El impacto que tuvo la CNN a nivel mundial en los años 90 la situó como fuente de referencia informativa incuestionable. Ofrecía noticias en tiempo real, 24 horas al día, todos los días del año.
Podíamos estar conectados con la actualidad constantemente, en cualquier momento y desde cualquier lugar. La cadena marcaba una época, también en España, con famoso: «está pasando, lo estás viendo», lo más parecido entonces al consumo informativo actual en la red.
Hoy, millones de personas, no solo en España, sino en todo el mundo, se pueden conectar vía internet (y en algunas televisiones) para ver el juicio al ‘procés’ y pueden seguir y comentar, también en redes, lo que ocurre. Animar o vilipendiar a los acusados. Criticar o apoyar a los abogados. Todo en directo. Todo desde cualquier sitio en el que estén, incluso si lo ven desde la palma de su mano, a través del teléfono móvil.
La pantallización de nuestra vida, la subordinación del relato a la cultura del videoclip, la oferta multicanal y multiformato de contenidos hacen de lo audiovisual el hecho más consistente en la interpretación de la realidad. Si no es imagen, quizá no exista. Y esa pantallización va de nuestra televisión a nuestro móvil. En la sociedad actual, la televisión vuelve a ser social. De las personas que están viendo un programa de TV, el 60% va, a la vez, a otra pantalla (la de su móvil) mientras se emite el programa.
La realización televisiva de este juicio tiene algo de inquietante, no solo por la transcendencia de los hechos y sus posibles consecuencias penales y políticas. Me refiero a las imágenes. Se trata de cámaras fijas en los ángulos del techo de la sala, sobre las que no hay ‘zoom in’ ni ‘zoom out’, más una frontal (para ver a los acusados y de la que se obtuvo el fotograma del primer día del juicio, que se hizo viral con la mirada al frente de Oriol Junqueras y el gesto corporal del resto de procesados ante el saludo del president Quim Torra). Hay otra cámara posterior que tiene el máximo protagonismo cuando el presidente del Tribunal habla. Es un plano especial, rígido, hierático, de una sobriedad casi intimidatoria que refleja muy bien el momento: entran en el plano los siete magistrados y se ven las 12 cabezas de los acusados. La altura y la disposición de las personas solemniza en una imagen la realidad: sometidos a la justicia, sobre sus cabezas, la ley.
El plano es siempre de arriba hacia abajo. Nos recuerda el plano de las cámaras de seguridad que hemos visto miles de veces en películas o informativos. Es un plano picado, al estilo ‘Gran Hermano’, donde la mirada del espectador está protegida por la distancia, la altura y el ángulo… y que crea una atmósfera de delito, de culpa. La sobreexposición a estas imágenes, más allá del indudable interés político y mediático, genera, también, una profunda impresión en las personas que las ven, tan profunda como diversa. Pero sí que dejan, indudablemente, un poso emocional inevitable. Los espectadores acaban sintiendo lo que ven. Y acaban por pensar lo que sienten. Es el juicio del juicio, es la interiorización de la pantallización. Las percepciones crean realidades. Siempre.
Ver los juicios importantes, en directo, sin embargo, es algo posible solo en España, uno de los pocos países en los que es posible emitir en vídeo un juicio. Se recoge en el artículo 120 de la Constitución. En los años 80, el Supremo lo prohibió, igualándonos a Francia o el Reino Unido, cuyas leyes, más antiguas, no lo permiten. Pero el Tribunal Constitucional volvió a dar la razón a quienes decían que debía ser posible verlo en directo.
Eran los dibujantes (los ‘Courtroom Sketch Artist’) las únicas personas que podían plasmar en «imágenes» lo que sucedía durante un juicio. Eso evitaba, además, que ninguna fotografía pudiera ser retocada, o que solo se usaran las imágenes más acordes con «nuestra» versión. Estos dibujantes, famosos a menudo en todos los grandes juicios del mundo por ser los únicos que explican lo que sucede en formato de imagen, son también protagonistas y nuestros ojos en un lugar muchas veces inaccesible: el juzgado.
En este juicio los dibujantes son las cámaras. Su aparente neutralidad (plano fijo, realización sobria) no impide que nos transmitan emociones y percepciones sobre las que construimos nuestras opiniones. Son los prejuicios del juicio. Es la gran paradoja: en el juicio cuentan los testimonios y las pruebas. En la sociedad, cuentan las imágenes y las percepciones. Hay dos juicios en este juicio: el de las palabras y el de las imágenes.
Publicado en: El Periódico (16.02.2019)
La realidad es lo que interpreto de lo que veo y mi interpretación siempre está sesgada. Si añadimos sesgo al sesgo, todo es muy parcial.