«En Madrid, siendo las 11 horas del día 12 de marzo de 2019, reunidas las personas referenciadas se ha procedido a realizar la segunda fase del proceso de selección para la designación de las vocalías que formarán parte del Observatorio de la Ciudad, consistente en la selección de 49 vocales titulares y un mínimo de 147 vocales suplentes entre las personas que han aceptado la invitación para formar parte del Observatorio». Con este párrafo se resumía en el acta lo acontecido en Madrid para escoger a ese Observatorio de la Ciudad, formado por personas elegidas al azar (antes, el 5 de febrero, se escogieron por sorteo a las 30.000 personas a las que se pediría por carta si querían participar).
Este observatorio tiene como objetivo que un grupo de personas seleccionadas de forma aleatoria —y representativa— haga un seguimiento de la acción municipal y recomendaciones de mejora durante un mandato de un año. La idea no es nueva; de hecho, hay ejemplos recientes en Irlanda, donde otro comité «sorteado» de 99 personas (33 políticos y 66 ciudadanos elegidos por sorteo se reunieron un fin de semana al mes a lo largo de un año) ayudó a dirimir y a dar ideas y consenso respecto a un tema tan enconado en ese país como es la ley del aborto, incluido en un cambio de Constitución. Australia, Holanda, Islandia o Canadá son otros buenos ejemplos de nuevas prácticas democráticas basadas en la representación aleatoria.
Que la democracia se base en personas sorteadas no es tampoco algo nuevo. Se hacía en las polis griegas, e incluso muy posteriormente en ciudades estado como Florencia y Venecia, como indica el historiador David Van Reybrouck, autor del controvertido libro ‘Contra las elecciones. Por qué votar no es democrático’. Para él, en una democracia denostada y ejercida con un profundo hastío, solo cambiar el sistema electoral, dando paso a sorteos para dirimir quiénes decidirán el futuro de las sociedades, sería una solución: «Todas las ciudadanas y los ciudadanos del censo electoral de un país o de una ciudad recibirían la invitación a presentarse a las elecciones. Quienes se presentasen participarían en un sorteo cuyo criterio sería que todos los grupos de población estuviesen representados proporcionalmente». Con ello se garantizaría, asegura Van Reybrouck, que los parlamentos fuesen verdaderamente representativos, en vez de estar dominados por expertos de los cuales apenas unos pocos conocen «el precio del pan».
Montesquieu, el ilustrado francés creador del moderno Estado de Derecho afirmaba: «El sufragio por sorteo es propio de la naturaleza de la democracia; el sufragio por elección, de la aristocracia». En Francia, Emmanuel Macron lo está explorando en forma de Conferencias Ciudadanas Regionales. Se trata de talleres participativos de un día y medio, que reúnen hasta 100 personas por región, seleccionadas por sorteo y representativas de la diversidad sociológica de su territorio.
¿Puede el sorteo eliminar a los políticos? ¿Puede mejorar nuestra capacidad representativa y deliberativa? ¿O tan solo debería darse ese paso si la ciudadanía está correctamente formada? Sea como sea, la deliberación ciudadana por sorteo puede ser un soplo de aire fresco para la decisión en los actuales Gobiernos locales, regionales y nacionales. Porque todos juntos deberíamos saber más que uno solo, si dialogamos.
Hay otros sistemas existentes que hacen referencia a la utilidad de la inteligencia colectiva descentralizada y directa. La democracia líquida, término que deriva de la sociedad líquida de Zygmunt Bauman, propone un híbrido entre la democracia representativa y la democracia directa. Este sistema ofrece la posibilidad de delegar el voto de forma revocable de una parte del Parlamento, ofreciendo la participación directa de los ciudadanos mediante herramientas digitales.
La demarquía, o la democracia por sorteo, también puede incorporarse en sistemas híbridos que se adapten a cada territorio y a cada realidad social. Los sistemas liderados por políticos profesionales, como la democracia representativa, pueden adoptar medidas que den más protagonismo a lo colectivo. James Surowiecki, en su libro The Wisdom of Crowds, indica que una decisión que sea resultado de un proceso deliberativo colectivo será mejor que otra decisión que podría tomar cualquier individuo de ese mismo grupo.
La democracia por sorteo puede ser una iniciativa para considerar en tiempos de desafección. Las experiencias locales o sectoriales, que complementan los sistemas representativos, están dando resultados. La democracia no es una rifa y no deberíamos tampoco decidir nuestro voto al azar…, pero los sorteos ciudadanos sí son una alternativa complementaria seria que merece atención y seguimiento.
Publicado en: El Periódico (16.05.2019)
Enlaces de interés:
– Igualdad x Sorteo (Medialab-Prado Madrid)
Y la ideología será sustituida por la ideosofía, (algo así como la sabiduría de las ideas)?
https://www.medialab-prado.es/actividades/igualdad-x-sorteo