Este contexto, sumado a la desafección partidista, significa que, más que nunca, la campaña es permanente, que hay que hacer campaña hasta el último segundo y que todo cuenta. En este sentido, las redes sociales son una gran herramienta y una oportunidad para la persuasión y para la movilización. Pero son «solo» eso, una herramienta importantísima para la comunicación política, pero una más. No hay que dejar de hacer campaña en la calle y en los medios tradicionales, aunque sí otorgarle, como mínimo, la misma importancia a la campaña en red.
La cultura digital cambia la forma de organizarnos, de comunicarnos y de crear valor. Es una tecnología de naturaleza social orientada hacia la transformación, porque cambia esas tres cosas. Las redes sociales brindan la oportunidad de hacer una nueva política, una nueva comunicación, una nueva organización y una nueva manera de crear talento. Esa era la visión ciberoptimista. Pero la sociedad cambia, y las redes se convierten —o las convertimos— cada vez más en un campo de batalla, un escenario de insultos y acusaciones donde las posiciones se polarizan y casi no hay relación entre unos y otros. Los del medio callan, por miedo a ser acusados de ir a favor de unos u otros. La política pasa a menudo, en redes, a ser una constante lucha de ofensas entre activistas, pero también entre los propios políticos.
Vivimos tiempos de conexiones múltiples en redes y donde la intermediación que realizaban los medios ya no es tan importante. En la pasada campaña electoral norteamericana observamos, intensamente, la creación de burbujas de contenidos donde lo importante era alimentar el engagement (la actividad e interacción constante del internauta con la oferta de contenidos) de los propios electores y activistas digitales, incluyendo noticias equívocas, inexactas… que eran compartidas y difundidas por esos propios activistas. Eso es especialmente preocupante en un momento en el que casi el 50% de los norteamericanos se informa sobre política a través de Facebook. Pero sucede en todo el mundo, cada vez más.
Estas burbujas de información o filter bubbles influencian a los usuarios, porque les contaminan. Acaban ofreciéndoles contenidos en función de sus preferencias y las de sus contactos. El filósofo polaco Zygmunt Bauman alertaba (El País, 9 de enero de 2016) sobre el uso de las redes sociales «no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara». Esta situación agrava el aislamiento informativo, e irrumpe la posverdad, en la que las informaciones rigurosas tienen menos influencia que las creencias y las emociones personales. El prejuicio es más reconfortante que el juicio.
Estamos en un momento crucial. Debemos prevenirnos de las redes que nos convierten en adictos de nuestros propios prejuicios. Es clave si queremos una sociedad más conectada pero más libre. Debemos salir del eco de nuestras propias creencias y pensar en la red como el ágora en la que se pensaba hace unos pocos años.
Si solo recibimos informaciones que concuerdan con nuestras ideas es que no lo estamos haciendo bien. Si nuestros contenidos como partido se dirigen solo a nuestros convencidos o a atacar al adversario, es que no lo estamos haciendo bien. Las redes sirven para hacer campaña, por supuesto, pero abogo para que sirvan para hacer una mejor política, para aumentar las relaciones no con nuestros activistas, sino con gente que puede llegar a votarnos o con la que se puede hablar y aprender.
La polarización política también depende de nosotros. Empecemos por nuestras propias redes y nuestros propios contactos. Abramos las ventanas y que entre también aire nuevo. Ese es el espíritu de las redes, en la política y en la vida, y no el de ejercer de trinchera ideológica.
Publicado en: Numbers Magazine, by Kreab, 10.07.2018
Normalmente todos nos vemos mejor en el espejo que en las fotografías, sin embargo las fotografías reflejan de una manera más fiel lo que realmente somos, por eso Blancanieves prefería preguntarle al espejo, aunque su espejo la traicionaba diciéndole la verdad (en la época del cuento no había cámaras de fotos). Creo que es un ejercicio muy sano recibir información que no sea de nuestro agrado y que no concuerde con nuestras preferencias, solo de esta manera conectaremos de una manera más fiel con la realidad. El espejo nos dice solo lo que nosotros queremos oír, eso, nos encierra.