Maryanne Wolf es una neurocientífica de la Universidad de Los Angeles. En su último libro, Reader, Come Home: The Reading Brain in a Digital World (Lector, vuelve a casa: El cerebro lector en el mundo digital), explora y analiza cómo los seres humanos estamos perdiendo, a causa de la aceleración de la cultura digital, la «paciencia cognitiva», un concepto que la autora define como la capacidad que antes nos permitía leer textos largos (por ejemplo, novelas más extensas y complejas) «y comprender a niveles más profundos».
Para sustentar su tesis, Wolf destaca que recibir mensajes, leer trozos de noticias y ojear las redes sociales está favoreciendo el rápido procesamiento de la información, la cual es una competencia útil en la era digital. El bien abundante es la información y los datos; el bien escaso es el tiempo. Esta tensión, y la exigencia social y relacional por la inmediatez, está devorando los procesos lentos, macerados, decantados y deductivos sin los cuales no podemos tomar decisiones sensatas y ponderadas.
Las constantes interrupciones provocadas por las notificaciones de los móviles, así como la agitación de la conectividad permanente están diezmando nuestra capacidad de concentración, por lo que cada vez dedicamos menos tiempo a la lectura reposada que supone un mayor reto intelectual. La lectura del canguro, en diagonal y con hipervínculos, rompe la cadena secuencial y ordenada con la que, hasta ahora, habíamos articulado nuestros procesos de conocimiento.
Esta combinación de fragmentación + aceleración + dispersión nos aleja del análisis de lo complejo (como es la realidad social o económica) y provoca la toma de decisiones por impulsos y estímulos, en lugar de análisis y evaluaciones. Esta peligrosa combinación, que favorece y nos atrapa en la inmediatez, ha llegado también al ámbito de la gobernabilidad y la política. Nuestros políticos están sustituyendo las reuniones por chats; los textos, por mensajes cortos o de voz; los gráficos, por stickers; los debates y análisis, por las funciones como reenviar, responder o copiar. Estar en el chat adecuado —siempre discrecional, siempre personal— se ha convertido en sinónimo de poder, más que pertenecer a una ejecutiva electa, por ejemplo.
Cuando Nicholas Carr escribió su relevante ensayo, Superficiales, ¿Qué está haciendo el internet con nuestras mentes? (2010), las pantallas táctiles todavía no colonizaban la conversación digital. En ese trabajo ya nos advertía del deterioro de la concentración deductiva. Hoy deberíamos preguntarnos: ¿Qué está haciendo WhatsApp con nuestros gobernantes?. La pregunta es pertinente, creo.
El caso reciente del WhatsApp sobre el Poder Judicial, que ponía en la cuerda floja al portavoz del Partido Popular en el Senado, Ignacio Cosidó, y que ha abierto otra crisis a Pablo Casado, refleja muy bien lo que nos sucede: se reduce la valoración política a la consigna, se copia y pega acríticamente, construyendo autoridad artificial, se redistribuye sin conciencia de la responsabilidad, se comparte inconscientemente lo que puede ser falso o desinformación y, finalmente, se ordena cerrar un chat de partido. Y todo ello, con la consecuencia de la renuncia del juez Manuel Marchena a presidir el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y de la ruptura del acuerdo político entre PSOE y PP para su renovación.
En las últimas elecciones, en particular en las de Brasil, ya hemos visto el papel central de WhatsApp en las campañas electorales y su (d)efecto en la construcción de la opinión y agenda pública. Hace tres años, cuando publiqué mi libro La política en tiempos de WhatsApp, no alcanzaba a ver el enorme impacto que tendría, también, en la gobernabilidad y la gestión pública de nuestros representantes. Algunos han entrado en bucle y responden compulsivamente a todos los interlocutores que chatean con ellos. La burbuja digital que les envuelve es ilusoriamente transparente. Encerrados y prisioneros en ella, esclavizados por la tiranía del doble check, y atrapados por una realidad cacofónica y reverberante propia del eco autorreferencial, han sucumbido a la democracia instantánea: tan efímera como superficial.
Se acortan los tiempos entre pensar, decir y hacer. La relación causal se desvanece frente a las relaciones simplemente concurrentes. La confusión nos está obcecando. Paradójicamente, en tiempos de abundancia (de información), la escasez (de reflexión) aumenta. Todo sucede en tiempo real. Cinco segundos es nuestro límite de paciencia cognitiva. La vida (y la política) en cinco segundos. Sin paciencia no habrá consciencia, ni conciencia.
Publicado en: El Periódico (28.11.2018)
Artículos asociados:
– “Por España, reenvía este vídeo”: la campaña electoral se juega en WhatsApp. Los partidos han empezado la campaña de difusión masiva de mensajes en la aplicación que más usan los españoles (Manuel Viejo. El País, 17.03.2019).
– ¿Qué hace tu partido en mi WhatsApp? (Alberto Fernández Gibaja. Agenda Pública, 25.11.2018)
– WhatsApp como viralizador y multiplicador de prejuicios (Mario Riorda. Perfil.com)
– El arma secreta de Vox en la red: así cazó votos por WhatsApp en su campaña electoral (Guillermo Cid. El Confidencial, 3.12.2018)
– Behrouz Boochani: el refugiado que escribió un libro por WhatsApp y ganó el premio literario más prestigioso de Australia (Kevin Ponniah. BBC News, 1.02.2019)
– Los grandes hitos de WhatsApp en la celebración de su décimo aniversario (Santiago Romero. BBVA, 27.02.2019)
De moment, un «gràcies!» i una abraçada. Hi he trobat una meva (nostra) «palestra» en la lluita per un món una miqueta millor, menys injust, més assenyat, menys fal·laç.
Bueno, aquí hay un antídoto: https://www.gutierrez-rubi.es/2009/09/05/la-politica-meditada/
Además de ello, es importante resaltar que la comunición por whatsApp, al depender mucho de ello, puede crear malos entendidos o malas redacciones que pueden crear crisis comunicativas.
Cuanta más corro menos avanzo. Nada queda.
jul2019, en Argentina estamos sufriendo el mismo mal. Gracias por el aporte!