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El holograma de Junqueras

Esta semana, ERC anunció una conferencia de Oriol Junqueras en el Sant Jordi Club de Barcelona. «Soy Oriol Junqueras, hijo de una enfermera y de un profesor de instituto, casado con una gran mujer y padre de dos pequeños, Lluc y Joana. Os hablo desde una celda de la cárcel de Lledoners, a través de una pluralidad de voces queridas». Así empezó la conferencia virtual de Junqueras, en prisión desde noviembre del 2017, a través de la proyección de un holograma.

Los hologramas son imágenes recreadas gracias a una ilusión óptica conocida como ‘Pepper’s ghost’ (popularizada por el científico británico John Henry Pepper en el siglo XIX) y se han usado para la ‘reencarnación digital’ de artistas desaparecidos y también para multiplicar la ubicuidad de personajes públicos. No es la primera vez que un político utiliza el holograma en campaña o en comunicación política. En el 2017, el candidato de la formación Francia Insumisa a las presidenciales francesas, Jean-Luc Mélenchon, estuvo en su mitin final en siete lugares al mismo tiempo, gracias a esta técnica. Y Narendra Modi, primer ministro de la India, ha conseguido participar, durante la campaña electoral, de forma simultánea en un centenar de mítines gracias a su apuesta virtual.

Pero el uso que le da Junqueras tiene algo mucho más profundo que la multiplicidad. Se trata de una poderosa idea revestida de muchos atributos emocionales. Vemos algunos de ellos.

Es ingenioso. El uso de un holograma para alguien que está recluido en prisión es desafiante y subversivo. Esta técnica permite combatir la reclusión física con la proyección virtual. Se abren muchos escenarios posibles para la comunicación política. Es ganador por audaz.

Es liberador. Hay algo de inquietante —muy triste y dramático, evidentemente— en esta acción. Pero, a la vez, es portador de una bella, positiva y poderosa metáfora. Junqueras, con su holograma, nos dice: soy luz y nadie puede aprisionar mis ideas. «No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente», escribió Virginia Woolf.

Es coral. El texto escrito a mano por Junqueras es leído e interpretado por su hermano Roger (legimitidad) y la escritora Empar Moliner (emoción). Impacto asegurado. La idea coral, la fusión del líder con la voz de los que le leen y propagan su mensaje (también participaron Najat Driouech, Joan Ignasi Elena, Ernest Maragall y Diana Riba), así como del auditorio (2.500 personas), es de una gran efectividad escénica. No hay nada más vinculante que leer a quien no puede hacerlo por ausencia o retención. Es la lectura de lo prohibido.

Es esperanzador. El holograma es evanescente, aunque sugiere una materialización futura, posible, real. Es el tránsito de lo virtual a lo real. De lo imposible a lo posible. Es la metáfora perfecta de lo soñado, en lo personal y en lo colectivo. Jordi Mercader lo ha expresado muy bien en un artículo reciente: «Un día acabará la pesadilla y entonces será el momento de capitalizar su crédito político. Esta es la parte del programa más sencilla, convertir su injusta celda en un despacho político».

Es emocionante. La presencia de la ausencia, la esperanza de la libertad, la emoción del reencuentro. Feliu Formosa es autor de algunos de los mejores poemas de amor de la poesía catalana contemporánea. Describe la posibilidad de un reencuentro con estos versos: «porque vivimos pendientes / de vivir ese momento / extraño del reencuentro, / porque vivimos por él / y se nos da para que / soportemos (entre el verde / de abetos y robles) toda / la ausencia que nos aguarda».

Es inspirador. Junqueras habla del amor constantemente. Del amor a sus hijos y a su esposa. Del amor por encima del odio. Del amor, incluso, a los más duros adversarios. Y, ante todo, del amor al país, Catalunya. Alimenta el amor con la esperanza del reencuentro, de la libertad personal (y, alegóricamente, de la política). Esa es la apuesta. El tiempo ya no es un adversario imbatible por muy dolorosa que sea la reclusión y la posible condena. Junqueras juega a medio y largo plazo, convencido de que su futuro y el del país pueden ir de la mano, con la misma maduración.

El holograma es una ilusión óptica (¿también lo es la política?), pero —como decía Sophia Chikirou, directora de comunicación de la campaña de Mélenchon— su uso no es «un capricho de comunicación, sino un símbolo político fuerte». Junqueras está en prisión, pero su holograma no es un fantasma, ni una ilusión mágica. Se trata de una sutil construcción de narrativa metafórica, tan triste y tan emocionante a la vez. En comunicación política, las formas son fondo.

Publicado en: El Periódico (1.02.2019)

 

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