculo emocional, se acaba perdiendo el vínculo político.
Las emociones cada vez tienen más peso a la hora de tomar (o aceptar) una decisión política. Ignorarlas, despreciarlas o subestimarlas es el primer error de la política tecnocrática. El estudio al que me refería al principio pone el acento en el vínculo intangible entre confianza y aceptación. Cuando esta se rompe, se degrada o se decepciona, la reacción no es racional. Las formas son fondo, una vez más.
Los indicadores de confianza se convierten así en los indicadores clave para la política y las campañas electorales, en especial para las clases medias que viven entre el enojo y la esperanza. Entre el deseo de superar el pasado, y su incertidumbre por el futuro. Gobiernos y oposiciones pelean por ese espacio. No es lo ideológico, ni lo tecnocrático, es lo emocional (y lo vivencia de la cotidianeidad) lo que decide y define. No entenderlo es ignorar la condición humana. No somos estadísticas ni ideologías, somos personas.
Publicado en: Infobae (6.05.2018)